La extensa novela de Neil Gaiman en la que se basa la serie homónima American Gods no puede ser llevada a la pantalla en apenas ocho episodios, y una vez visto el primero, fue claro que no iba a haber sólo una temporada, sino que el canal Starz y el equipo de producción formado por Bryan Fuller, Michael Green y el propio Gaiman apuntaba a un proyecto de varios años, en el que no sólo se narrara la historia original sino que también se hiciera una inmersión en su universo de incontables posibilidades, dosificada para no agotar la trama central de inmediato.
Eso ha sido lo mejor y lo peor de American Gods, una serie en la cual la desmesura y la administración han ido de la mano, y el control de la información ha sido tan estricto como la diversidad de personajes y líneas argumentales, que aún no se han dado del todo la mano. Recapitulemos un poco (avisando que podemos –y vamos a– caer en el spoiler): American Gods es una suerte de road movie (u originalmente una road novel) fantástica, que cuenta el periplo de Shadow Moon; este, al ser liberado después de tres años de prisión, se encuentra con un hombre misterioso que se identifica como Señor Miércoles, y acepta entrar a su servicio; a su tiempo, descubrirá que Miércoles es el dios nórdico Odín, y que su intención es reunir a una serie de otras deidades olvidadas y anacrónicas que, faltas de adoración, llevan vidas más bien mediocres, para emprender una guerra contra las entidades que los han sustituido como objeto de adoración, y que son la encarnación de los medios de comunicación, el dinero, internet y demás obsesiones contemporáneas.
A la vez summa y reducción de las obsesiones de Gaiman –cuya obra magna en el cómic, The Sandman, también se basaba en la interacción de los seres humanos con deidades de distintas tradiciones–, el libro es una obra poderosa, llena de fantasía, acción, sexo y no pocas reflexiones sobre la espiritualidad, la migración, el consumismo y la modernidad, escrito además en una prosa muy poética y con mucho humor escondido en su solemnidad. Todas esas virtudes fueron transportadas a la pantalla por un productor con un gran sentido de la espectacularidad y los ganchos como Bryan Fuller (destacado en su trabajo con Hannibal) y dos creadores con experiencia cinematográfica pero provenientes del cómic como Michael Green y Gaiman, lo que aseguraba un producto de gran atractivo visual. En eso, American Gods no decepcionó, pero tanto para quienes estaban familiarizados con la novela como para quienes no, esta primera temporada pareció haberse quedado un tanto corta de espacio, y terminar un par de episodios antes de lo que debía.
Ya fueron introducidos casi todos los personajes esenciales de la trama, y se insertaron algunas de las pequeñas historias con las que Gaiman informaba sobre la llegada de los dioses europeos, africanos o asiáticos al Nuevo Continente. Así, la serie se permitió pasar de la actualidad, a un barco esclavista hace tres siglos, al Egipto de la Antigüedad, a la llegada de los vikingos a América del Norte o a la Irlanda del siglo XVII, en relatos breves y cerrados –y en alguna ocasión de estética totalmente distinta– que generalmente abrieron episodios antes de los créditos, aunque ocuparon alguno casi por completo. Todo muy entretenido para quienes conocían la novela o habían leído bastante sobre esta adaptación, pero quizá confuso para parte de quienes se aproximaran por primera vez a ese mundo. La demora en revelar la auténtica identidad de Miércoles (a pesar de decenas de indicios: tanto el libro como la serie ofrecen pistas evidentes pero logran que no lo sean tanto) y en que Moon descubriera la naturaleza del mundo en el que tiene que cumplir un rol esencial puede haber resultado un tanto frustrante, sobre todo por la decisión de cortar el relato antes del primer gran encuentro de dioses humanizados en la extravagante House on the Rock, una atracción turística en Wisconsin.
Estas decisiones, con personajes tan atractivos como Mr Nancy (la encarnación de la deidad africana Anansi) o el demonio ruso Czernobog, apenas presentados, hicieron que la serie diera la impresión de finalizar no en un momento cúlmine, que dejara enganchados a los espectadores para el próximo año, sino un poco antes de eso, cuando los televidentes ajenos al libro recién se familiarizaban de verdad con su planteo, y quienes ya lo conocían esperaban con ansias el fin de algunos misterios no muy misteriosos.
Todo eso se podría anotar un poco en el debe de la serie, pero en el haber se acumularon logros como para poder decir, a mitad del año, que fue una de las series más fascinantes de 2017.
Deidades laterales
Como dijimos antes, la traducción visual tenía grandes posibilidades de ser brillante, y no defraudó: con una enorme y colorida imaginación aplicada a cada escena, ilustró lo narrado por Gaiman con cierto refinamiento glam, brillante y estetizado hasta en sus aspectos más violentos y sórdidos. American Gods es una de esas series en las que hasta la gente poco atractiva se vuelve glamorosa, y las personas que ya son atractivas lucen deslumbrantes. A las citas y múltiples referencias culturales incluidas en el libro se le agregó un montón de guiñadas –tanto en la pantalla como en la banda de sonido (bien seleccionada en las canciones de referencia, más bien sosa en sus composiciones originales)– a películas que van desde La naranja mecánica a Amistad, o un oportuno homenaje a David Bowie, además de asumir varios riesgos –que hoy en día tal vez ya no lo sean tanto– en el esplendor explícito de algunas explosiones de sangre o en escenas sexuales bastante más directas (sobre todo en lo referido a los personajes varones) de lo acostumbrado, incluso en la televisión actual. Pero sobre todo, y en correspondencia con una temática que reúne toda clase de tradiciones culturales, identidades sexuales y grados morales, American Gods presentó una diversidad visual y técnica sólo comparable hoy en día con la de la igualmente explosiva Legion, aunque con más énfasis en lo fantástico que en lo psicodélico.
Sin embargo, no fue ese el mayor fuerte de la serie, sino el casting del elenco, sin necesidad de recurrir a nombres muy rutilantes. Desde el Miércoles/Odín de Ian McShane al Mr Nancy de Orlando Jones, los actores se acercaron mucho a la imagen de los personajes en el libro, pero cada uno logró una definición única del suyo (o al menos los que pudieron desarrollarlo mínimamente) que lo hizo memorable de inmediato pese a lo enrevesado de la historia. Pero entre los que tuvieron más tiempo en pantalla, no fue el dúo central de Shadow Moon (Ricky Whittle) y Miércoles –contenido y perplejo el primero, exuberante y taimado el segundo– lo más entretenido y efectivo, sino el formado por dos personajes algo laterales en la novela (que además no se relacionan en ella: en este y otros aspectos, la adaptación se toma con éxito importantes libertades), que aquí se robaron la serie desde que aparecieron: el leprechaun irlandés Mad Sweeney (Pablo Schreiber), y Laura Moon (Emily Browning) la esposa zombi (pero no antropófaga) y en estado de putrefacción progresiva de Shadow. El contraste entre el gigantesco Schreiber y la diminuta –pero físicamente dominante– Browning, y su relación de maltrato verbal permanente y obscenísimo, que oculta un profundo afecto, es un recurso muy habitual en cine y televisión, pero la asombrosa química entre ambos, sus desempeños individuales y la gracia mordaz de sus diálogos hicieron que los segmentos que compartieron se despegaran de la calidad confusa pero constante de la serie.
American Gods abandonó su relato justo cuando los protagonistas comenzaban a interactuar con los otros personajes principales, pero la posibilidad de seguir las aventuras del duende de dos metros de alto y la esposa muerta es quizá el mayor anzuelo lanzado, con éxito pero cierta desprolijidad, por el que apunta a ser uno de los fenómenos televisivos de un año que, en términos de fantasía y riesgo, viene con mucho vuelo.