Ayer falleció en su casa de Las Vegas, a los 91 años, el comediante y director de cine estadounidense Jerry Lewis, nacido Jerome Levitch, que tuvo su período de gloria en los años 50 y la primera mitad de los 60. Hiperquinético y estridente, su personaje típico entre tonto y afectado, interpretado en un estilo muy físico que retomó notoriamente Jim Carrey (y, en Uruguay, Eduardo D’Angelo), lo hizo saltar a la fama junto con el actor y cantante Dean Martin, primero en nightclubs y luego en el cine; formaron una dupla de notable química, en la que al segundo le tocaba el papel de galán despreocupado. Esa sociedad se disolvió en malos términos, y mientras Dean se concentraba en el canto, Lewis fue la estrella de muchas películas exitosas, como El profesor chiflado, también dirigida por él: era una especie de Dr Jekyll y Mr Hyde en clave cómica, en la que hacía el doble papel de un científico nerd y del personaje glamoroso en el que este se transformaba (hubo una remake con Eddie Murphy, producida por Lewis, en 1963). Unos años después comenzó a perder atractivo para el público, no sólo porque su tipo de humor se reiteraba bastante, sino también porque lo hacía desde un punto de vista personal muy conservador, que se adecuó mal al ascenso de la contracultura en Estados Unidos. Sin embargo, varios críticos europeos lo consideraron un artista genial (aunque esto puede considerarse algo parecido a lo que ocurría con el personaje del director Val Waxman, interpretado por Woody Allen en su película La mirada de los otros –2002–) y grandes figuras del cine “serio” apreciaban su trabajo: Martin Scorsese lo dirigió en 1983 en El rey de la comedia (junto a Robert de Niro y Sandra Bernhard), y Emir Kusturica una década después en Sueño de Arizona (junto a Johnny Depp y Faye Dunaway). Siguió actuando hasta una avanzada edad, y protagonizó en 2013 Max Rose, un drama no muy recordado que dirigió Daniel Noah.