La Muestra de Cine Coreano es una bella iniciativa de la Embajada de la República de Corea (Corea del Sur) junto al Korean Film Council, asociados este año con la cadena Life. Las funciones se realizan en el Alfabeta con entrada gratuita.
Corea del Sur tiene una larga tradición de cine, pero su circulación en Occidente fue ínfima hasta fines de los años 80. La gran eclosión se dio a partir del 2000, cuando películas realizadas en ese país empezaron a destacarse en los festivales internacionales top y ganaron un estatuto estelar realizadores como Hong Sang-soo, Kim Ki-duk (Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera, 2003), Park Chan-wook (Oldboy, del mismo año) o Bong Joon-ho.
La repercusión internacional de esa producción reflejó en alguna medida el crecimiento del cine en el propio país. Fundado en 1996, el Festival Internacional de Cine de Busan (BIFF) remontó hasta convertirse en el más glamoroso de Asia. Corea del Sur tiene la reputación de tener un amplio público cinéfilo, y de hecho presenta el mayor índice de idas al cine per cápita del mundo (4,66 por año). Esto, considerando la población de 51 millones, lo convierte en uno de los mercados exhibidores más fuertes. Se producen más de 200 largometrajes cinematográficos por año y el cine nacional capta 52% del mercado doméstico (los únicos otros dos países en los que el consumo de cine local es más alto que el de cine extranjero son Estados Unidos e India). Los “secretos” son obvios: un desarrollado sistema educativo, fuerte apoyo estatal a la producción, restricciones a la importación de películas extranjeras y, sobre todo, cuota de pantalla para la producción propia.
Esta muestra esquiva a los directores-estrella, y se concentra en obras de realizadores con menos de 50 años, todas estrenadas comercialmente en 2014 y que obtuvieron muy buena repercusión en su país de origen. Se trata esencialmente de cine popular. Al no estar la capa de arte/modernismo, el espectador se confronta en forma más evidente con una barrera de pequeñas diferencias de costumbres, instituciones, premisas y concepto de diversión (por ejemplo, el pudor sexual lleva a veces a un humor que puede resultar un poco ingenuo). Pero no se trata de una barrera espesa, y bien puede ser uno de los factores fascinantes de encarar esta muestra.
Las películas
El rey de jokgu (Jokguwang –debería ser “del jogku”–) es la ópera prima de Woo Moon-gi. Es una comedia deliciosa, centrada en la práctica, en un campus universitario, del jogku (algo parecido al fútbol tenis, que surgió como pasatiempo entre militares). La edad de los personajes es universitaria, pero el tipo de humor es, para nuestra perspectiva, liceal, sin esos elementos guarros o escatológicos de la “nueva comedia” estadounidense. Hay algunas hipérboles a la manera de la hongkonesa Shaolin Soccer: Man-seop patea la pelota con tanta fuerza que abre un pequeño cráter en la cancha; la muchacha enojada emite el rugido de un león. Quitando esos rasgos puntuales y ocasionales, el relato está más cercano al naturalismo caricaturizado. Los ingredientes son los esperables: el protagonista sólo dispone de un grupo de frikis para armar su equipo; le gusta la chica más linda de la clase pero ella prefiere al futbolero carilindo; al inicio todos los desprecian pero va ascendiendo en popularidad; amistad y fidelidad con los compañeros. Man-seop es un personaje cautivante –el actor Ahn Jae-hong se convirtió en estrella a partir de ese rol–. Aparte de desarrollar con fineza los vínculos humanos y de construir una historia en la que hay enfrentamientos pero no villanos, la realización es de una creatividad y habilidad sobresalientes. En el primer acercamiento de Manseop a Anna suena la Sonata “Claro de luna” como música incidental romántica, pero esa composición de Beethoven va siendo pervertida (con interrupciones, reanudaciones, disonancias o enlentecimientos) en función de la manera en que el diálogo se muestra más o menos esperanzador para el protagonista. El montaje es espectacular, y hay que ver ese momento de la final del campeonato, en cámara lenta, sonorizado con un vals. La película es toda una alegría, aun con su final agridulce y ambiguo.
Mi amor, mi novia (Na-eui sa-lang, na-eui sin-boo, de Lim Chan-sang) es como una comedia de rematrimonio. Empieza donde suelen terminar las comedias románticas tipo “chico conoce a chica”, con la propuesta de casamiento, y desde ahí acompaña distintas etapas en el acomodo de la pareja a la vida en común: la pasión sexual (medida en los comentarios chismosos de la casera, que representan la mirada social), las pequeñas diferencias cotidianas, la tensión por cumplir con las expectativas y el hartazgo ante las incompatibilidades, la dificultad de combinar las vocaciones artísticas con la necesidad de supervivencia y la vida doméstica, las tentaciones de infidelidad, el tambaleo de los roles de género en la pareja nuclear moderna y los intentos de ambos de cumplir con dichos roles pero también pelear contra ellos. El protagonismo siempre está dividido, con momentos en que los pensamientos de uno y de otro suenan en voz interior, a la Bridget Jones. Como buena comedia romántica, no falta la carrera de él cerca del final, al momento de confirmar el amor luego de haber metido la pata. Pero luego el encuentro, como todos en la película, está lleno de espacios silenciosos, cosas no dichas, intenciones encontradas. Aun reconociendo que la comunicación es muy imperfecta, la película claramente apuesta por el amor y la pareja, como en las películas hollywoodenses de los años 30. Hay, al menos desde nuestra lejana sensibilidad, un desacompasamiento entre lo fino de todo eso y el humor ingenuo, acentuado además por una música sobreexplicada (véase el epílogo). Pero lo bueno predomina con creces.
Estos dos films ya no se volverán a presentar en la muestra; bien que se merecerían exhibición regular en cartelera. Para los siguientes tres habrá funciones todavía, entre hoy y mañana.
El encuentro fatal (Yeokrin, de Lee Jae-kyoo) transcurre en 1777, año en que el joven rey Jeongjo sufrió siete intentos de asesinato. La película ficcionaliza las 24 horas alrededor de uno de esos intentos. Es el único film totalmente serio de la muestra. En forma similar a lo que tantas veces pasa en el cine japonés y chino, la ambientación en época premoderna y contexto aristocrático es pretexto para un espectáculo visual especialmente cuidado, donde las exquisiteces de iluminación, movimiento de cámara y foco juegan con las simetrías de la arquitectura palaciega, de los rituales y de los cuerpos disciplinados. Jeongjo fue un rey notorio por sus reformas iluministas, y es mostrado aquí en forma idealizada, la encarnación misma del monarca ilustrado, hábil componedor de políticas, de ética intachable, profundo conocedor de los venerables textos filosóficos y además temible espadachín y arquero. Como tantas veces en el cine de samuráis, la intriga es entreverada y va creciendo a ritmo pausado y tenso hasta explotar en un baño de violencia. Mientras tanto, acompañamos, en el presente y en flashbacks, episodios con los distintos personajes, que incluyen amistades, separaciones y conflictos de fidelidad, e involucran a princesas, eunucos, asesores, sirvientas, militares y un grupo de asesinos tipo ninja abusados por un maestro sádico, que es el único personaje realmente malvado. Frente a la austeridad con que se desarrolla la intriga, hay cierta sentimentalina en la prolongación llorosa de algunas muertes que deberían ser conmovedoras, bañadas en música melosa. Pero es un rasgo menor dentro de un espectáculo sólido y visualmente espeluznante (hoy, lunes 12, a las 22.00).
Kundo (Gundo: min-ran-eui sidae, de Yoon Jong-bin) es la otra película de época en la muestra: la acción transcurre un siglo más tarde que la de El encuentro fatal, en los últimos años de la dinastía Joseon. No podía ser más distinta en el tono y en el enfoque. Aquí la acción y violencia (que también las hay, tanto o más que en la otra) se mezclan con toques cómicos, que se yuxtaponen sin problema con momentos serios y sentimentales. Hace mucho que no veo nada tan parecido a las representaciones comunistas en las que situaciones históricas servían para evocar y legitimar las luchas sociales. Aquí los nobles abusan del poder, mienten y explotan, mientras el pueblo oprimido sufre, hasta que se termina aliando con un grupo de rebeldes súper entrenados para terminar con la injusticia. Un carnicero –lo más bajo en la jerarquía social de Joseon– se convierte en el más temible de los guerrilleros, y empuña sus cuchillas profesionales como armas contra los soldados (está interpretado por Ha Jung-woo, una de las mayores estrellas del cine coreano). El villano mayor es hijo de una prostituta y fue adoptado por un noble: la traición de clase es aún más deplorable que la maldad aristocrática. Los rebeldes justicieros, intrépidos, sonrientes y chistosos, tienen mucho de Robin Hood, y la comunidad en la que viven es tipo Shangri-la. La música al estilo de Ennio Morricone, con ritmo de cabalgata y guitarra eléctrica, termina de cerrar las alusiones western de las carreras de caballos en las praderas y de algunos duelos. Lástima que, sin verdaderos actores marciales, las escenas de acción reposen en un montaje fragmentado, en el que no hay una sola piña, patada o golpe de espada que aparezca en un plano continuo (hoy, lunes 12, a las 19:00).
Mi vida brillante (Dugeun dugeun nae insaeng), de E J-yong (o Lee Je-yong), cuenta la historia recontra sentimental de los últimos días de vida de un adolescente con progeria (envejecimiento precoz). El chico es perfecto: inteligente, agradecido, sociable, pide disculpas por las molestias que ocasiona, lleva adelante con entereza la noción de que tiene los días contados y aguanta comprensivo las bromas insensibles que le hacen los demás gurises. Todo parece calculado para suscitar lágrimas, y tantos buenos sentimientos y muestras de devoción sin fisuras pueden empalagar (máxime con música edulcorada). Pero, en fin, son tantos los golpes lacrimógenos que es difícil que alguno no llegue a dar en el clavo. Los asiáticos suelen tener presente, y ejercer sin pudor, la noción de que es parte de la salud humana purgar las tristezas, y a tal efecto existen obras de este tipo (es como uno de los tópicos de la película: Ah-reum quiere vivir, antes de morir, la dulce experiencia de tomar unos tragos y oír una canción triste). El padre del niño está interpretado por Gang Dong-won, el villano de Kundo: formidable eclecticismo.