Si no fuera por la notable capacidad de Donald Trump para superarse a sí mismo todos los días en impresentabilidad, el timing de la salida del documental Nobody Speak: Trials of the Free Press (nadie habla: juicios –o problemas– de la prensa libre), producido por Netflix, no podría ser mejor en relación con la cada vez peor relación de Trump con el periodismo de su país, y su voluntad cada vez más explícita de recortar el derecho de expresión de la prensa. Porque aunque no trata directamente sobre el presidente estadounidense, él es el gran sujeto omitido de este documental, que plantea la fragilidad económica del periodismo independiente en un mundo de corporaciones y millonarios en guerra contra la información que los hace ver mal. Y estructura el problema con el juicio que terminó con la existencia del portal de noticias y chismes Gawker.

Contrariamente a lo que puede deducirse hoy en día haciendo un somero repaso de los medios en Estados Unidos, las prácticas amarillentas de los paparazzi y la falta de respeto a la más mínima intimidad de los famosos o simplemente notorios no era, hasta hace relativamente poco tiempo, algo tan habitual en el periodismo de ese país como en el europeo, o el inglés específicamente, al que los estadounidenses miraban con cierto desprecio mientras alardeaban de su poderosa y, en algunos casos, independiente prensa, capaz de derribar presidentes. Esto fue degradándose en las últimas décadas, ante el crecimiento del estilo Fox News de infotenimiento sin la menor ilusión de objetividad o disciplina, de la dependencia de los clics en internet, y de la aparición de medios groseros de chismes como TMZ o el propio Gawker.

Para tener una idea del estilo de Gawker habría que recurrir a la comparación con el periodismo que en la televisión y las revistas argentinas hacen Luis Ventura y Jorge Rial (con este último, el creador de Gawker, Nick Denton, tiene un extraño parecido físico y gestual), pero pensando en una mayor predisposición a revelar no sólo la vida privada de los famosos mediáticos o celebridades, sino también la de figuras de la política o la economía estadounidenses. La mezcla de chismes vulgares y operaciones de paparazzi con ocasionales tintes contestatarios convirtió a Gawker en uno de los medios más odiados de Estados Unidos y en un símbolo arrogante e impune de insensibilidad, mal gusto y falta de la más mínima ética en relación con la privacidad. Pero su impunidad y su negocio de clickbaits se terminó debido a que, en 2012, decidieron publicar en su sitio de internet parte de una filmación –realizada seis años antes– en la que se veía a la estrella de la lucha libre (wrestling) y actor Terry Bollea, conocido en el mundo del entretenimiento como Hulk Hogan, mientras tenía relaciones sexuales con la esposa de uno de sus amigos y hacía unas declaraciones bastante racistas.

Hulk Hogan es, o era, una estrella gigantesca del espectáculo estadounidense, y la difusión de aquella filmación era una sentencia de muerte para su imagen pública, por lo que intentó –sin éxito– que Gawker la sacara de su sitio y, al no conseguirlo, le entabló al portal un juicio por daños y prejuicios y difusión de un registro privado. Contrariamente a lo que los responsables del sitio esperaban, luego de un costoso y largo juicio, la demanda de Hogan tuvo éxito, y la suma millonaria en dólares que la jueza estableció como reparación económica significó la bancarrota inmediata de Gawker y de sus dueños. La antipatía que el medio había generado, incluso entre sus colegas, hizo que nadie se quejara mucho por el fallo ni se solidarizara con los editores y periodistas que se quedaron sin trabajo, pero durante su agonía, el portal y otros medios que continuaron la historia fueron descubriendo que, detrás de la demanda de Hogan, alguien había estado moviendo piezas de lo que, más que un simple juicio, era un ajedrez económico. Como el documental cuenta, se supo que el billonario de la informática Peter Thiel, un libertarian cuya homosexualidad había sido revelada públicamente por Gawker, había decidido usar su dinero para lograr venganza, y se había hecho cargo de los inmensos costos legales del juicio iniciado por Hogan contra el sitio, poniendo a disposición de este un arsenal de abogados e investigadores que el luchador de ningún modo habría podido pagar de su bolsillo y que, al parecer, tuvieron mucho que ver con el resultado final del proceso judicial. Como dato adicional, Thiel contribuyó luego a la exitosa campaña electoral de Trump.

Esto, que no es ninguna revelación para el público estadounidense, hace, sin embargo, que el eje del documental se desplace desde el mero enfrentamiento legal entre un medio desagradable y una estrella en decadencia, para centrarse en la posibilidad de que un multimillonario pueda destruir un medio que le es antipático u hostil con cierta facilidad, es decir, en una muestra de que, cuando el factor económico pesa mucho en la balanza, definitivamente no todos son iguales ante la ley. Como señala el veterano abogado Floyd Abrams, especialista en derecho de expresión (y a quien evidentemente no le caían muy bien Gawker y sus dueños), el caso se vuelve un precedente peligroso y tal vez señala por qué camino pueden tomar los magnates y corporaciones que tienen más poder que naciones enteras, y ni hablar que mucho más que el que puede tener un medio más o menos independiente.

Del otro lado

Nobody Speak dedica dos tercios de su metraje a narrar las vicisitudes legales del caso Hogan vs Gawker, intercalando material de archivo sobre el juicio (que terminó el año pasado) con entrevistas actuales a quienes fueron los responsables de aquel sitio y a algunos de sus periodistas, así como a colegas de estos y a abogados de las dos partes. Aunque el ya mencionado Abrams y otros periodistas hacen explícita su preocupación por el modo en que se llegó al cierre del medio, de cualquier forma el rechazo que produce este –aunque el documental no ahonda en otros abusos realmente repulsivos que realizó– hace difícil sentir empatía por Gawker, y los altisonantes argumentos de sus editores, que se victimizan como adalides de la libre expresión, no son del todo convincentes en relación con un caso que, más allá de la exageración del castigo, se ubica en una frontera muy difusa entre el derecho a informar y el abuso de ese derecho. Pero como todo tiene que ver con todo, y los realizadores del documental son conscientes de lo difícil que es plantear el derecho de expresión de quienes ignoran olímpicamente la responsabilidad y la ética que este implica, el último tercio de la película se dedica a otro caso sin relación directa con el primero, pero que justifica el plural del subtítulo “juicios de la prensa libre”, aunque no se refiere a un juicio propiamente dicho.

Esta última parte del documental se ocupa de algo que ocurrió casi en forma simultánea con el cierre de Gawker: la adquisición del diario Las Vegas Review, el principal de la ciudad de los casinos, por parte del magnate del juego Sheldon Adelson. Un caso distinto al de Thiel y Gawker, ya que no se trataba de una venganza personal ni de un medio bastante despreciable, sino de una movida económica que podría calificarse de “preventiva”, realizada por un multimillonario para hacerse con el control de un diario respetable e incisivo. De hecho, era el medio con mayor capacidad para vigilar los turbios manejos políticos y negocios de Adelson, y este apostó a desactivar ese riesgo simplemente comprándolo (en lo que también es una demostración del escaso peso económico que tiene incluso un diario de gran tiraje y con más de 100 años de existencia como era Las Vegas Review).

Si la historia de Gawker es muy difícil de evaluar moral o éticamente, la del Review es, en cambio, ejemplar en relación con la integridad periodística, y asombrosa en un país en el que –como en el resto del mundo– durante la última década se han perdido miles de puestos laborales y se ha depreciado notoriamente el trabajo de los periodistas. La compra del paquete accionario fue llevada a cabo por Adelson en secreto, con una cláusula de confidencialidad expresa, y ni los propios editores del diario fueron informados acerca de quién era su nuevo patrón, aunque tenían la convicción –sin pruebas– de que se trataba de Adelson. Los periodistas del Review investigaron y encontraron la documentación que demostraba que el multimillonario había adquirido el periódico mediante un testaferro, y decidieron publicar a su cuenta y riesgo esa información en el propio diario, jugados a que Adelson, quien a pesar de su fortuna debía cuidar su imagen pública, no iba a atreverse a impedirlo en forma explícita o a despedirlos luego. Tuvieron razón, pero de cualquier forma la relación entre ellos y su nuevo empleador quedó tan enrarecida que, menos de un año después, ninguno de los responsables de la revelación periodística continuaba trabajando en Las Vegas Review. Es decir, el final fue tan edificante como deprimente.

Nobody Speak es, como se puede inferir de su no muy sutil nombre, un documental precautorio, de batalla. Una advertencia acerca de cómo la libertad de expresión es algo amenazado no sólo por el autoritarismo, sino también por la simple debilidad económica y la concentración de los medios en las manos de quienes no pretenden informar y ni siquiera comerciar con la información, sino simplemente mantenerla apartada de sus intereses o hacerla funcional a ellos. Con esto basta para que sea interesante, no sólo para quienes tienen alguna relación con el mundo de la prensa, sino para cualquiera que sospeche que la progresiva desaparición del periodismo, o de su autonomía, no implica apenas la decadencia de una profesión, sino también la de la capacidad de reacción de una democracia contra los poderes económicos o políticos. La cuestión daba para muchísimo más: se critica el cerco de los poderes en torno a la prensa, pero no se trata, por ejemplo, la indiferencia de los consumidores de información en relación con los costos de esta, ni la importancia de defender un principio mediante los ejemplos más indefendibles. Pero, aunque no se desarrollen, esos temas están presentes, y tal vez sea justamente el trabajo del espectador hacerse a sí mismo algunas preguntas sobre su relación con el oficio de preguntar.

Nobody Speak: Trials of the Free Press

Dirigido por Brian Knappenberger. Estados Unidos, 2017, Netflix.