La maldición del Perla Negra (Pirates of the Caribbean: The Curse of the Black Pearl, Gore Verbinski, 2003) fue una deliciosa recuperación de cierto espíritu de cine de matiné en el cruce entre aventura y comedia. Entre otros méritos, lanzó a Jack Sparrow, el más memorable personaje de comedia cinematográfica surgido en lo que va del siglo (“memorable” no es necesariamente “el mejor”, sino el que más queda impreso en el recuerdo, con atributos visuales, gestuales y vocales muy reconocibles y particulares, a la manera de los grandes cómicos del cine mudo).

Pero si digo “recuperación” es porque tales atributos estaban relegados, y aquella película perfecta fue suficiente para erigirse en punto de referencia y probar que mucha gente disfrutaba y deseaba ese tipo de cine, pero no bastó, por sí sola, para contrarrestar una serie de factores estructurales y culturales por los cuales el cine de las grandes corporaciones ya no es la vieja y querida Hollywood. Cuando su éxito motivó una continuación, en vez de hacer como con Indiana Jones (más películas a la manera de la original), los realizadores se tiraron a erigir una trilogía monumental de alcance wagneriano, a la manera de El señor de los anillos o Matrix. En los números la cosa funcionó: la “Piratas 2” (El cofre de la muerte, 2006) tuvo aun mayor boletería que la original (es la 48ª película más taquillera de todos los tiempos, en valores ajustados por inflación). A la larga, primó la noción de lo contradictorio de torcer una comedia de piratas a un épico pretencioso, y tanto la segunda como la tercera (En el fin del mundo, 2007) se recuerdan mayormente como unos entreverados plomazos kitsch. La “Piratas 4” (Navegando aguas misteriosas, 2011) buscó expresamente volver al espíritu de la original, incluida la curiosa táctica de apretar el presupuesto para forzar una realización a escala humana, apoyada en el ingenio. A tal efecto, quitaron del proyecto a la pareja principal de Will Hunter y Elizabeth Swann –que se habían vuelto demasiado trágicos– y dejaron a Sparrow con el protagonismo. Pero ya no estaba Verbinski, sustituido por el más pesadote Rob Marshall, y la película tampoco se impuso en la memoria colectiva.

En esta quinta entrega, otra vez la consigna fue recuperar el espíritu de la primera. Uno casi que palpa, minuto a minuto, las contradicciones, dudas, titubeos y apuestas tímidas involucradas en una megaproducción de este tipo, y especialmente en una que pasó, como esta, unos cuantos años en un development hell (“infierno de desarrollo”, es decir, cuando el argumento y el guion no terminan de convencer a los productores y se van retocando y remendando, muchas veces pasando por distintas manos que intentan corregir o mejorar el trabajo de las anteriores). Finalmente, se convocó a los directores noruegos Joachim Røning y Espen Sandberg, que habían sido capaces de hacer, con un presupuesto modesto, la relativamente exitosa Kon-Tiki (2012), que también era una aventura marítima. No entiendo qué sentido tiene ese criterio, ya que esta producción costó 230 millones de dólares (el mismo rango presupuestal de cada entrega de Los Vengadores).

Hay varias escenas cómicas. No son del tipo de las de la primera película, pero son francamente cómicas: la mejor de ellas quizá sea la doble ejecución de Jack y Carina, en la que el suspenso de la guillotina que gira tiene un toque de dibujo animado. Otras tienen esa cosa de “comedia-superproducción” en la que el chiste consiste, por ejemplo, en que una casa entera es arrastrada a través de una ciudad y causa desastres, o una estatua enorme cobra vida y empieza a perseguir a Jack con una lanza: supongo que a alguien le hará gracia. Pero la introducción tiene el tono épico y serio de “Piratas 2” y “Piratas 3”, que regresará en otros momentos. A esos dos polos (cómico y épico) se agrega una tercera veta, de tipo “emotivo”, que involucra un sacrificio paterno, cámaras lentas y música dramática.

Will y Elizabeth están suplantados por una parejita similar, Henry y Carina. La actriz Kaya Scodelario declaró repetidamente que Carina es totalmente distinta de Elizabeth, pero es en realidad muy parecida: un personaje mezzo carattere (entre cómico y serio), virginal damita setecentista inesperadamente versada en cuestiones que sólo los varones solían dominar, y en quien la supuesta fragilidad e ingenuidad se contradicen, en forma graciosa, con la firmeza de propósitos, el ingenio y el coraje. Ella y Henry son la parejita romántica, pero no llegan a ser románticos: la evidente tensión amoroso-erótica nunca lleva ni siquiera a un beso o una declaración. Esto es algo que viene siendo común en Hollywood, quizá cumpliendo con el propósito feminista de mostrar que una mujer no se tiene que unir afectivamente a un tipo para realizarse y pautar un final feliz; en la práctica, se generan mundos ficcionales donde el amor y el sexo son factores soterrados o sublimados, reprimidos al fin. Puse que Will y Elizabeth fueron suplantados por estos, pero tampoco es tan así: por si alguien los extraña, aparecen en una breve escena accesoria. Así que, en la indecisión, no están propiamente presentes ni ausentes.

Con Henry y Carina, Jack vuelve a ser el “tercer” personaje, en el borde entre principal y secundario, pero parece que se olvidaron de darle una función en el desarrollo de los acontecimientos: está reducido a ser una especie de bufón, un muñeco con indumentaria y gesticulación, desprovisto de función narrativa y vaciado de diálogos ingeniosos. El factor de histeria puritana también opera con respecto a él. Así, en la aparición del personaje (claramente inspirada en el inicio de Luces en la ciudad –1931–, de Chaplin) se insinúa que él estaba haciendo “algo” con la mujer del político, pero se pasa muy por el costado de eso. La picardía y sensualidad de este personaje mujeriego pero con un toque afeminado se disipó. En un par de ocasiones dice unas cosas medio “en femenino”, pero descolgadas de cualquier actitud consecuente, y que pueden quedar sólo como expresiones de humor. Así que, como todo en la película, no es mujeriego ni deja de serlo, no es hetero ni es gay ni bi, y tampoco afirma no ser algo de eso.

Es un toque lindo –aunque resulta, a nivel anecdótico, totalmente traído de los pelos– el cameo de Paul McCartney haciendo de hermano del personaje que en la película previa fue interpretado por Keith Richards. Lo que es realmente difícil de entender es qué hace en este film el personaje Shanza, una mujer caracterizada como si viniera, por error, del set de Mad Max (pelada, cubierta de tatuajes y con una actitud medio psicótica), actuada por la iraní Golshifteh Farahani (¿un homenaje? ¿un anzuelito hacia determinado nicho de público?).

Está muy bueno el concepto visual del villano Salazar, una especie de fantasma que anda por ahí con la melena flotando como en cámara lenta, aunque esté fuera del agua y él se mueva a velocidad normal. Javier Bardem pone todo su carisma para el rol, pero es un personaje totalmente primario, que sólo parece existir para vengarse de Jack.

Dos piques: 1) Hay una escena luego de los créditos –nada especialmente interesante– que parece insinuar un rumbo posible para una sexta película. 2) En una escena se ve un cartel frente a una taberna en el que se lee que no se admiten perros ni mujeres, y se me ocurrió que este dato les puede ser útil a bolicheros chistosos, militantes identitarios e intendentes.

Piratas del Caribe: La venganza de Salazar

(Pirates of the Caribbean: Salazar’s Revenge - subtítulo alternativo: Dead Men Tell No Tales), dirigida por Joachim Røning y Espen Sandberg. Estados Unidos, 2017. Con Johnny Depp, Kaya Scodelario y Javier Bardem. Grupocine Ejido y Punta Carretas; Life Cinemas 21, Costa Urbana y Punta Carretas; Movie Montevideo, Nuevocentro, Portones y Punta Carretas; Ópera; shoppings de Colonia, Las Piedras, Paysandú, Punta del Este, Rivera y Salto.