En mayo de 1982, en el número 1 de la revista Palavra Chave (San Pablo), se publicó este breve testimonio del profesor Antonio Candido con el título “Depoimento. A biblioteca de cada um”. Este texto, que habla de algunos libros y de ciertas bibliotecas por las que Candido transitó en Brasil, representa una curiosa forma de su historia general e íntima a la vez. El artículo -que conocí gracias a la generosidad de Nelson Schapochnik- no se ha recogido en volumen hasta ahora, y su traducción se hizo para esta ocasión, como homenaje al gran intelectual y a su permanente amor por la lectura.

Pablo Rocca

En nuestra casa mis padres tenían una buena biblioteca. Vivíamos en el interior de Minas Gerais y desde pequeño me habitué al trato con esos libros, aun antes de poder leerlos. Mi padre era médico y era extremadamente culto. Cuando cursó educación media en Campinas, hasta 1903, compró muchos libros en la excelente Casa Genoud. Después siguió haciéndolo en Río, donde continuó sus estudios universitarios, y en Europa, donde estuvo entre 1911 y 1912 en una estancia inicial de perfeccionamiento, y donde tuvo siempre un librero corresponsal que lo suscribía a diversas revistas y le remitía los libros que mi padre le encomendaba por catálogo.

Aparte de la predominante medicina, había filosofía, historia, literatura, política, estudios sociales. Sin contar que mi madre tenía sus propios libros, entre los que resaltaban las biografías, las memorias, los diarios, las correspondencias. (Cuando leí más tarde el verso para algunos misterioso de Manuel Bandeira -“Abaixo Amiel e nunca lerei o diário de Maria Bashkirtsef”- me sentí cómodo, porque en casa esos dos libros eran leídos y comentados).

Otra biblioteca particular de la que me serví mucho (después de 1930) fue la de mi gran profesora doña Maria Ovídia Junqueira, quien me orientó hacia ciertos clásicos de la juventud y diversos autores ingleses, incluso Shakespeare, cuya obra tenía en una linda edición en 15 o 16 pequeños volúmenes. Como en nuestra casa triunfaban los libros franceses, fue una experiencia novedosa y estimulante la familiaridad con esos libros diferentes, encuadernados y provistos de sobrecubiertas coloridas.

En relación a las bibliotecas públicas, la primera a la que concurrí asiduamente fue la municipal de Poços de Caldas [Estado de Minas Gerais], donde vivimos a partir de 1930. Ocupaba una habitación en el edificio del municipio y tenía una funcionaria que sobre todo se encargaba de otras tareas burocráticas; de modo que me confiaban la llave y yo me quedaba solo -porque no me acuerdo de haber visto otro lector entre 1932 y 1934-. En esta última fecha decidieron instalar en la sala de lectura a un dibujante de obras públicas y las consultas se suspendieron.

Esa biblioteca era notable y había pertenecido a un ilustre médico, de inmensa cultura, que hasta hoy es el hombre de mayor relevancia que tuvo la ciudad: Pedro Sanches de Lemos. Además de obras de medicina, su colección tenía libros de filosofía, psicología, historia, sociología, antropología, política, literatura, varios con una bella encuadernación especial que ostentaba las iniciales del propietario. Había muerto hacía más de 20 años, pero a esa altura su biblioteca, donada por la familia, aún estaba más o menos intacta. Debió haberse iniciado alrededor de 1870 y tenía de todo lo que se podía querer como mejor. (Ciertamente, Pedro Sanches de Lemos se reencarna en la ficción como Doctor Lino en la novela Água de Juventa, de Coelho Neto [1904]).

Cuando me vine a San Pablo, en 1936, frecuenté dos bibliotecas. En la antigua Biblioteca Municipal, en la Rúa Sete de Abril, leí, entre otras cosas, los clásicos griegos en traducciones francesas que ya había hojeado en la de Poços de Caldas. En la de la Facultad de Derecho recuerdo que conocí de manera sistemática la crítica francesa tradicional: Saint-Beuve, Taine, Brunetière, Faguet y otros.

En la biblioteca de la Facultad de Filosofía, donde primero estudié y luego enseñé a lo largo de 39 años, leí intensamente, a partir de 1939, filosofía, sociología, historia y literatura, en especial los libros de la notable donación hecha por el gobierno francés en 1934. Después de 1944 consulté mucho la colección Lamego a fin de preparar una tesis [“Os parceiros do rio Bonito”, 1960] y para seguir elaborando mi libro Formação da Literatura Brasileira (Momentos decisivos) [1959]. Con el mismo objetivo trabajé durante años en la Municipal (ya ubicada en la Rúa Consolação) y en la Nacional de Río, sobre todo en las respectivas secciones de Libros Raros. En San Pablo recibí la gentil ayuda de las bibliotecarias doña Rose y doña Augusta.

Esas son mis bibliotecas, las que me ayudaron más en los períodos decisivos para mi vida mental. Sólo más tarde frecuenté algunas monumentales, en el extranjero.