En 1975 Brian Eno creó el sello discográfico Obscure, que se proponía divulgar la obra de compositores experimentales y de vanguardia. En sus tres años de vida y sus diez discos publicados, el sello incluyó obras ahora consideradas fundamentales de la música del siglo XX, entre ellas The Sinking of the Titanic, de Gavin Bryars, y Discreet Music, del propio Eno, que sentó las bases de la música generativa (un sistema sonoro que funciona con un mínimo de intervención humana, pasando así por encima de la noción de la música como expresión de un sujeto) e inauguró una larguísima serie de trabajos de Eno y otros muchos músicos que continuarían la deriva del minimalismo y el posminimalismo, desde sus raíces en la obra de Erik Satie, LaMonte Young, John Cage, Terry Riley, Pauline Oliveros, Philip Glass y Steve Reich, entre ellos The Caretaker, Orb, The KLF, Stars of the Lid, Oval, Lustmord, William Basinski y Max Richter. El término que pronto sirvió para etiquetar esas obras y músicos fue ambient, a partir de la serie de cuatro discos así titulada –el primero y el cuarto (Music for Airports y On Land, de 1978 y 1982, respectivamente) compuestos/diseñados por Eno; el segundo (The Plateaux of Mirror, 1980) por Harold Budd más Eno; y el tercero (Day of Radiance, también de 1980) a cargo de Edward Larry Laraji Gordon), y así pronto se hablaría de “música ambient” para referirse a una intersección de propuestas que iban desde los experimentos con loops (como en la sobrecogedora The Disintegration Loops, de William Basinski) hasta el cuidadoso diseño de atmósferas pensadas a modo de disparadores de sinestesia (como en el seminal –para los años 90– Selected Ambient Works Vol. II, de Aphex Twin), pasando por el sampleo de músicas ajenas a la tradición occidental (como en Fourth World Vol.1: Possible Musics, de Eno y Jon Hassell) y de paso alternativas a las organizaciones armónicas, melódicas y rítmicas más consabidas.

Algunos músicos resistieron y resisten la etiqueta “ambient” –en tanto parece connotar sonidos triviales o meramente decorativos– y han propuesto otras maneras de referirse a sus obras, incluyendo dark ambient (para subrayar la sensación de inquietud buscada, en oposición a meramente complacer al oído sin ejercer demandas de atención), aislacionismo, música atmósferica, paisajes sonoros, mundos imaginarios y música del espacio, por nombrar sólo algunas. En cualquier caso, un examen de la obra de algunos de los artistas más prominentes de lo que aquí, por conveniencia, seguirá siendo llamado ambient, deja claro que el género– si es que podemos pensarlo como un género– es amplísimo y abarca piezas y composiciones que fácilmente escapan de las nociones más consabidas de “música”. El sello Obscure, de hecho, propuso en su momento tanto el álbum precursor del ambient más clásico (el mencionado Discreet Music) como obras más arduas y extrañas, entre las que merece un lugar de distinción especial el cuarto lanzamiento del sello, New and Rediscovered Musical Instruments (1975), de Max Eastley (quien aportó cuatro composiciones para el lado A del vinilo) y David Toop (quien diseñó las tres piezas incluidas en el lado B).

El tema de lo inclasificable de la obra de ciertos compositores a quienes se considera usualmente de música ambient sin duda encuentra en Toop (Londres, 1949) un ejemplo perfecto y fascinante. Después del mencionado New and Rediscovered..., que fue su primer álbum, grabó y editó 25 más, que incluyen desde el siniestro Entities Inertias Faint Beings (2016), una exploración de las posibilidades del dark ambient, hasta improvisaciones de free jazz, como Cholagogues (1977), grabado junto a Nestor Figueras y Paul Burwell.

Está claro que la de Toop no es una música fácil de escuchar; algunos dirán que constituye lo que en inglés se llama acquired taste, o sea, algo que se aprende a apreciar con el tiempo y cierta dedicación, pero incluso quienes prescindan del disfrute de la música ambient, los paisajes sonoros y las esculturas sónicas (términos generalmente favorecidos por Toop) sin duda podrán encontrar en la prosa ensayística del inglés una fuente maravillosa de asombro y placer estético e intelectual.

Mundos imaginarios

La editorial argentina Caja Negra –que viene editando desde hace tiempo textos imprescindibles sobre música, entre ellos el excelente Future days: el krautrock y la construcción de la moderna Alemania (2015), de David Stubbs– publicó hace algunos meses la traducción al castellano de Ocean of Sound, un libro que había publicado Toop en 1995 y que se convirtió rápidamente en la referencia obligada sobre música ambient, junto al más reciente The Rest is Noise (2007), de Alex Ross.

Es cierto que han pasado 22 años y que para el proceso de tan diversos géneros o subgéneros musicales –o, digámoslo más fácilmente, para la cultura en general– no sólo son un montón, sino que además incluyen más o menos en su centro la eclosión de internet y la revolución en la manera de escuchar música impuesta por los formatos digitales, pero el libro de Toop se las arregla –hechas ciertas consideraciones previas o tomadas ciertas precauciones, como lo señala oportunamente el autor en su prólogo a esta edición – para mantener su (enorme) interés, en gran medida por el talento asombroso de Toop para la escritura. En los mejores momentos el poder evocativo y poético de sus palabras es una fuente de placer estético en sí mismo, y la claridad de exposición y la lúcida exploración de las facetas posibles de los temas movilizados recuerda –en tono, en alcance y en su revelación de una fría, atenta y a veces despiadada inteligencia– a los mejores ensayos de JG Ballard, lo cual es mucho decir.

Otra buena parte del interés de Océano de sonido está en su estructura, con fragmentos organizados en capítulos que proponen líneas temáticas no siempre evidentes. Hay, por supuesto, un pequeño conjunto de ejes que atraviesan el libro, así como nombres que se repiten más que otros. Eno, notoriamente (Toop da cuenta de entrevistas y conversaciones informales, de ocasiones en que ambos improvisaron juntos y de sus impresiones sobre una buena cantidad de trabajos de Eno, no siempre los más conocidos), pero también Miles Davis y su productor Teo Macero, Claude Debussy (cuya escucha de música balinesa en la exposición de París de 1889 es propuesta como el verdadero momento fundacional del ambient), Erik Satie, Sun Ra, Harold Budd y Brian Wilson, con sendos capítulos dedicados a Aphex Twin, Kraftwerk y los cuartos de chill out en las raves británicas de comienzos de los 90.

Cabría señalar también que Toop no habla únicamente de música: su rastreo de las raíces del ambient y de sus posibilidades intelectuales y emotivas lo lleva a las obras de Philip K Dick, William Gibson, Joris Karl Huysmans (cuyo Des Esseintes, el protagonista de la novela À rebours, de 1884 y a veces traducida como A contrapelo, es presentado como un escucha modélico de sinestesias sonoras y mundos imaginarios), William S Burroughs, Thomas Pynchon y Ballard. Hay, además, en el capítulo 11 (“Estados alterados VI: Naturaleza”), una impresionante crónica de viaje por Venezuela que parece tanto el diario de un antropólogo como un mix entre algún episodio de los viajes de Burroughs por Sudamérica en busca de ayahuasca y La conquista de lo inútil, el diario de Werner Herzog durante la filmación de Fitzcarraldo.

Un efecto de lectura de Océano de sonido, entonces, es el de la fascinación ante la sinapsis ilimitada: Toop conecta, vincula y propone órdenes posibles sin jamás incurrir en la imposición de una forma cerrada o limitada: por el contrario, su escritura se mantiene abierta, atenta y libre, y quizá por eso este libro de 1995 –con toda su fascinación ingenua ante internet, reconocida por el propio Toop en el prólogo– sigue siendo capaz de interpelar a sus lectores, mostrarles paisajes fascinantes y apuntar a nuevas líneas de exploración.

En su momento, Océano de sonido fue lanzado junto a un CD doble que compilaba buena parte de la música aludida en el libro. Ahora no es fácil conseguirlo, pero a partir de su lista de obras incluidas se lo puede reconstruir apelando a Spotify y Youtube, donde, de hecho, hay una playlist (basta con ingresar “Ocean of Sound David Toop” en el buscador) que incluye buena parte de las piezas incorporadas al CD original, aunque lamentablemente no está todo; faltan, por ejemplo, las grabaciones de campo del pueblo yanomami de Venezuela, los experimentos con sonidos de ballenas árticas y los cantos grabados en monasterios tibetanos.