Hoy se estrena Wilson, el documental de Mateo Gutiérrez Ruiz sobre Wilson Ferreira Aldunate. Un trabajo contundente filtrado por la sensibilidad de su director, que resume muy bien la vida pública y privada de Ferreira, pero que también funciona como registro de la esencia díscola, visceral, de los blancos.
Los primeros minutos se van en un collage de testimonios hecho de voces cercanas a Ferreira o contemporáneas. Entran en escena Carlos Julio Pereyra, su compañero de fórmula en las elecciones de 1971, una prima, su hija Susana, José Mujica... hasta que aparece Luis Alberto Lacalle, que, con esa expresividad tan particular que fue ganando con los años, arrima sus recuerdos pero también marca un tono distinto: “De Wilson se empieza a hablar cuando es nombrado ministro de Ganadería en el segundo gobierno blanco [del siglo XX, elegido en 1962]. Y siempre te hacía gracia porque era el centro de las conversaciones [...], tenía un grado de divismo [...], siempre jorobábamos con que era Vittorio Gassman”.
El documental sigue cronológicamente la vida de Ferreira, desde su infancia hasta su repentina muerte en 1988, y se detiene en por lo menos cinco momentos políticos que lo convirtieron en leyenda.
Comienza por su ascenso, en los años 60, gracias al mix de la elocuencia, la sagacidad y el humor que supo explotar en cada interpelación a ministros de gobiernos colorados, que a menudo determinaron sus renuncias, así como en sus salidas a la prensa. Este carisma lo proyectó como el candidato mejor perfilado para ganar las elecciones de 1971.
Un clímax anticipado llega con la intervención de Ferreira en el Parlamento en la víspera del golpe de Estado del 27 de junio de 1973, vibrante y harto conocida. Menos difundido es el relato de su salida esa noche del Palacio Legislativo. Una de las perlas de este trabajo es el testimonio de Ignacio de Posadas, quien trabajó con Ferreira en la campaña de 1971 y lo sacó en su auto en aquella ocasión. De Posadas cuenta los detalles del episodio, al tiempo que minimiza el peligro que corría el líder blanco. “Bien de [el sector que encabezaba Ferreira,] Por la Patria”, dice en referencia al intrincado plan para sacarlo del país. “Ya estaban todos con que los aeropuertos estaban cerrados, que la frontera, que la Policía. No había nada, pero todos estábamos en esa película”, apunta el que más adelante sería ministro de Economía y Finanzas del gobierno de Lacalle, que con pocas intervenciones se convierte en una de las figuras del documental.
El periplo de Ferreira en el exilio y sus denuncias de los crímenes de la dictadura uruguaya ante estados y organismos internacionales constituyen el tercer gran mojón. Se destaca el trabajo del director en la recopilación de testimonios de las personas con las que el caudillo exiliado trabajó en Washington para que Estados Unidos cesara su ayuda militar al régimen.
El regreso de Ferreira a Uruguay, en 1984, está reconstruido casi por entero. Gracias a un gran trabajo de recopilación y montaje de registros audiovisuales, este episodio quedó tan redondo que Gutiérrez pensó en utilizarlo como núcleo de la historia y, desde ahí, ir y volver en la construcción de la biografía. Llegó a ensayar esa idea, pero el resultado le pareció caótico y optó por el relato lineal.
El desenlace de la vida del biografiado, coincidente con los primeros años de la restauración democrática, marca el último gran episodio, cuyo eje está en las complejidades detrás de su apoyo a la ley de caducidad y en cómo esa decisión lo afectó políticamente y quizá en su salud (“esa enfermedad de Wilson es el fruto del estrés”, asevera Jorge Batlle). Esta sección está marcada por dos o tres pasajes de alto valor testimonial. Uno de ellos, en el que aparece Ferreira hablando en un estrado, ya algo desguarnecido, es revelador. Se dirige directamente al presidente Julio María Sanguinetti y a su ministro de Defensa Nacional, y les reprocha haber cambiado su discurso para minimizar las amenazas de los militares ante la posibilidad de que la Justicia los citara, luego de que el argumento acerca de ese estado latente de insubordinación fuera la justificación de Ferreira para respaldar la ley de caducidad. “Así no vale. Así no vale”, les espeta Wilson, en un tono mucho menos intempestivo que el habitual. Y comienza a apagarse.
Gutiérrez dedicó cinco años a este trabajo. La idea le fue naciendo mientras hacía su primer documental, DF (Destino Final), sobre su padre, Héctor Gutiérrez Ruiz, asesinado en Buenos Aires en mayo de 1976. Si el armado con materiales de archivo de aquella película había sido un parto, por la escasez de imágenes, con Ferreira pasó lo contrario. Cuando por fin se decidió a embarcarse en el proyecto, pensó que el financiamiento iba a ser un tema lateral. Al fin y al cabo, se trataba de una de esas leyendas de la política que se cuentan con los dedos de las manos, de la figura con la que el Partido Nacional podía mostrar su costado más épico. Sin embargo, no fue fácil, y los apoyos, sobre todo los partidarios, tardaron en llegar. Porque también se trataba de un líder cuyo auge dividió aguas entre los blancos y marcó la cancha hasta nuestros días. La salida picaresca pero punzante de Lacalle haciendo referencia al divismo del líder de Por la Patria es una muestra de esto último.
De alguna forma Lacalle y Jorge Batlle –dada la ausencia de Sanguinetti– operan, en esta película, como los antagonistas del personaje principal. En especial el primero, por su franqueza respecto de las diferencias que los separaron.
El director barajó la posibilidad de titular su documental Wilson: el vengador de la República. Al ver este trabajo, visceral y con bastante menos bronce que los recuerdos de los militantes, queda claro que aquel nombre pomposo no le correspondía. Es mucho mejor Wilson, a secas, y que cada uno le agregue lo que quiera.
Algo escorado | La representación de alguien tan relevante en nuestra historia reciente como Wilson Ferreira Aldunate dialoga, en forma inevitable, con la actualidad. Mateo Gutiérrez no parece haber tenido la menor intención de “contrabandear” un mensaje político (evita con buen criterio, por ejemplo, rozar la cuestión de quiénes son hoy auténticos wilsonistas), pero en su retrato están más presentes los reproches de la derecha blanca que algunos aspectos ríspidos de la relación de Ferreira con la izquierda. Por ejemplo, su aprobación en 1972 del Estado de Guerra Interno y la Ley de Seguridad del Estado, o los factores que complicaron su relación con el general Liber Seregni. Así, la presencia de Los Olimareños en la banda de sonido puede parecer más adecuada, pero los caminos que tomó Wilson lo terminaron alejando de la mezcla de Uruguay profundo y rebeldía que vibra en esas canciones. ■ Marcelo Pereira.