Desde fuertes portugueses en la Amazonia brasileña hasta canchas de fútbol en áreas de conventillos paulistas. Ya hace más de 20 años que el arquitecto y fotógrafo Leonardo Finotti (Minas Gerais, 1977) comenzó a explorar la arquitectura moderna latinoamericana, indagando múltiples espacios urbanos desde una perspectiva personal.

Inició su carrera como fotógrafo en Portugal, luego hizo un posgrado en la fundación Bauhaus alemana y, en paralelo, comenzó un proyecto de relectura de la arquitectura moderna. Así, desarrolló variados proyectos y exposiciones, “siempre con la arquitectura y la ciudad como eje de su búsqueda visual”. Con el tiempo, trabajos suyos fueron incorporados al acervo de destacadas instituciones públicas y privadas, como la mencionada fundación Bauhaus, el museo vienés de arquitectura AzW, el japonés MOT y el francés Patrimonie. Representó a Brasil en bienales de arquitectura de Venecia, del Mercosur y de Buenos Aires, y fue invitado por el curador del Museo de Arte Moderno de Nueva York (Moma), Barry Bergdoll, a integrar la última exposición de esa institución dedicada a América Latina –Latin America in Construction: Architecture 1955-1980 (2015)–. Lo hizo con un proyecto en el que trabajó durante siete años recorriendo Latinoamérica, y que no sólo formó parte de esa exposición en el Moma, sino que además inauguró el catálogo con un capítulo fotográfico, y 15 de sus fotografías pasaron a integrar la colección permanente del museo. De aquel recorrido por la región nació Latinitudes, que abarca diez países de realidades muy diversas: Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, México, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela. Este trabajo, que el jueves llegó al museo Zorrilla, donde permanecerá hasta el 12 de agosto, tomó forma también en 2015, con curaduría de Michelle Castro, y ha recorrido ciudades como San Pablo, Buenos Aires –donde ganó el primer premio en la Bienal Internacional de Arquitectura–, Porto Alegre y Baden, siempre con un montaje distinto, adaptado a cada espacio.

En Montevideo, la fotoinstalación reúne construcciones de Eladio Dieste (la iglesia San Pedro, de Durazno; y la del Cristo Obrero, de Atlántida), Juan Antonio Scasso (estadio Centenario) y Julio Vilamajó (la Facultad de Ingeniería y la casa que lleva su nombre), junto a otras construcciones emblemáticas, como uno de los urnarios del Cementerio Central, los edificios Panamericano y El Pilar, el Banco de Previsión Social, la sede de AEBU y el Complejo Bulevar.

Los universos curvos

Finotti considera que su carrera tuvo un quiebre en 2007, cuando se dedicó al estudio de la obra del brasileño Oscar Niemeyer, una de las piezas clave del desarrollo de la arquitectura moderna, que no sólo fue autor de edificios emblemáticos de su país, sino también de su capital, Brasilia, diseñada por completo a pedido del presidente Juscelino Kubitschek. Con la exposición, que se tituló 100 fotos, 100 obras, 100 años: Oscar Niemeyer, descubrió que no sólo sería un fotógrafo de arquitectura, sino que se estaba “acercando cada vez más al arte”.

Según cuenta a la diaria, cuando en 2003 trabajó en un proyecto interdisciplinario de la Bauhaus, que se articuló entre Berlín y Moscú, “sólo utilizaba a la fotografía como parte del trabajo”. “Ahora me interesa mucho más pensar una fotografía a partir de un concepto. Y esto también es algo que se comenzó a trasladar a las exposiciones”, agrega.

De hecho, esta concepción de la fotografía y del montaje ya comenzó a gestarse en aquella exposición de Niemeyer. “Como eran 100 fotos, las montamos para que encastraran una al lado de otra: tenía como referencia la línea del horizonte, la altura de mis ojos, y el tamaño se ajustaba a la escala de los edificios. Era una exposición matemática”, sostiene. Pero además de acercarlo a la fotografía conceptual, aquel trabajo determinó su carrera, ya que fue su primer vínculo con el modernismo brasileño (equivalente a lo que en español se llamó “estilo moderno” o “arquitectura moderna”), al que Gustavo Hiriart –en la introducción del catálogo– define como la arquitectura que “refleja un momento de optimismo, una época de trabajo colectivo” cuyo objetivo era “el progreso humano”, precisamente porque “el ser moderno es un ser en comunidad”. Según este arquitecto uruguayo, se trata del paisaje más característico de las ciudades de América Latina.

Revalorizar el período

En su trabajo, Finotti identifica dos pilares: el primero es revisitar el modernismo, y el segundo es “formalizar lo informal”: explorar “cómo, cuando se crea una estructura, la misma forma organiza su entorno. O, en otras palabras, cómo logro organizar, a nivel visual, el espacio caótico”, dice, y enseguida muestra fotos de su proyecto Futebol. Urban Euphoria in Brazil (2014), en las que se descubren cuidadas canchas en medio de los sitios más impensados.

Consultado sobre lo esencial de su obra fotográfica, el mineiro admite: “Está muy presente mi mirada a través de varios aspectos: situar a la arquitectura en su lugar [señala una foto en la que la arquitectura no es nada al lado de la naturaleza], la perspectiva, el adentro y el afuera, la precisión de la luz, la cuestión del horizonte y la inspiración, que es el uno por ciento”. Dice que el suyo es un trabajo de construcción; una apuesta que se sostiene en las sutilezas, sobre todo porque uno de sus ejes centrales es pensar cómo crear relaciones entre la geometría de los espacios, las fachadas y las figuras que trazan las sombras, sin perder de vista la idea que propone esa globalidad.

Apuesta por la memoria

Para él, el estilo moderno latinoamericano ha sido subestimado, y hasta hoy se mantiene al margen de la historiografía. “Creo que uno de los temas de los países desarrollados es que han cuidado muchísimo más la memoria y su construcción. Pero tal vez eso también responda a una cuestión de autoestima”, advierte, y vincula esto con el modo –que lo “incomoda mucho”– en que los centros de poder conciben al arte latinoamericano, viéndolo “desde arriba” y perpetuando estereotipos, como si “siempre se mostrara a los alemanes creando obras perfectas y a los latinos haciendo instantáneas. Pienso que debemos cambiar esto, porque no somos lo exótico. Conceptualmente hay cuestiones muy originales y sofisticadas, incluso en el modernismo”, advierte.

Como ejemplo, señala el prestigio de las Case Study Houses, experimentos de la arquitectura residencial estadounidense que fueron patrocinados por la revista Arts & Architecture de 1945 a 1966, cuando financiaron a los grandes arquitectos del momento para diseñar y construir casas baratas y eficientes, en el marco de la gran demanda de viviendas por el regreso de soldados tras la Segunda Guerra Mundial. Para Finotti, la propaganda magnificó aquel proyecto, mientras que en San Pablo, por ejemplo, “había un conjunto de casas muy superiores”. Lo que determina al producto es “cómo se organiza, se sistematiza y se difunde esa información”, señala: “Es como si ahora una revista de decoración hiciera un concurso y dijera que el proyecto ganador, dentro de 50 años, será lo más importante de la arquitectura de Montevideo. Una cuestión de marketing. Las casas [de Case Study] eran buenas, pero conceptualmente no eran algo revolucionario”.

Entre el Moma y Latinitudes

Si bien su obra sobre arquitectura latinoamericana para el Moma abarcó el período 1955-1980 (porque la muestra era la continuidad de una anterior, que había cubierto de 1945 a 1955), a Finotti le interesaba todo el movimiento de la “arquitectura moderna”, desde 1930 hasta 1980. Por eso mismo, durante los siete años que dedicó a realizar el proyecto, trabajó de manera autónoma más allá del marco que este determinaba. En todo caso, comenta que aquella muestra realizada en Nueva York “nunca funcionaría bien en Latinoamérica, porque es una mirada externa”. “De todos modos, el curador, Barry Bergdoll, fue muy inteligente, porque dijo que la exposición no proponía una conclusión, sino una provocación acerca de la importancia” de lo que se construyó en aquella época.

Sobre la arquitectura montevideana del mismo período, apunta que al comienzo fue muy precoz y de gran riqueza, pero que después de los años 50 todo se detuvo, aunque “luego Dieste hizo algo más exclusivo, como Niemeyer en Brasil; fueron figuras que hicieron de su trabajo una marca personal”. En un pantallazo regional, opina que en Colombia y Venezuela hubo más figuras, y que en Argentina el promedio “estuvo bien”, sin que apareciera algo sorprendente. No piensa que eso pueda ocurrir ahora, en la arquitectura contemporánea. “Creo que son muy politizados, pero nunca hay algo que sobresalga. En Chile sí, sobre todo en el campus experimental de Valparaíso, de la Universidad Católica, donde se ensaya una experimentación más colectiva. Y eso es muy propio”, sostiene.

En lo que tiene que ver con Brasil, reconoce que el modernismo se da como algo propio del país, porque se reconoce a la arquitectura moderna como parte de la identidad nacional. “Digamos que los cariocas de la generación de Niemeyer hicieron algo más recargado. Después, en un segundo momento, los paulistas hicieron algo más brutal, más duro. Para ellos, lo esencial de un edificio era la estructura; no hay decoraciones ni pinturas”. Cree que en aquel período los tres países con obras más interesantes fueron Venezuela, México y Brasil, y que en la actualidad los centros de interés se trasladaron a Chile en lo privado, a Colombia en lo público y a Paraguay en lo más experimental. Allí “hay dos arquitectos [Solano Benítez y Javier Corvalan] haciendo muy buenos trabajos y con un presupuesto muy magro, lo que los vuelve mucho más interesantes. Además, están haciendo escuela”.

En cuanto a Latinitudes, Finotti considera que en esa muestra el público tiene la posibilidad de acercarse “a una visión muy personal del modernismo latinoamericano, donde pueden verse tres aspectos: cómo funciona una foto única, cómo funciona un conjunto urbano, y cómo los conjuntos dialogan entre sí. El libro [que acompaña la muestra] está pensado para que se vea una escuela en Paraguay, y después una escuela en otro sitio, y así se exprese cómo esos sistemas se van cruzando. Después habrá una foto de una playa uruguaya, o de una ruta mexicana con edificios, junto a una foto aérea de San Pablo. Puntualmente, hay una visión de la ciudad latinoamericana. Y lo que se termina consolidando es una narrativa”.