Cuando esta edición de la diaria esté en manos de sus lectores, ya habrá terminado la séptima y penúltima temporada de Game of Thrones (GOT), la muy exitosa serie de HBO inspirada en los libros de la saga Canción de hielo y fuego, de George RR Martin. Esta nota fue escrita antes de que se emitiera el último capítulo: por lo tanto, no contiene nada semejante a un spoiler, y sólo se propone dejar planteados algunos apuntes sobre la singularidad de esta adaptación, que en gran medida ya dejó de ser tal. En términos de rating e impacto social, el canal no tiene de qué quejarse, ya que la cantidad de público siguió en aumento este año, y los comentarios e hipótesis acerca del programa son tema de conversación internacional. Hay, sin embargo, algunas cuestiones polémicas que se relacionan, justamente, con esa singularidad.

Desfasajes

Antes de que comenzara GOT, Martin había demorado mucho más de lo previsto para terminar varios libros de su saga, pero cuando se empezó a emitir la serie de televisión, en 2011, ya había publicado cuatro, de 1996 a 2005, tenía casi pronto el quinto, y había previsto escribir sólo dos más (Vientos de invierno y Sueño de primavera), así que se suponía que tendría tiempo para hacerlo antes de que GOT lo alcanzara. Sin embargo, en 2015 no había ni miras del sexto libro, de modo que los creadores y principales guionistas de la serie, David Benioff y DB Weiss, decidieron seguir su propio camino y, sobre el final de la quinta temporada, no sólo se habían apartado en algunos aspectos significativos de lo que ya estaba publicado, sino que además habían empezado a ir más allá, y lo siguieron haciendo en 2016 y este año (sin que Vientos de invierno esté terminado ni tenga aún fecha firme de publicación). Una situación inédita para un producto de difusión masiva.

Desde el inicio, Martin les informó sobre el desenlace que tenía previsto a Benioff y Weiss, y se supone que estos mantienen su decisión de llegar al mismo final por rumbos relativamente distintos, pero no consta que Martin vaya a mantener obligaciones contractuales cuando la serie haya terminado. En todo caso, ha tomado una mayor distancia de GOT: aunque sigue figurando como uno de los productores, hasta la cuarta temporada (o sea, mientras se trató plenamente de una adaptación) escribió el guion de un episodio por año, pero luego dejó de hacerlo.

El motivo del retraso no se relaciona sólo con la edad de Martin, que va a cumplir 69 años el mes que viene, sino también con que, según ha explicado, él es el tipo de escritor que tiene de antemano una idea establecida sobre las características de sus personajes y del mundo ficticio en el que se mueven, y que también ha decidido, a grandes líneas, a dónde conduce la trama, pero que no ha previsto en detalle cómo va a llegar al final, sino que toma muchas decisiones sobre la marcha, y a veces estas lo llevan a situaciones que no tiene claro cómo resolver. Reconoce que en algunas ocasiones esa forma de trabajar lo lleva a desandar camino y reescribir capítulos enteros que ya consideraba concluidos; o a afrontar el comienzo de un nuevo libro sin saber de qué forma va a salir de un lío en el que se metió con los anteriores. Un ejemplo que ha mencionado es el de la trayectoria de Daenerys Targaryen (la rubia de los dragones): a la altura del último volumen publicado, sabía que debía llevarla, con un ejército, al continente donde transcurre la mayor parte de la obra, pero no se le había ocurrido una forma de sacarla de la ciudad en la que estaba sitiada por sus enemigos que fuera coherente con la trama previa, con el perfil del personaje y con el resultado final al que se propone llegar. Ese tipo de preocupación es, justamente, lo que ha empezado a brillar por su ausencia en GOT.

Otras diferencias

Adaptar a televisión una obra cuyos originales en inglés ya suman más de 4.200 páginas, y que no sería nada raro que llegaran a 6.000, con numerosas historias secundarias y extensos pasajes que aportan contexto, exige podar mucho. Hay personajes o grupos enteros de ellos que nunca aparecieron en la serie, mientras que otros vieron reducido o muy simplificado su papel. Hasta ahí, todo es sumamente razonable. Las cosas se complicaron un poco más desde que la serie se emancipó, porque empezó a dar la impresión de que algunos arcos narrativos eran extinguidos como quien se deshace de lastre, sin que hubieran llegado a cumplir ninguna función clara en la trama. Pero la característica reciente que ha sido más controvertida, por lo menos entre críticos y espectadores exigentes (hayan leído o no los libros), es una mezcla de aceleración, simplificación, espectacularidad y lo que en inglés se llama fan service (o sea, giros del argumento para satisfacer expectativas del público, como suele suceder en las telenovelas, pero potenciados por el tipo de marketing moderno asociado con internet), todo lo cual desemboca en que esta séptima temporada se haya vuelto algo lleno de sonido y furia que por momentos se parece a la película Avengers: era de Ultrón, y que no muestra demasiado interés en la lógica o el sentido de lo que ocurre.

El resultado fue sin duda muy entretenido y atractivo, con niveles de producción y logros técnicos sin precedentes en televisión, y no hay ninguna razón por la que a alguien deba gustarle menos que la propuesta de los libros de Martin, o que el tipo de desarrollo de las primeras temporadas (en las que, por cierto, no faltaron ganchos muy eficaces para atraer público, como las llamativas cantidades de desnudos, sadismo e incesto, aparte de varias intrigas políticas, personajes memorables y grandes aciertos de diálogo, que no siempre procedían de los libros). Para muchísima gente, Tyrion, Jon, Daenerys, Arya, Bronn, Brienne, Davos, Sandor, Cersei y muchos otros son y serán siempre, ante todo, imágenes en la pantalla, y no hay nada de malo en ello.

Lo que parece haberse disipado, entre los efectos especiales y las hipótesis de los fans acerca de posibles parentescos, viajes en el tiempo, identidades falsas, poderes extraordinarios y formación de parejas, es el sentido de la historia. Martin no es un predicador, y gran parte del atractivo de su saga reside en aspectos ajenos a la existencia de un “mensaje”, pero sin duda Canción de hielo y fuego, que quedará como su obra mayor, tiene un propósito e incluso un enfoque ético.

Sin información confidencial acerca de cómo va a terminar, es bastante evidente que el escritor no trata de pintar un panorama con claros bandos de buenos y malos; que le importa destacar la importancia de quienes no son grandes héroes ni poseen dones sobrenaturales; y que no quiere naturalizar o glorificar la guerra, ni una sociedad con interminables luchas de poder entre sus elites.

También es obvio que, en ese marco, ha sembrado en sus libros misterios aún no aclarados, y en algunos casos parece que guarda cartas en la manga o que, como en “La carta robada”, de Edgar Allan Poe, ha logrado que no se note lo que está a la vista. Ignoramos mucho todavía sobre personajes relevantes, y el caso más notorio es el de los “caminantes blancos”: se tiende a verlos como un ejército de zombis, pero aquí se trata de una multitud de muertos reanimados con jefes que no lo son y que proceden en forma organizada y paciente, aunque nunca los hayamos visto comunicarse entre sí ni tengamos ningún dato fidedigno sobre cuáles pueden ser sus intenciones. Tampoco sabemos, por ejemplo, a qué se debe la duración variable y muy irregular de las estaciones en este mundo ficticio, o si hay un vínculo de la polaridad invierno-verano con otras de la trama, y que están planteadas desde la referencia al hielo y el fuego en el título general. En qué terminarán estas cuestiones puede ser más interesante qué quién “ganará”, si es que alguien gana. O, por lo menos, más interesante a la hora de evaluar si los libros y la serie son sólo grandes obras de entretenimiento o dejan una huella más honda.