Quizá sea una buena idea, a la hora de referirse a Shanzai, el fascinante ensayo del filósofo coreano Byung-Chul Han (Seúl, 1959) que publicó en castellano la editorial argentina Caja Negra, invertir el orden elegido en el libro, para empezar por un niño mago con una cicatriz en forma de relámpago en la frente y sus aventuras publicadas en China.

Harry Potter y la muñeca de porcelana (Beijing, 2002) es uno de los tantos títulos que aportan un cuerpo de narrativa fake –“falsa”, imitación, trucha– a las obras de la británica JK Rowling; otros son Harry Potter y el leopardo-dragón (que, aparentemente, es una transposición de El hobbit, de JRR Tolkien, al reparto de personajes de la saga de Potter), Harry Potter y los estudiantes chinos en Hogwarts, Harry Potter y la perla a prueba de agua (reseñado por ahí como una mezcla de Super Mario Bros y La sirenita y, para añadir encanto al asunto, coprotagonizada por el mago Gandalf de El señor de los anillos) y Harry Potter y la armadura dorada. Todo eso es parte del fenómeno llamado Shanzai, una palabra china que remite al inglés fake y que comenzó a ser utilizada para denominar a la frecuente imitación de marcas famosas: “al principio –dice Byung-Chul Han–, el término shanzhai se refería a los teléfonos, a falsificaciones de productos de marcas como Nokia o Samsung que se comercializan bajo el nombre de Nokir, Samsing o Anycat. En realidad, son más que meras falsificaciones baratas. Su diseño y funcionalidad no tienen nada que envidiarle al original. Las modificaciones técnicas o estéticas les confieren una identidad propia”.

En rigor, esa “identidad propia” es, para muchos (y me incluyo) la fuente del encanto y el interés del shanzhai. El libro de Byung-Chul Han incorpora como ilustraciones una serie de logos (“Fuma”, con el felino de “Puma” fumando un cigarro, es acaso el mejor ejemplo) y fotografías de comercios y aparatos que muestran a la perfección ese juego de diseño, imitación y detalles añadidos. Las preguntas surgen solas: ¿hasta qué punto se trata de “copias”?; ¿cuál es el estatus del original?; ¿en cuánto a qué podemos establecer la comparación?; ¿es la repetición, en última instancia, una forma de cambio, como había dicho Brian Eno?

Byung-Chul Han rastrea el tema en el mundo del arte y la cosmovisión china. En cuanto a lo primero, no menos fascinante que marcas como “Sorny”, o la mezcla extraña de Sauron, Voldemort (lo que, en última instancia, es un ejercicio filológico) y algún emperador chino, es el mundo de la falsificación de arte, con sus Han van Meegeren capaces de replicar a la perfección la belleza de los cuadros de Vermeer. Se sabe también que hay sellos “truchos” que cotizan más que los originales en las comunidades de coleccionistas, o que cargan con más potencial narrativo y conceptual (basta con leer La subasta del lote 49 –1965–, de Thomas Pynchon, para sentirlo), y que el mercado de antigüedades “falsas” ha capturado a más de un incauto, pero acaso más interesante sea pensar –como lo hace Byung-Chul Han– en el fondo epistemológico del asunto, del mismo modo que Philip K Dick, a quien le preocupaba tanto el concepto de ersatz (o sea, lo no auténtico, la imitación que sustituye al original, el fake) como para incorporarlo a tantas de sus novelas (de hecho, contó Dick en alguna entrevista que su primer acercamiento a la filosofía fue su pasmo juvenil ante la pregunta de si la música que manaba de un equipo de audio era “la verdadera” o una “copia”) y, de paso, colaborar para insertarlo en la cultura popular de fines de siglo XX y principios del XXI (y si se duda de esto, basta con ver Blade Runner –Ridley Scott, 1982– prestándole atención a algo más que al juego con la serie negra).

En cuanto a lo segundo, en la exposición de por qué la cultura china no considera que la copia o imitación sea inferior al presunto “original” –y, por tanto, en numerosas ocasiones envía a museos de otros países copias de determinadas obras de arte, sin que esto implique un intento de fraude o estafa– está sin duda el momento de mayor densidad conceptual del libro. Así llegamos –mejor dicho, es justo al revés: en el orden elegido por Byung-Chul Han, es de allí de donde partimos– a Hegel, al budismo y, como no podía ser de otra manera, a la lengua china. Esa suerte de irradiación, desde la abstracción más epistemológica hasta la descripción específica del libro “trucho” de Harry Potter, termina por establecer claramente una crítica a nuestro concepto de diferenciación entre un original y una imitación, a la idea básica de que todo fake es inferior. Con sus 96 páginas, entonces, el libro de Byung-Chul Han alcanza una densidad y una claridad expositiva impresionantes, que lo convierten en una lectura ineludible para cualquiera que piense que la filosofía es algo más que quejarse –como lo hacen tantos presuntos filósofos uruguayos– del “letreo” en Twitter y de la repetición de tonterías en las redes sociales, y desee aumentar su acervo de herramientas para pensar en el tiempo que le tocó vivir.

Shanzhai: el arte de la falsificación y la deconstrucción en China, Byung- Chul Han. Caja Negra, 2016. 96 páginas.