Hace poco comentábamos cómo Netflix, en su programa para convertirse en el canal de la comedia stand-up mediante el simple recurso de contratar, por cifras millonarias, a los principales comediantes del género y estrenar un show especial en cada quincena de este año, se había pegado un tiro en el pie al inaugurar la temporada con The Leather Special, de Amy Schumer. Ese espectáculo no sólo mostró que la media hora de fama de Schumer posiblemente ya pasó, sino también que la rubia ni siquiera pareció esforzarse por hacer una despedida decente. Afortunadamente para Netflix –y para los simples amantes de la buena comedia hecha por mujeres–, el canal disponía también de shows de dos de las tres mejores comediantes femeninas del género en la actualidad: Old Baby, de Maria Bamford, y Speck of Dust, de Sarah Silverman (la restante sería la veterana Wanda Sykes), y eso que podría acallar cualquier discusión sexista sobre humor durante un buen tiempo, ya que ambas se instalaron cómodamente hace tiempo entre los mejores diez comediantes de stand-up de los últimos 15 años. Sin embargo, tanto por motivos personales como por decisiones estéticas, ninguna de las dos parecía estar últimamente en su mejor nivel, y fue una gran incógnita cómo encararían el desafío de participar en esta muy promocionada serie de especiales: en ambos casos, los resultados son desparejos, algo polémicos y, a la vez, estupendos.

Rara

Bamford adquirió notoriedad como la única mujer del espectáculo colectivo de comediantes “alternativos” llamado The Comedians of Comedy, que la reunió en una gira de 2005 y 2006 con Patton Oswalt, Brian Posehn y Zach Galifianakis, todos destacados por su aproximación más juvenil y absurda al stand-up, con elementos de identificación en las subculturas más o menos relacionadas con el rock y el cine independiente, y sin casi recurrir a las estructuras de chistes u observaciones sociales tradicionales. Bamford se destacaba, en particular, por tener como tema preferente la alienación y los problemas mentales, hablando con un distintivo y extravagante tono nasal que, sin embargo, era capaz de cambiar radicalmente varias veces con gran velocidad, de modo que parecía poseída por un batallón de distintas personalidades, una capacidad que la convertiría en una de las principales actrices de voz de Cartoon Network y la llevaría a participar en muchas películas animadas, pero que también tiene mucho que ver con un trastorno bipolar que sufre desde su adolescencia, y sobre el que suele hablar con inquietante franqueza y mucha gracia en sus espectáculos.

En 2012, gravemente estresada y mal medicada, sufrió una crisis nerviosa que la tuvo fuera de los escenarios por un tiempo, pero una vez recuperada volvió a la (hiper)actividad, apareciendo en episodios de Louie y de Arrested Development, y protagonizando para Netflix la sitcom semiautobiográfica Lady Dynamite. En 2016 salió de gira con un espectáculo llamado 20%, sobre los recientes acontecimientos de su vida, y esa es la base de Old Baby.

La comedia de Bamford frecuentemente se ha desarrollado bajo el signo de lo experimental, o más bien de lo excéntrico, en cuanto al material que pone en escena; en Old Baby extiende eso a lo formal, y en vez de filmar una actuación en vivo, aparece en ocho situaciones distintas: empieza su monólogo sola en su casa frente a un espejo, sigue ante su esposo y sus perros, luego para un grupo de vecinos, y así hasta culminar en un amplio teatro. El recurso –que ya había empleado antes en The Special Special Special, actuando para su familia– es sorprendente pero riesgoso y de discutible efectividad, ya que hay algo un poco excesivo y no gracioso en ver un monólogo de stand-up ejecutado frente a tres o cuatro personas, y ni hablar cuando es tan sólo una. La incomodidad propia del humor de Bamford se hace mayor cuanto menor es la asistencia y, aunque sin duda genera un efecto muy particular, el especial mejora cuando el lugar es mayor y con más espectadores (aunque es interesante, en los recintos más pequeños, ver que el público es tan freak como ella).

Sin embargo, como monólogo en general Old Baby es brillante, removedor y tal vez genial, aunque al mismo tiempo un poco agotador y no muy hilarante, aunque esto suene contradictorio, incluso para los superados que no van a ver stand up con la intención de divertirse, sino para confirmar sus propias ideas (y bien podrían simplemente leer, ahorrándose el trabajo de salir). Lo que hay en Old Baby no es una humorista canchera contando algo en lo que es fácil reconocerse o que lleva a decir “¡tiene razón, mismo que es así!” (tal vez el recurso más barato de la comedia stand-up), ni alguien contando chistes propiamente dichos, ya que las historias carecen de remates o oneliners, sino una monologuista virtuosa y con una capacidad histriónica fuera de lo normal, que parece poseída por una legión de demonios que se satirizan entre sí. Bamford parece más funcional que sana, más operativa que recuperada, pero su reflexión sobre su propia inestabilidad le da ese toque especial y dramático que podía encontrarse en el clásico Live on the Sunset Srip (1982), de Richard Pryor, centrado en algunos horrendos incidentes que el comediante había sufrido por su adicción a las drogas. La catarsis de Bamford es menos conmovedora, efectiva y empática, pero no es menos singular y sin dudas desborda talento.

Casi civilizada

Silverman tiene varias cosas en común con Bamford; además de ser coetáneas y pertenecientes a la misma generación de comediantes que explotaron a principios de este siglo. También es conocida por sus participaciones televisivas y como actriz de voces, y también ha tenido problemas depresivos –aunque de menor entidad que los de Bamford– que afectaron su carrera. Pero al mismo tiempo es una comediante radicalmente distinta, si se quiere mucho más “de la vieja escuela”. Comenzó su carrera a fines de los 90 y fue depurando su show hasta reunir un compendio de sus rutinas en la película Jesus is Magic (Liam Lynch, 2005), que tal vez sea uno de los espectáculos de stand-up más redondos de todos los tiempos. El gimmick (el recurso distintivo de un humorista) de Silverman era simple e infalible: aprovechando su encanto de chica atractiva, elegante y refinada (con una forma de hablar que en Uruguay calificaríamos inmediatamente de cheta algo ingenua), realizaba los comentarios más impresentables en lo racial o lo sexual, actuando como si no entendiera qué podía haber de chocante en lo que había dicho. Pero no sólo tenía una habilidad impresionante para usar con equilibrio ese recurso –que la ya mencionada Schumer ha intentado imitar con gran irregularidad, quedando como una guaranga buena parte de las veces–, sino que además contaba con un material impresionante, de chistes e historias uniformemente buenos, en los que sumaba escándalo y efectividad, la combinación soñada de la gran comedia de stand-up.

Pero esa calidad era el resultado de una gran depuración de material acumulado en muchos años, y con el tiempo, si bien Silverman seguía siendo graciosísima en sus participaciones como invitada televisiva, sus estructuradas rutinas de escenario –que no tenían nada de improvisado, como era habitual en la vieja escuela del stand up– empezaron a repetirse, y ella no pareció ser capaz de producir chistes con la calidad de los de Jesus is Magic a la velocidad que los tiempos actuales requerían. Para peor, comenzó a declararse un poco arrepentida del estilo de humor chocante que la había destacado, se puso inesperadamente seria y se sumó en forma militante a la campaña de Hillary Clinton, en un ámbito que no se caracterizaba precisamente por su desprejuicio o su cariño por lo provocador.

Por lo tanto, el anuncio de su nuevo especial fue recibido con cierta desconfianza, tanto por quienes creían que su humor era inaceptable en estos tiempos de hipersensibilidad comunitaria, como por quienes no querían verla domesticada y con su humor al servicio de las agendas de minorías y del progresismo pos Trump, pero unos y otros estaban (estábamos) equivocados, porque Speck of Dust (mancha de polvo) es el trabajo de una gran comediante y una gran profesional –y cualquier cosa menos “correcta”–, así como una muestra de evolución, madurez y, en cierta forma, compromiso personal.

Vestida con un enterito algo asexuado, pero con su belleza juvenil (a los 46 años) y su seudocandidez intactas, Silverman descarta cualquier sospecha de reeducación tardía con un par de chistes incorrectísimos y fuertes en lo sexual y lo étnico, ante los cuales parece dudar, pero que justifica inmediatamente porque “hicieron reír”, marcando con claridad cuál es el principal valor y objetivo de su show. Pero no parece interesada en concentrarse en esa clase de recursos, y a lo largo de la hora y media que dura Speck of Dust (una duración importante para stand up), cuenta historias autobiográficas –algo raro en sus rutinas– que no son particularmente chocantes, y en las que llega a mostrarse cariñosa. Su compromiso político actual está presente en un segmento en el que opina muy explícita y crudamente sobre el derecho a abortar, pero esquiva la simple diatriba levanta-aplausos, hace algunas observaciones agudas y sigue hacia otros temas. Es un espectáculo mucho menos aceitado y cerebral que los que la hicieron famosa con un timing implacable; sin que sea tampoco espontáneo, a veces hay digresiones (algunas recortadas perceptiblemente en la edición final) y distracciones de una Silverman algo más insegura y sin la potencia apabullante de otrora, pero aún comiquísima y más querible.

Speck of Dust no es –ni cerca– la maquinaria perfecta de humor que era Jesus is Magic, y tampoco tiene la calidez íntima y conversacional de un show de Tig Notaro, que sería excesivo en una comediante que ha hecho de cierta hijoputez su más efectiva gracia (y que se luce con un par de chistes brutales que tienen como víctimas, con cariño, a integrantes de su familia), pero se las arregla para mostrar a una Silverman que sigue siendo graciosa sin depender tanto de lo transgresor, que tiene ganas de contar algunas cosas más allá de su antiguo personaje encantadoramente impresentable, y que funciona en todos los terrenos. Una bestia del humor, algo sedada y ronroneante, pero una gran bestia al fin.