Fue el tercer James Bond cinematográfico, por el breve interludio de Al servicio secreto de su majestad (Peter Hunt, 1969), en la que el rol fue para el poco memorable George Lazenby, antes de regresar a Sean Connery, pero Roger Moore será recordado porque le tocó la difícil tarea de reemplazar al actor escocés como el agente 007. Eso siempre le pesaría entre la clase de gente que dice que no hubo unos Rolling Stones tan buenos como los de Brian Jones, o que extraña a alguno de la docena de doctores Who que se han sucedido en la serie de televisión británica, pero terminó siendo el actor que más veces encarnó a Bond (siete films), mérito doble si se tiene en cuenta que además fue el de mayor edad -46 años- al comenzar a interpretarlo.

Moore no era ningún desconocido ni una apuesta realmente arriesgada cuando se lo escogió para interpretar a Bond: se había hecho conocido en el western televisivo Maverick, y gracias a esto consiguió el papel protagónico de Simon Templar en la exitosísima serie El santo (1962-1969), con el personaje de un elegante ladrón de guante blanco creado por Leslie Charteris en los años 20, cuyas víctimas eran siempre criminales mucho peores que él, que fue mutando a lo largo de sus 118 episodios hasta aproximarse bastante a un agente secreto de costumbres refinadas, así que Moore era, en cierta forma, un nombre cantado para sustituir a Connery.

Su residencia como 007 comenzó con Vive y deja morir (Guy Hamilton, 1973) y culminó con En la mira de los asesinos (John Glen, 1985). En el medio protagonizaría dos de los más icónicos films del personaje, El hombre del revólver de oro (Guy Hamilton, 1974), en el que se enfrentaba a un asesino interpretado por Christopher Lee, y Moonraker (Lewis Gilbert, 1979), que desvergonzadamente se sumaba a la euforia desatada por la saga de Star Wars para narrar una historia ubicada fuera de nuestra atmósfera, en la que jugaba un rol el entonces novedoso transbordador espacial. El James Bond de Moore era claramente distinto al que había interpretado Connery, y no tenía casi nada que ver con el que había imaginado Ian Fleming: se trataba de un 007 menos violento y más hedonista, que se adecuaba mucho a la imagen de playboy internacional que se consideraba el modelo masculino en los libertinos años 70. En sintonía con esto, se profundizaron los aspectos caricaturescos de este hijo de la Guerra Fría (ahora ya casi despolitizado por completo) y se le dio mucho más lugar al humor y a las frases irónicas de efecto que se volverían una plaga en el cine de acción de la década siguiente.

Moore murió ayer a los 89 años, víctima de un cáncer que se le había descubierto recientemente. Contaba con una sólida formación, pero aun antes de interpretar a Bond confesaba que nunca había tenido un rol que le demandara mucho como actor, más allá de tener que ser continuamente encantador, algo en lo que se volvió un auténtico profesional.