El 28 de agosto se cumplen 100 años del nacimiento del dibujante y guionista de comics Jacob Kurtzberg (1917-1994), más conocido como Jack Kirby y apodado El Rey o El Rey del Cómic. Un título que Kirby quizá merezca más que Michael Jackson el de Rey del Pop, porque, valoraciones artísticas de lado, nadie –ni Bob Kane, ni Hergé, ni Moebius, ni Hugo Pratt, ni Alan Moore, ni Frank Miller– hizo un trabajo tan influyente, sobre todo en el hegemónico campo de las historietas de superhéroes, como el de Kirby durante cuatro décadas en las que creó una cantidad inhumana de personajes sobrehumanos y fue la principal fuerza creativa tras las mayores editoras del género, Marvel y DC Comics.
Contar sus hazañas a alguien familiarizado con la historia del cómic (o incluso del arte popular del siglo XX) es como contarle a un cinéfilo quién es Steven Spielberg, pero, aun a riesgo de ser redundante u obvio, vale la pena recordar que Kirby, un neoyorquino hijo de inmigrantes judíos austríacos, fue rechazado cuando intentó aprender a dibujar en un marco académico, porque era excesivamente inquieto y productivo. Comenzó muy joven a dibujar tiras cómicas para diarios, se sumó con rapidez al entonces incipiente (y en crecimiento) género de los comics de aventuras, y fue uno de los pioneros de las historietas de superhéroes. En 1941, antes de que Estados Unidos se sumara a la Segunda Guerra Mundial, Kirby creó –en compañía del guionista Joe Simon, también judío– un personaje patriótico, el Capitán América, que en su primera aparición fue representado en una de las imágenes más icónicas de la historia del cómic, derribando al mismísimo Adolf Hitler de una trompada. No se quedó en lo simbólico: al declararse la guerra, fue reclutado y enviado al frente de batalla de Francia, donde, cuando sus superiores supieron que era dibujante, le encargaron hacer mapas de reconocimiento, una tarea de exploración sumamente peligrosa.
Entre dos fuegos
La popularidad de los comics de superhéroes menguó luego de la Segunda Guerra Mundial; durante el resto de los años 40 y en los 50, Kirby trabajó como freelance para editoriales efímeras hasta que lo llamó Atlas Comics, que luego se convertiría en Marvel. El dibujante había trabajado para su fundador, Martin Goodman, y había terminado en malos términos con él y con su ahora editor en jefe, Stan Lee, pero ambos conocían su creatividad y su enorme capacidad de trabajo, así que decidieron hacer las paces (momentáneamente, ya que la historia de las idas y venidas de Kirby con Marvel Comics y Lee es digna de un teleteatro lleno de abusos y traiciones) y ofrecerle un puesto en la empresa, con la que intentaban relanzarse en el género de los superhéroes. En aquel entonces, Kirby trabajaba con cierta frecuencia para DC Comics –la mayor editorial del rubro gracias a creaciones como Batman y Superman–, pero, en constante conflicto porque allí se oponían a cada innovación que él planteaba, emigró en 1958 a Marvel, donde pasó a ser el principal artista gráfico y el modelo estético para los demás. Durante los más de 20 años que trabajó para Marvel, creó –solo o en colaboración con Lee u otros guionistas– a Los Cuatro Fantásticos, Hulk, Thor, Iron Man, Black Panther, X-Men, Doctor Doom, Galactus, Magneto, Los Vengadores, Los Inhumanos, Groot y a casi todos los demás personajes más impactantes y originales –o brillantemente rescatados, como el Capitán América, Ka-Zar o Namor– de la revolución que Marvel llevó adelante en los años 60. Una revolución que no era un simple reciclaje, sino el establecimiento de un nuevo lazo con los lectores jóvenes, mediante personajes que, pese a sus habilidades sobrehumanas, tenían problemas personales similares a los de sus seguidores, adoptaban posturas contestatarias y se relacionaban en forma conflictiva con las autoridades y con los problemas de su tiempo.
Kirby, un autor de convicciones progresistas, no sólo aportó al concepto de este nuevo tipo de personajes, sino que también fue estéticamente revolucionario: perfeccionó un estilo inconfundible (a pesar de haber sido mil veces imitado) y de un enorme dinamismo visual, sin demasiada fidelidad a las proporciones del cuerpo humano real, con un estilo muy característico de sombreados amplios, que les daban una textura metálica o rocosa a todos los elementos, y –su logro más personal– los Kirby Dots (puntos Kirby) o Kirby Krackle, una forma de sintetizar los movimientos o los despliegues de energía mediante trazos o puntos fractales de relleno, que les daban a sus dibujos un toque modernista y cargado, ideal para la psicodelia visual de la que en cierta forma fue parte constitutiva. Además, era un lector atento de los comix contraculturales, que influirían su estilo y sus ideas sociales.
Pero el equilibrio entre el talento de Kirby y los conceptos y la dirección de Lee se fue deteriorando gradualmente, a medida que el crédito asignado al dibujante por sus creaciones iba disminuyendo, al igual que su autonomía artística. En 1971 Kirby se pasó a DC, donde, además de un aumento sustancial en lo económico, le concedieron la posibilidad de generar todo un nuevo universo de personajes, que sólo ocasionalmente se relacionarían con la escudería previa de esa editorial. Así estructuró el llamado Cuarto Mundo mediante tres series (New Gods, Mister Miracle y Forever People), que profundizaban la desbocada imaginación mística que había desarrollado en Los Inhumanos, Thor y Los Cuatro Fantásticos. Sin grandes ventas ni mucha sintonía con la dirección artística de DC, estas series, que muchos consideran el cenit de la obra de Kirby, fueron de corta duración (aunque legaron a la editorial uno de sus villanos más memorables, Darkseid). El artista también creó para DC otros personajes un poco más exitosos, como Etrigan el Demonio, el posapocalíptico Kamandi y Omac.
Sin pena ni gloria inmediata, Kirby se reconcilió con Lee, volvió a Marvel en 1976, un par de años después se fue, luego de pelearse nuevamente, y en las últimas décadas de su vida se dedicó a diversos trabajos de diseño de animación y cine (incluido el falso proyecto de adaptación de la novela Señor de la Luz –1967–, de Roger Zelazny, que fue narrado en la película Argo –Ben Affleck, 2012–), con esporádicos y no particularmente memorables trabajos en cómics. En 1994 murió de un ataque al corazón, y su leyenda fue creciendo con la popularización masiva de sus personajes, algunos de ellos convertidos en los mayores íconos de fantasía de este siglo.
In memoriam
Cierta nebulosa en torno a sus derechos de autor llevó a que Kirby y luego sus herederos mantuvieran conflictos legales con DC, Marvel y las compañías cinematográficas que adaptaron personajes en cuya elaboración estuvo implicado el artista. Una de ellas era Disney, que se apresuró a liquidar sus conflictos con la familia Kirby para poder homenajear al dibujante hace una semana, en la exposición bienal D23. En ella se le dio al creador del Silver Surfer el título póstumo de Leyenda de Disney, aunque nunca trabajó directamente para esa compañía. Como si fuera poco, se lo dieron en conjunto con su –alternativamente– colaborador y némesis Stan Lee, quien definió a Kirby como “el creador del lenguaje visual de los comics estadounidenses”, mientras que Neil Kirby, hijo de Jack, le ofreció sus condolencias a Lee, cuya esposa murió el mes pasado, y agradeció el premio diciendo simplemente: “Mi padre no creó superhéroes, creó super-personas”.
Tanto Marvel como DC decidieron celebrar el centenario. La primera, sin quemarse demasiado la cabeza, incluirá varios de los comics clásicos de Kirby en su anunciada serie “True Believer” (auténtico creyente), que reimprimirá historias emblemáticas del medio siglo de Marvel Comics al precio casi simbólico de un dólar (algo que probablemente habría hecho también si no se celebrara un siglo del nacimiento del artista). También se lanzarán algunas portadas alternativas de sus series actuales basadas en tapas famosas dibujadas por Kirby (algo que no es precisamente una novedad en el marco cada vez más autorreferencial de Marvel). DC prefirió mirar hacia adelante y planificó una serie limitada de comics basados en personajes que Kirby creara para su Cuarto Mundo en los 70 (Mister Miracle, Darkseid y Forager, de los New Gods), realizados por algunos de los principales artistas actuales de la editorial.
Pero, lógicamente, donde tenía que ser especialmente recordado el centenario de semejante autor era en la Comic-Con de San Diego, la mayor reunión y exposición de fanáticos del cómic del mundo, que se llevó a cabo el fin de semana en esa ciudad californiana. La convención estuvo dedicada en conjunto a Kirby y al no tan conocido pero igualmente fundamental (y también neoyorquino y veterano de la Segunda Guerra Mundial) Will Eisner, creador de The Spirit, cuyo centenario de nacimiento se cumplió en marzo de este año. La compañía IDW, especializada en ediciones lujosas y productos licenciados del cine u otras editoriales de comics, presentó una muestra de 1.300 reproducciones perfectas de los trabajos originales de Kirby, y organizó un panel de debate –digamos, de apreciación y admiración– sobre su colosal obra.
Tanto en el evento de Disney como en la Comic-Con abundaron los recuerdos y las valoraciones de Kirby por parte de las figuras presentes, incluyendo a Frank Miller, quien, a pesar de su fama (bien ganada) de polémico reaccionario, destacó elogiosamente el antifascismo y el profundo judaísmo implícito en las historias del dibujante, al que describió como un personaje inconmensurable. “La página no era lo bastante grande para Jack Kirby –dijo–. ¿A quién más se le podría ocurrir un personaje llamado Galactus? Quiero decir, el tipo que come planetas. Estar alrededor de Jack Kirby... el tipo tenía tanta energía que querías agacharte cuando estaba en la vuelta”.