Era difícil no tentarse con la gilada de titular esta nota en relación con el posible regreso de la muerte de este cineasta, que dedicó lo más notorio de su filmografía a películas plagadas de cadáveres reanimados, pero George A Romero –que falleció el domingo, víctima de un cáncer de pulmón que le habían descubierto recientemente– era un artista demasiado entrañable y articulado como para reducirlo a un chiste de humor negro. Los muertos de sus películas no revivían y, por supuesto, nadie vuelve de la muerte, pero el legado de personas como Romero sin duda se prolonga mucho más allá de su estadía en la Tierra. ¿Demasiado para un director famoso por haber introducido el gore, o violencia explícita, en un grado nunca visto anteriormente, y por definir la estética incontables veces imitada de un tipo de zombis caníbales y repulsivos? Bueno, tal vez sólo esos aportes superficiales sí serían suficientes para destacar la importancia de Romero, pero sería una lectura tan superficial como reducir el cine de Federico Fellini a películas de payasos y gordas, o el de John Ford a indios y diligencias. George Romero fue uno de los principales responsables de devolverle al cine de horror una relevancia que no tenía desde los días de FW Murnau o Tod Browning, y en redefinir –literalmente– las reglas de lo que podía esperarse de un film de horror, tanto a nivel estético como metafórico, o simplemente de infraestructura.

Romero, un artista gráfico que aprendió el oficio del cine trabajando en los decorados de filmaciones, consiguió todo eso –aunque no fue su única obra destacable– con la película Night of the Living Dead (La noche de los muertos vivientes, 1968), filmada en blanco y negro –por motivos más económicos que estéticos–: cuenta la historia de un grupo de personas asediadas en una casa durante una inexplicada epidemia que hace que los muertos se reanimen y, movidos por una incontrolable gula, intenten devorar a las personas vivientes, contagiando su estado a aquellas a quienes muerden. El film mostraba una violencia singular para su tiempo, y presentaba algunas características totalmente novedosas, como un final increíblemente negativo, en el que el protagonista era asesinado por otros sobrevivientes que lo confundían con un zombi, o el hecho de que lo interpretara un actor negro –Duane Jones– presentado sin el menor estereotipo racial, y sin que su color implicara un elemento de la trama, no obstante lo cual, al ser estrenada la película luego del asesinato de Martin Luther King, su paradójico final adquirió un significado especial.

Night of the Living Dead había comenzado como una comedia de horror, pero luego Romero se inspiró en la magnífica novela Soy leyenda (1954), de Richard Matheson, que describe la vida de un hombre común en un tiempo en el que la mayor parte de la población mundial se ha convertido en vampiros, una idea que Romero sustituyó por la de los ghouls, figuras mitológicas y caníbales que las tradiciones hacían habitar en los cementerios. La idea era revolucionaria en relación con la tradición del cine orientado a producir miedo e inquietud en el espectador: si los monstruos del cine de terror anterior eran horrendos por su aspecto, su espíritu maligno o sus costumbres animales, eran al mismo tiempo extraordinarios por sus habilidades sobrehumanas y, en muchas ocasiones –basta pensar en el cine de vampiros–, por su atractivo y altivo individualismo. Los zombis de Romero iban en la dirección opuesta: en vez de ser criaturas tal vez terribles pero a la vez únicas y superiores en muchos aspectos, como Drácula, el monstruo de Frankenstein o los hombres lobo, constituían una turba indistinta de seres desagradables y reducidos a un solo instinto primordial –devorar a los aún vivos–, una imagen de los hombres masificados, desprovistos de voluntad propia y carentes por completo de habilidades propiamente humanas, pero cada vez en número mayor, más contagiosos y más hostiles hacia quienes no son como ellos. Tanto en Night of the Living Dead como en Soy leyenda, el ser humano con cualidades y afectos no combate a la excepción monstruosa, sino que es él mismo la excepción en un mundo que se ha vuelto monstruoso e inconsciente.

La vida después de los muertos vivientes

Aunque ahora se la vea como un clásico moderno, las críticas de Night of the Living Dead fueron en su momento más bien negativas, con recriminaciones a sus excesos de violencia y crudeza visual. También se generó cierto escándalo debido a que el film había sido exhibido en doble programa con numeroso público infantil, ya que, a diferencia de lo que ocurría en los aspectos relacionados con el sexo o el lenguaje, no existían aún normas para regular la asistencia de menores en función de la violencia de lo exhibido. La noticia acerca de cientos de niños absolutamente horrorizados y traumatizados por lo que habían visto en la pantalla colaboró, sin duda, a que la película se hiciera notoria, pero también hizo que la crítica no se fijara en los múltiples niveles que presentaba y sólo hablara sobre su morbo. A Romero posiblemente le importó muy poco todo eso porque, con 30 millones de dólares de recaudación –300 veces lo invertido–, Night of the Living Dead se convirtió en la película de horror más exitosa hasta ese momento, y todo un modelo de cine independiente, que abrió caminos de experimentación en el género que harían de los años 70 una década dorada del cine de terror y del cine estadounidense en general.

El exitoso Romero decidió mostrarse como un cineasta todoterreno con la comedia There's Always Vanilla (1971) y la suavemente erótica Season of the Witch (1972), con tan poco éxito que volvió a una temática muy similar a la de sus zombis con The Crazies (1973), que describía otro escenario apocalíptico, luego de un experimento biológico militar que convertía a los habitantes de un pueblo en salvajes homicidas. Mucho de lo contenido en Night of the Living Dead se hacía explícito en The Crazies, que expresaba, además, la visión negativa y desencantada que la generación de los años 60 tenía luego del fin del sueño hippie, remitiendo a los crímenes alucinados de la Familia Manson. Pero aunque ese film sería luego reivindicado y objeto de una correcta remake a cargo de Brek Eisner en 2010, también fue un fracaso de taquilla. Romero levantó un poco de cabeza con su siguiente obra, Martin (1978), que sería una de las mejores de su carrera, en la que contaba una extraña historia –imposible de clasificar genéricamente– sobre un joven que se cree vampiro, algo que no se desmiente ni se confirma en toda la película.

Necesitado de algún éxito de taquilla similar al de su debut, Romero decidió volver a la temática zombi con una secuela que describía un mundo en el que la plaga de los muertos vivientes comenzaba a estar completamente fuera de control. Dawn of the Dead (Amanecer de los muertos, 1978) fue mucho más que una digna continuación: fue una radicalización de los elementos más violentos y gráficos de Night of the Living Dead –con la ayuda de un presupuesto mayor y de la alianza con el genio de los efectos especiales Tom Savini–, y de las observaciones crítico-sociales latentes en su antecesora. Ahora las acciones se desarrollaban alrededor de un grupo de sobrevivientes atrincherados en un shopping center (una estructura comercial aún novedosa y en pleno auge en el momento en que se hizo la película), rodeado de muertos vivientes que orbitaban ese templo del consumo. Caótica, aterradora, irónica y violenta, Dawn of the Dead es una película excepcional, que no sólo suele encabezar las listas de mejores películas de zombis o de horror, sino que también está presente en las de los mejores films de los 70. Pero a pesar de su oscuridad y pesimismo general, Dawn of the Dead culminaba con una rara apuesta por la vida –aun en el más siniestro de los entornos– que en cierta forma demostraba que la visión de Romero tenía, a pesar de su violencia apocalíptica y su gusto por el gore, un asordinado humanismo politizado, que se haría aun más explícito en Day of the Dead (El día de los muertos vivientes, 1985), con la cual puso fin durante varios años a la serie, y que presentaba un mundo ya zombificado pero en el que, sin embargo, los peores monstruos eran los seres humanos, especialmente los que pertenecían al ejército. Con serios problemas de producción y segmentos excesivamente hablados, Day of the Dead no fue tan bien recibida como las películas anteriores, pero a pesar de algunos fallos, hoy en día también es un film de culto, y se la considera prácticamente al nivel de las anteriores. En 1990, Tom Savini, colaborador de Romero, dirigiría una remake de Night of the Living Dead, de gran fidelidad a la original (mucho más que la exitosa pero inhumana versión de Dawn of the Dead que Zack Snyder hizo en 2004).

Mientras tanto, Romero había realizado una obra extrañísima que es, junto a Martin, su gran película a redescubrir, si el fallecimiento del director hace renacer el interés en su trabajo: Knightriders (1981). Una obra de acción melancólica sobre una troupe de motociclistas que presentan un espectáculo de torneos medievales sobre motos, y que tratan de vivir de acuerdo con los supuestos códigos de los caballeros arturianos. Romero haría varios films más durante la década de los 90 y la primera de este siglo, generalmente relacionados con el género del horror, incluyendo tres más de su serie de muertos vivientes – Land of the Dead (2005), Diary of the Dead (2007, según él, su mejor película sobre el tema) y Survival of the Dead (2009)– , todas con sus atractivos, pero ninguna de ellas una obra maestra como sus clásicos –reconocidos o no– de las décadas anteriores. En los últimos años había vuelto a sus orígenes gráficos, guionando una serie de historietas para Marvel Comics. Pero si sus obras cinematográficas no volvieron a ser cruciales, su universo siguió creciendo fuera de su control –y de su simbolismo original– al volverse las películas de zombis un género aparte, que cuenta ya con centenares de films de toda calaña, al menos una serie televisiva directamente inspirada en su obra y de notable éxito (The Walking Dead, por supuesto), decenas de cómics y globalizadas marchas de jóvenes disfrazados, tambaleándose como los hambrientos ghouls que Romero creara hace ya casi medio siglo, cuando los imaginó justamente como la clase de monstruo vulgar con el que nadie querría identificarse. Ese universo, para bien o mal, ya tiene una vida independiente a la del creador que terminó el domingo.