Ayer, el clásico festival de cine para niños y adolescentes Divercine finalizó su edición número 26, en la que volvió a acercar producciones que difícilmente habrían tenido la oportunidad de ser estrenadas en el circuito comercial. De este modo, se mantiene como un espacio internacional que cuenta con subsedes en Argentina, Bolivia, Chile, México, Nicaragua, Perú y Puerto Rico, además de proyectar su programación en distintas pantallas del interior del país. La primera edición se gestó en 1991, en el marco de Cinemateca Uruguaya, con la intención de contrapesar la escasez de producciones de calidad dedicadas al público infantil en las carteleras uruguayas.

Cada año, cuando finaliza la presentación de unos 100 títulos provenientes de 30 países, el festival da a conocer los ganadores en cada una de las categorías en las que hubo competencia: esta vez, el jurado internacional (integrado por la argentina Cielo Salviolo, el director de animación brasileño Marcelo Marão y la directora y guionista uruguaya Florencia Forné) otorgó el premio Gurí –al mejor film o programa de televisión– al galardonado documental catalán Sasha, ópera prima del veinteañero Félix Colomer. Es la historia de un niño de ocho años que vive en Ucrania junto a su madre y sus cinco hermanos, con los que convive en medio de la miseria y la compleja situación que atraviesa el conflicto bélico con Rusia. El documental sigue el recorrido de Sasha rumbo a Cataluña, para vivir durante un verano con una familia catalana.

El premio Divercine a la mejor producción uruguaya fue para Mis pájaros pintados, de Guillermo Kloetzer (Manual del macho alfa), Marcelo Casacuberta y Gustavo Riet, una serie documental de ocho episodios, estrenada en el segmento El canal de los niños, de Televisión Nacional de Uruguay, mientras que el galardón para la mejor obra de ficción fue concedido a La invitación, de la española Susana Casares, sobre una niña de diez años que, ante el compromiso de invitar a sus amigas a dormir a su casa, debe ingeniárselas para ocultar el secreto mejor guardado de la familia.

Otros de los premiados fueron dos cortometrajes: Palabras de caramelo, de Juan Antonio Moreno –de docuficción y nominado al Goya de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España–, sobre un niño sordo que, en medio de un campamento de refugiados del desierto del Sahara, quiere aprender a escribir; y el corto albanés de animación Etnofobia, de Joan Zhonga, que se quedó con el premio TV Ciudad, dotado con 1.000 dólares.

Fueron distinguidas tres obras argentinas: se impuso como mejor obra de animación la serie El hombre más chiquito del mundo, de Juan Pablo Zaramella (referente latinoamericano en este formato), que la dirigió para el canal infantil argentino Pakapaka, en torno a un personaje muy serio y formal que mide sólo 15 centímetros de altura pero debe vivir en una casa del tamaño habitual y arreglárselas para superar evidentes problemas de escala; el premio a la mejor ópera prima fue para A medias, de Luciana García y Mariana Klyver, sobre el misterio de medias que desaparecen de a poco, hasta que el niño protagonista descubre a dónde fueron a parar; y el galardón a la mejor obra iberoamericana en general fue para El más fuerte de los silencios, de Eduardo Bertaina, sobre el desamparo familiar del que debe sobreponerse una niña.