En lo que tiene que ver con conciertos de música erudita en formato tradicional (es decir, aparte del ámbito específico de la música contemporánea), no suele haber en la cartelera uruguaya programaciones más imponentes que las que nos brinda el Centro Cultural de Música, una institución que está cumpliendo 75 años de actividad ininterrumpida. Entre los varios conjuntos, orquestas y solistas, en su mayoría excelentes, que componen el ciclo de conciertos de este año, se destaca la presentación, hoy a las 19.30 en el teatro Solís, de la Orchestra Barocca di Venezia (OBV). Este grupo, fundado por Andrea Marcon en 1997, está contratado por Archiv -el más poderoso y prestigioso de los sellos discográficos dedicados a la música “antigua”- y es el conjunto dedicado al barroco más llamativo de la actualidad.

La OBV integra, a grandes rasgos, el movimiento conocido como HIP (por historically informed performances), es decir, realiza ejecuciones basadas en investigación histórica. Eso implica que usan instrumentos originales (o copias fieles) de la época y de la región en que fueron compuestas las obras que interpretan, y además que los músicos están entrenados en técnicas y criterios estilísticos de antaño. La tendencia HIP puede rastrearse en algunos músicos aislados desde fines del siglo XIX, pero se multiplicó a partir de los años 50 del siglo pasado, y su auge coincidió con el de los discos compactos.

Dentro de ese movimiento, la OBV integra una tendencia más específica y reciente, cuya figura fundacional fue Giovanni Antonini, quien formó en 1985 el grupo Giardino Armonico. Luego, Fabio Biondi, fundador en 1990 de Europa Galante, continuó y radicalizó el mismo rumbo, que la OBV también representa. Esos grupos se han empeñado en revisar la interpretación del barroco italiano poniendo énfasis en su mediterraneidad, es decir, incorporando la emotividad exacerbada, la sensualidad y el vigor rítmico característicos de esa cultura y que, por lo tanto, se puede suponer que serían parte de la ejecución musical en la península durante el siglo XVIII. Este enfoque generó, por supuesto, versiones muy vívidas. Pero el resultado fue mucho más profundo que eso, porque implicó la posibilidad de reconsideración de todo un repertorio.

Tomemos por ejemplo a Antonio Vivaldi (1678-1741), figura central del repertorio de los tres grupos mencionados: desde que ese compositor, casi totalmente olvidado durante el siglo XIX, fue redescubierto a comienzos del XX, se lo interpretó por lo general con criterios “germanocéntricos”. Las versiones resultante fueron suficientes para exponer el encanto de varias de sus composiciones y convertir a Las cuatro estaciones (1722) en un “clásico para millones” (sobre todo a partir de las popularísimas grabaciones del conjunto I Musici). Pero, al mismo tiempo, propiciaban una apreciación y evaluación algo empobrecidas del compositor, como si hubiera sido alguien que escribía conciertos como quien fabrica chorizos, y que embocó algunos temas pegadizos pero ni se acercaba a la grandeza de Johann Sebastian Bach. Igor Stravinsky dijo incluso la maldad de que Vivaldi no había compuesto 500 conciertos, sino que había compuesto 500 veces el mismo concierto. Porque, claro, aquellas versiones que lo volvieron tan popular eran algo similar a cantar un blues con los criterios interpretativos de, pongamos, Jorge Drexler: sin el llanto, el grito, el desgarro, el timbre sucio y casi percusivo del toque de guitarra, las sorpresas rítmicas y el vibrato exacerbado, lo que quedaría del blues serían melodías pentatónicas parecidas unas a otras, sobre progresiones de acordes muy semejantes.

En las versiones de estos nuevos grupos italianos, las tormentas de Vivaldi son efectivamente tormentas (y no simplemente trémolos graves), el llanto del campesino es un momento de dolor y no sólo una elegante melodía en menor, la modorra veraniega pesa y la helada invernal lastima. Eso podrá quedar claro esta noche en la vertiginosa versión de la OBV del finale del Concierto para cuerdas R157.

Más allá de cuestiones expresivas, este tipo de interpretación dio sentido y puso de relieve aspectos compositivos de Vivaldi que solían pasar inadvertidos: las diferencias de textura, los contrastes entre los motivos y un empuje rítmico nunca antes alcanzado por compositor europeo alguno, que quedaría inigualado hasta Beethoven, además de una locura y una “rareza” mucho más estimulantes que la pacata imagen de compositor frufrú transmitida por I Musici. Ahora queda claro por qué Vivaldi fue una influencia fundamental para Bach, así como la enormidad de su importancia histórica en cuanto rompió la homogeneidad textural característica del barroco, contribuyendo a conformar una manera de componer con fragmentos contrastantes, que sería una de las características del mal llamado clasicismo.

Las versiones de la OBV, aparte del virtuosismo técnico, la precisión del ensamble y la inteligencia estructural, transmiten mucha energía, alegría de hacer música, pasión y, a veces, violencia. El programa de esta noche está armado alrededor de dos compositores: Arcangelo Corelli (1653-1713) y Vivaldi, cada uno de ellos representante de una de las dos formulaciones del concierto barroco (el concerto grosso asociado con el primero y el concierto veneciano con el segundo). De Vivaldi tendremos cuatro obras: un concierto para flautín, dos conciertos dobles (respectivamente, para dos violines y dos chelos) y un concierto sin solista. El programa se complementa con dos compositores que migraron a Inglaterra y se ocuparon allí de perpetuar la tradición corelliana en un momento en el que el modelo de Vivaldi ya había predominado en el resto de Europa: Georg Friedrich Händel (1685-1759) y Francesco Geminiani (1687-1762).