Cerca de la medianoche del 31 de mayo, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, estaba en una de sus habituales andanadas nocturnas de tuits cuando lanzó al ciberespacio la frase “despite the constant negative press covfefe”, cuya última palabra nadie conocía antes de que él la escribiera. Probablemente fue un error de tipeo. Quizá Trump quiso escribir “pese a la constante cobertura negativa de la prensa”, pero digitó “covfefe” en vez de coverage; quizá quiso poner “pese a la constante prensa negativa, café”, y puso “covfefe” en vez de coffee... vaya uno a saber: a menudo es difícil interpretar qué está pensando el mandatario de la mayor potencia del mundo, que mañana cumple 71 años, o si realmente está pensando. Sea como fuere, el caso es que después de ese incomprensible mensaje el presidente durmió, a las seis de la mañana el tuit había sido borrado, y una hora después a Trump se le ocurrió hacerse el gracioso tuiteando: “¿¿¿quién puede imaginar el verdadero significado de ‘covfefe’??? ¡Disfruten!”. Para mayor jolgorio, el secretario de prensa de la Casa Blanca, Sean Spicer, dijo a periodistas que “el presidente y un pequeño grupo de personas saben exactamente qué quiso decir”.
El episodio recibió una amplia cobertura mediática y un aluvión de comentarios en redes sociales, que pueden haber sido más que los referidos a la decisión de Trump, en esos días, de retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París sobre el cambio climático. En su momento, la diaria no publicó ni una línea sobre el incidente de la palabreja porque no nos pareció que tuviera la más mínima importancia.
Ayer, como para demostrar que el gracejo de los políticos estadounidenses es inagotable, el legislador Mike Quigley, del estado de Illinois e integrante de la Cámara de Representantes por el opositor Partido Demócrata, presentó formalmente un proyecto de ley al que bautizó “Communications Over Various Feeds Electronically for Engagement”, un nombre de redacción enrevesada que podría traducirse como “comunicaciones sobre diversas emisiones electrónicas para actividades sociales”, ideado para que tenga, como siglas en inglés, justamente COVFEFE. El propósito declarado de ese proyecto es que los mensajes en redes sociales de quien ocupe la presidencia de Estados Unidos pasen a formar parte de los archivos oficiales sobre su mandato: o sea, en lo inmediato, que los tuits de Trump sean tratados como documentos históricos. ¿Por qué nos ocupamos ahora de este chiste tardío? Porque, más allá de las intenciones burlonas de Quigley, su iniciativa pone sobre el tapete una cuestión de gran relevancia internacional: en la medida en que Twitter, Facebook y otras plataformas para la potencial difusión masiva de mensajes han pasado a ser herramientas de suma importancia en la actividad política, y también en los debates sobre otros asuntos, se está incubando un problema gigantesco para los historiadores del futuro, ya que los contenidos que se vuelcan en estos nuevos medios de comunicación son cuantiosos y muy difíciles de hallar en una búsqueda retrospectiva. Quizá, cuando se encuentre una solución para este problema, se recuerde a Mike Quigley como a un precursor.