Unos días después de que el actor argentino Ricardo Darín ganara el premio principal del Festival de San Sebastián, su compatriota Pablo Trapero, uno de los máximos exponentes del llamado “nuevo cine” del país vecino, recibió el sábado un galardón en reconocimiento a su carrera del Festival de Cine Joven de Valencia. Este año, Trapero rodará por primera vez una película en inglés, que será una remake europea del clásico de acción protagonizado por Jean-Paul Belmondo El profesional (Georges Lautner, 1981), y en Hollywood debutará con The Man In The Rockefeller Suit, una adaptación del libro homónimo sobre Christian Karl Gerhartsreiter, un hombre que se hizo pasar por integrante de la familia Rockefeller durante un buen tiempo. En palabras del director, entre las víctimas del engaño estuvo incluso su esposa, y “el corazón de la película” es la situación del farsante con respecto a su hija. Todo surge cuando comienzan a investigarlo y descubren que no era un Rockefeller y que había tenido varias personalidades falsas, y lo vinculan con estafas y muertes.

A los 29 años, Trapero debutó con Mundo grúa (1998), centrada en El Rulo, un gran personaje solitario. “Lo que me interesaba era mostrar el mundo del trabajo –dijo en ese entonces–, pero no por una cuestión social sino porque siempre me atrajo esa relación muy fuerte que se establece entre un tipo y una herramienta, un tipo y una máquina. Me fascina el mundo del laburante”. Cuatro años después, estrenó el que algunos consideran su mejor trabajo, El bonaerense, sobre la inseguridad y la desocupación, atravesada por la corrupción policial. Musicalizada por Damas Gratis y marcada por las contradicciones y las miserias de la violencia y la corrupción que se viven en el Gran Buenos Aires, se concentra en el recorrido de Zapa, un muchacho de provincia que, tras un duro entrenamiento y sus primeras experiencias, en las que conoce códigos y paga derecho de piso, logra entrar en la Policía Bonaerense. A ese film le siguió, entre otros, Familia rodante (2004), filmada en Misiones, sobre una familia que viaja en una vieja camioneta para asistir a un casamiento (la protagonista es la abuela de Trapero, que también participó en su anterior película Leonera –2008–, sobre la maternidad y la supervivencia dentro del sistema penitenciario, rodada en varios centros de reclusión).

También está el sórdido policial del conurbano Carancho (2010), en el que se vuelven a cruzar Martina Gusmán –pareja de Trapero– y Darín, sobre el negocio de las indemnizaciones a las víctimas de accidentes de tránsito, que a su vez hace foco en las condiciones de trabajo de médicos y enfermeros en desbordados hospitales públicos. Al comienzo, un anuncio deja entrever el tono de la película, cuando se descubre que “detrás de cada desgracia asoma la posibilidad de un negocio”. El título hace referencia a quienes –con o sin título de abogado– se presentan diligentemente después de un siniestro en busca de lucro. Desde ese mismo registro, pero con una apuesta totalmente distinta que la acerca al reclamo social y a la necesidad de la organización voluntaria, en Elefante blanco (2012) Trapero decidió atravesar la Villa 31 con su cámara, en una historia que homenajea al cura Carlos Mugica, militante peronista y vinculado con el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, que se convirtió en un referente de los pobres de las villas porteñas (una de sus frases más recordadas fue: “Nada ni nadie me impedirá servir a Jesucristo y a su Iglesia luchando junto a los pobres por su liberación”) y murió asesinado en las puertas de la iglesia de una villa, en 1974. En una entrevista previa al estreno, Martín Mauregui –coguionista junto con Alejandro Fadel, Santiago Mitre y Trapero– recordó que, en una ocasión, fue el uruguayo Israel Adrián Caetano el que les ofreció una clave “para esquivar el miserabilismo habitual de quienes filman a pobres y marginales”, que Mauregui describía así: “Una escena siempre cuenta como mínimo dos cosas. La televisión de los golpes bajos suele contar una sola cosa, o a veces media; focaliza en algo que ya sabíamos, ¿o alguien duda de que en las villas hay paco [pasta base]? Yo lo veo en Constitución, en la esquina de mi casa. ¿Para qué escribís una escena, para mostrar a un pibe de paco que está en las últimas? No: esa es una realidad dolorosa que forma parte de un mundo, pero no es lo único que define ese mundo, y lo que nos importa es que ese chico con problemas de adicción tiene una relación íntima con el protagonista, que se ve transformado por esa relación”.

Pegando un volantazo en sus habituales producciones, en 2015 Trapero apostó por una historia que conmovió a Argentina a mediados de los 80. En El clan retrató a la familia Puccio, que se dedicó a secuestrar y asesinar empresarios, y lo hizo a su modo, con una película salvaje y precisa, y una lograda reconstrucción de época. Para él, el jefe del clan, Arquímedes Puccio, era un “auténtico villano cinematográfico, capaz de producir espanto y fascinación a la vez”, y eso es lo que propuso construir junto con el actor Guillermo Francella.

Ese mismo año, cuando se cumplían tres décadas del caso real, también recordaron a los Puccio un logrado libro y una miniserie de televisión: el talentoso periodista Rodolfo Palacios escribió El clan Puccio. La historia definitiva, y participó como asesor en la exitosa serie Historia de un clan, dirigida por Luis Ortega, en las que rastreó los enigmas ocultos detrás de esas criaturas impensadas.