Hace un mes se estrenó Guardianes de la galaxia vol. 2, y ahora esta Mujer Maravilla: capaz que es coincidencia, pero podría ser el indicio de un buen momento para el cine de superhéroes. Sí, claro, es mi opinión personal: suena totalmente enajenado si pensamos en la salud comercial del género y el evidente atractivo que ejerce en varios millones de personas. Los cinco exponentes más taquilleros (en valor absoluto, no actualizado) del cine de superhéroes, todos producidos en lo que va del siglo, rindieron sumados más de 6.000 millones de dólares. No soy nada fan de esta oleada cinematográica (pese a una infancia totalmente centrada en los superhéroes y haciendo estragos domésticos mientras correteaba con un trapo atado al cuello que oficiaba de capa), así que cuando elogio una película de superhéroes, suele querer decir que es algo bien distinto a los Batman de Christopher Nolan o a la serie de Los Vengadores. Pero en este caso, la mayoría de los espectadores compenetrados con el género parecen estar de acuerdo conmigo, porque Mujer Maravilla viene siendo señalada como la mejor por lejos del Universo DC, y se perfila como un gran éxito de boletería.

No puedo concebir una Mujer Maravilla mejor que esta, encarnada por la actriz israelí Gal Gadot. Es una mujer tremendamente sexy, pero que, si bien reúne atributos de belleza convencionales y estándar (Gadot fue Miss Israel en 2004 e hizo carrera como modelo), tiene un alguito torcido en el rostro, que ayuda a cortar un poco la frialdad de la “perfección”, y un toque exótico que se adecua al personaje –una diosa o semidiosa del Mediterráneo oriental–. No lleva, como otras actrices/modelos (piénsese en Mila Jovovich), la pasarela pegada a la actitud corporal. Hizo –como toda la ciudadanía israelí con la aptitud física requerida– dos años de servicio militar, y practicó asiduamente distintos deportes y artes marciales, así que hace personalmente muchas de sus escenas peligrosas o acrobáticas, y los movimientos de lucha le salen naturales y potentes. Su manera de actuar es sutil: no pone demasiadas caras y es en cierta medida un misterio qué es exactamente lo que está sintiendo y pensando su personaje. Con ese tono reservado, logra transmitir los rasgos de ese personaje en distintas instancias: el heroísmo y la fuerza en la batalla; majestad y autoridad principescas, encaradas sin solemnidad y sin romper la posibilidad de vínculos personales amigables; la inocencia de una persona que fue educada sin que se le inculcara la noción de pecado (habla de sexo sin el recato que era norma para una mujer “decente” de su época); la sorpresa digna que muestra al entrar en contacto con la modernidad, luego de haber pasado la infancia y la adolescencia en una isla pretecnológica poblada exclusivamente por amazonas. Su voz se parece a la de Jennifer Lawrence (o la moldeó para que se le pareciera, porque el personaje Katniss Everdeen, de la saga Los juegos del hambre, es el ejemplo reciente más exitoso de heroína), con esa ronquerita que contribuye a darle un toque de fragilidad o falibilidad, e impide que sus proclamas de lucha se parezcan a órdenes: todos la siguen, pero no porque sea mandona, sino por simpatía, admiración y la evidencia de su poder como luchadora. Sus atuendos de heroína aquí no son ese traje de artista de circo de la Mujer Maravilla original en los cómics y sus posteriores variantes, sino algo más cercano a una armadura helénica que pudiera ser portada por una amazona, y tiene como único resquicio medio camp la infaltable tiara metálica estampada con una estrella roja.

La directora Patty Jenkins es la misma de Monster (2003), aquella película en la que Charlize Theron se transmutó en una asesina fea y bruta (que le valió el premio Oscar a la mejor actriz). Luego de esa obra formidable, Jenkins se dedicó a la televisión y este es recién su segundo largometraje cinematográfico. Una de las grandes virtudes de Mujer Maravilla, no sólo entre los films de superhéroes, sino entre los blockbusters en general, es su ritmo relativamente pausado. Uno efectivamente tiene tiempo para captar cómo se desarrolla la cotidianidad apacible de las amazonas en Temiscira y para comprender todas las cuestiones genealógicas e ideológicas que más adelante van a pautar su oposición al dios de la guerra, Ares. La duración de esa exposición, que es en parte un relato de origen, es lo que permite a los espectadores vivenciar (y no sólo captar intelectualmente) la sorpresa y la extrañeza de la protagonista ante el primer contacto con un personaje masculino (Steve Trevor), luego su horror ante la irrupción de la guerra en ese rincón de paz, y luego la adaptación progresiva y no siempre fácil de Diana (nadie le dice “Mujer Maravilla” en la película) al mundo “civilizado” cuando se traslada a Londres a fines de la Primera Guerra Mundial.

Ese ritmo cuidado, con diálogos que tienen más de dos o tres intercambios, va a permitir el gradual crescendo de la química amoroso-erótica entre Diana y Steve (que es cuando ella descubre que estar con un varón puede tener su gracia). Sólo la presentación del grupo de amigos/soldados se pasa un poco de escueta, y no llegamos a involucrarnos con ninguno de ellos: la caracterización es neta, pero no se desarrolla lo suficiente (una pena, porque es un menjunje interesante de un árabe con un escocés borracho y un indígena norteamericano). El tono es mayormente serio, pero hay humor, y la película se permite tomarle un poco el pelo a su personaje (como cuando aprende a vestirse como una mujer moderna, y sale por ahí con ropa de secretaria londinense pero con espada y escudo).

No sólo la historia se cuenta a un ritmo en el que podemos saborear los acontecimientos y contrastes: también el montaje es, para los estándares de este tipo de cine, un poco más pausado, y está calculado para que sea posible disfrutar los planos, para que se entienda bien qué está ocurriendo y dónde. Las peleas contienen tramos relativamente extendidos de movimientos continuos (sin esos saltos de montaje que buscan darle un ritmo “dinámico” a esas escenas), y esto trae consigo una bella corporalidad casi dancística.

No recuerdo otra película de superhéroes en la que sobrevivan tantos elementos del estilo propio de las historietas (no es lo mismo que trasladar fielmente viñetas a la pantalla, como se ha hecho en algunas adaptaciones): hay varios planos o momentos de imagen relativamente estática tomada con gran angular –con la perspectiva un poco exagerada, como la que se suele usar en ese tipo de dibujos–, en que vemos a Diana en poderosas posiciones de lucha, como si estuviera atacando a la pantalla misma. A veces los combates están realizados con velocidad variable, de modo que los enlentecimientos permiten apreciar las distintas etapas de determinado movimiento, y eso emula el ritmo también variable de las historietas (donde los cuadritos se distribuyen en forma desigual en el tiempo diegético, y a veces tenemos tres o cuatro cuadritos para, por ejemplo, un salto, una patada y una vuelta carnero, mientras que la duración de un parlamento ocupa un solo cuadrito). La coordinación entre la coreografía de acción (que a veces es bastante compleja) y los movimientos de cámara es interesante, y transmite una particular sensación de vértigo y potencia, sin perder nunca claridad.

Las imágenes son preciosas: gran trabajo del fotógrafo Matthew Jensen (comparable a veces con el visual espeluznante de las películas de época de Zhang Yimou), que puede pasar inadvertido porque se trata de una película de superhéroes, pero vale la pena prestarle atención. No sólo hay paisajes deslumbrantes, sino también una cuidada composición visual que ayuda a articular el relato: por ejemplo, un extenso tramo (en la base aérea de noche) dominado por el negro, y luego de unos 15 minutos de oscuridad todo explota en matices de anaranjado a medida que se expanden las llamas, de modo que el clímax narrativo es también un clímax lumínico-cromático. Cuando Diana llega a la fiesta de los oficiales alemanes, su vestido azulón brilla en medio de una escenografía y un vestuario que están por completo en tonos marrones y aceitunados. Cuando Hipólita cuenta a la pequeña Diana la historia de Zeus y Ares, visualizamos el relato en un estilo pictórico, como si se tratara de imágenes pintadas al óleo por Miguel Ángel (y, de paso, apreciamos similitudes entre los musculosos cuerpos divinos en las pinturas mitológicas renacentistas y los héroes voladores de las historietas).

Tanto las amazonas como los oficiales alemanes aparecen para nosotros hablando inglés. Es, de todos modos, un respiro que la historia sólo involucre a Estados Unidos en forma secundaria. Steve es un espía estadounidense que opera en Europa durante la Primera Guerra Mundial, y el único otro personaje nacido en Estados Unidos es el Jefe, un indígena que no tiene cosas muy lindas que decir de su país. El resto de la acción involucra el enfrentamiento entre europeos. Las metáforas son ambivalentes: una vez que el villano es Ares, el dios de la guerra, parecería que Diana combate a la guerra en sí, con actitud pacifista. Sin embargo, para alcanzar ese objetivo debe eliminar a Ares, y eso se parece al intervencionismo y al asesinato de líderes demonizados por oponerse a los intereses occidentales. Pero hay una vuelta de tuerca que quita validez a esta lectura. En fin, no se van a ofender ni los que están a favor ni los que están en contra de las políticas belicistas estadounidenses.

Una superheroína como la Mujer Maravilla implica empoderamiento femenino: ella tiene el liderazgo, es la más fuerte, la más íntegra, es independiente, es la que siente más compasión por sus prójimos y la que en forma más sistemática pelea por la paz. Es ajena a toda represión, no es tímida ni recatada, no se pone en el lugar que la sociedad europea de inicios del siglo XX adjudicaba a las mujeres. La película muestra con humor la extrañeza que esto podía producir. Pero ninguno de esos bienvenidos apuntes feministas tiene la fuerza ideológica de la película en sí misma, realizada por una brillante Patt Jenkins, que hace un trabajo mucho más exquisito, redondo y eficaz que los que vienen haciendo muchos de sus colegas varones.

Mujer Maravilla (Wonder Woman)

Dirigida por Patty Jenkins. Estados Unidos/China, 2017. Con Gal Gadot, Chris Pine y Robin Wright. Grupocine Ejido y Punta Carretas; Life Cinemas 21 y Costa Urbana; Movie Montevideo, Nuevocentro, Portones y Punta Carretas; shoppings de Colonia, Las Piedras, Paysandú, Punta del Este, Rivera y Salto.