Esta vez no caben dudas: Juan Goytisolo fue el novelista más importante del siglo XX español. A lo largo de su vida se dedicó a construir una sólida y disidente obra, que va desde Señas de identidad (1966) y Reivindicación del conde Don Julián (1970), dos novelas publicadas en México por su constante diatriba contra la España de Francisco Franco. Después siguieron, entre otras, Juan sin Tierra (1975), Makbara (1980), Paisajes después de la batalla (1982) y Las virtudes del pájaro solitario (1988), por las que ganó el codiciado premio Cervantes, pero también otros como el Formentor, el Juan Rulfo, el Octavio Paz, el Europalia y el Premio Nacional de las Letras Españolas. Ayer al mediodía, Goytisolo volvió a ser noticia cuando la agencia literaria Balcells confirmó que el catalán había fallecido en Marrakech, a los 86 años.

En contra de las certidumbres nacionalistas (consideraba al nacionalismo español el mal elemental) y religiosas, el autor de La saga de los Marx alternó la novela con géneros como el cuento, la crónica de viaje, el ensayo y la poesía. Nació en 1931 en Barcelona, en una familia acomodada y conservadora, acompañado de futuros nombres vinculados al campo literario español, como el de su hermano Luis Goytisolo. Escribió en sus memorias, tituladas Coto vedado (1985): “La fobia visceral de mi padre a los homosexuales –cuyo símbolo execrable encarnaba su suegro– alcanzaba a veces extremos morbosos: había referido con gran satisfacción a José Agustín –y este se había apresurado a repetírmelo– que Mussolini mandaba fusilar sin contemplaciones ‘a todos los maricones’. Aunque por aquellas fechas yo no tenía la más remota sospecha de mi sexualidad futura, la noticia, en vez de exaltarme, me llenó de malestar”. La inicial estabilidad familiar trastabilló poco tiempo después, y muy pronto conoció las penurias de la guerra: en 1938 murió su madre, por un bombardeo de la aviación italiana.

Y si bien Goytisolo comenzó a escribir novelas a los 14 años, su primera obra publicada fue Juegos de manos, en 1954, cuando abandonó la universidad. Dos años después se instaló en París, se plegó al realismo social y comenzó a trabajar como lector para la editorial Gallimard, donde se dedicó a apostar por varios de los autores del boom latinoamericano, con quienes compartió inquietudes políticas, compromisos y apuestas narrativas. Según contaron varios allegados, en los 60, cuando la inmigración se convirtió en un gran foco de sospecha, sobre todo la de los árabes en general y los argelinos en particular, Goytisolo decidió aprender árabe, y unos años después se instaló en Marruecos. Cuando ganó el Cervantes, en 2014, el jurado destacó “su capacidad indagatoria en el lenguaje y propuestas estilísticas complejas, desarrolladas en diversos géneros literarios; [...] su voluntad de integrar a las dos orillas, a la tradición heterodoxa española y [...] su apuesta permanente por el diálogo intercultural”. Al recibirlo, el escritor sostuvo que no se resignaba a un mundo “aquejado de paro, corrupción y crecientes desigualdades sociales” como el actual.

En un breve discurso –poco antes de las elecciones municipales de 2015–, Goytisolo afirmó: “Las razones para indignarse son múltiples y el escritor no puede ignorarlas sin traicionarse a sí mismo”. A eso apuntó, por ejemplo, en Paisajes después de la batalla, en el que también disparó contra las etiquetas: “Creyendo encontrar, inocentemente, comprensión y asistencia entre los núcleos minoritarios que, al amparo de la actual y, digámoslo bien claro, engañosa liberalización de nuestras costumbres, florecen actualmente en los márgenes y zonas periféricas de la sociedad, he entrado en contacto con diversas agrupaciones, colectivos y unidades móviles de feministas, gays, lesbianas, pedófilos, S&M, fist fuckers, etcétera, sin obtener de ellos el menor apoyo a mi causa. Ni los Maricas Rojos ni el Frente de Liberación Fetichista ni los Grupos de Choque de las Tortilleras Revolucionarias han querido aceptar y hacer suyos mis justas reivindicaciones y agravios”. Por eso mismo, muchos sonrieron pensando en la inquebrantable estampa del viejo catalán cuando El País de Madrid lo consultó por el Cervantes y él respondió: “Cuando me dan un premio siempre sospecho de mí mismo. Cuando me nombran persona non grata sé que tengo razón”.