En un espacio que, por su naturaleza, legitima cuerpos retraídos y miradas bajas, el teatro propone el ejercicio contrario: abrirse, levantarse, percibir al otro. O, como planteaba el brasileño Augusto Boal, padre teórico y metodológico del Teatro del Oprimido, iluminar el escenario de nuestra vida cotidiana: “Tenemos la obligación de inventar otro mundo porque sabemos que otro mundo es posible”. En sintonía con esta apuesta, la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático (EMAD) realiza pasantías en el Centro Nacional de Rehabilitación Punta de Rieles, donde los presos autogestionan la Usina Cultural Matices, y desde ella coordinan un grupo de teatro, una radio comunitaria, grupos de rock, rap, murga y cumbia, una cuerda de tambores, charlas informativas y talleres. Así gestan un brote repentino de libertad.
El director de la EMAD, Santiago Sanguinetti, explica que la escuela, mediante estudiantes avanzados, se propone llevar adelante visitas semanales a la Unidad 6, para ampliar los objetivos de su formación, al estimular un mayor compromiso político y social con las zonas alejadas de los centros hegemónicos de poder económico y cultural, que en gran medida “generan elitismo en la comunidad teatral montevideana”.
Comienzo de partida
Hace dos años, el grupo de teatro alcanzó un logro impensado: estrenó la obra El día después, escrita y dirigida por el recluso Adrián Baraldo e interpretada por otras personas privadas de libertad, acerca de la experiencia de un muchacho que sale de la cárcel. Aquella apuesta llevó a una nueva conquista, y desde entonces el espectáculo ha estado de gira por centros educativos y otras instituciones públicas. En ese marco, y en una ronda organizada por el Instituto Nacional de Derechos Humanos y las radios comunitarias La Cotorra, Uni Radio y Radio Pedal, con la colaboración de la Asociación de Funcionarios de la Universidad del Trabajo, hoy a las 10.00 la pieza se presentará en el liceo 73, del barrio Bonomi; el 21 de agosto, en el Centro de Participación para la Integración y el Desarrollo de Nuevo París; y el 29 de setiembre, en el centro cívico de Casavalle.
Según dijo Baraldo a la diaria, la usina ha vivido un crecimiento importante, sobre todo porque cada vez más personas se suman al proyecto, lo que permite “que nos podamos parar de otra manera y problematizar algunas cuestiones”. Contó que, para sus compañeros, la posibilidad de “salir y llevar un mensaje de algo que nos pasa a todos cuando recuperamos nuestra libertad es muy importante, y sobre todo las charlas o discusiones posteriores a la obra de teatro. Como seres humanos logramos concretar otras cosas, y trabajar colectivamente nos hace ver a los demás de una manera diferente”.
Comenzó a crear El día después cuando estaba en el Penal de Libertad, y a los pocos meses lo trasladaron a Punta de Rieles: “Me lancé a esta aventura con pocos conocimientos; así escribí la base del guion y pensé las conversaciones en las distintas escenas, hasta que conocí a un gran docente de literatura que puso todo su saber a mi disposición”, explica. Así se convirtió en el referente del grupo de teatro, que desde hace un tiempo está en pleno proceso de ensayo de su segunda puesta.
La EMAD en Punta de Rieles
Una de las tutoras de la pasantía de la EMAD, Leticia Folgar, comentó a la diaria que esta experiencia se enmarca en el Programa Integral Metropolitano que coordina el sector de extensión de la Universidad de la República (Udelar). En 2012 se inició un proceso de trabajo a partir de la demanda de los propios presos, que en ese entonces estaban abocados al trabajo en invernáculos. A esto se sumó la pasantía, que se transformó en uno de los espacios de formación integral de la Udelar, que intentan llevar adelante procesos combinados de enseñanza, investigación y extensión. Así, señaló Folgar, se han desarrollado distintas experiencias: “Ya había una intervención mensual del teatro Solís –mediante charlas–, y además del grupo de teatro hay un espacio-taller a cargo de una egresada de la EMAD, que se dedica a sensibilizar sobre cuestiones teatrales”.
El objetivo fue trabajar distintos aspectos vinculadas con el teatro, con el criterio de que los estudiantes se trasladaran a la unidad y que no “expusieran” experiencias previas de la escuela, sino que se construyera un proyecto integral de alumnos de tercer y cuarto año de la EMAD, en vínculo con la lógica de extensión del programa.
Sabrina Speranza –integrante del equipo de la pasantía– contó que los estudiantes participan por un lado en el mencionado espacio-taller y por otro en el grupo de teatro, y que en ambos espacios trabajan con dinámicas muy distintas: “Una tiene que ver con brindar herramientas teatrales, y la otra responde al diálogo entre un grupo de personas que hacen teatro estando privadas de libertad, con estudiantes que también hacen teatro”.
Folgar agregó que lo interesante de esta usina autogestionada son las distintas expresiones que abarca: “Lo cierto es que hay un grupo privado de libertad que está, por la vía de lo artístico y lo cultural, encontrando distintos modos de vivir la situación en la que está, y que ellos entienden que son más positivos, más constructivos, a la vez que también se vinculan con procesos de educación. Entonces, ha existido un gran proceso de intercambio en el que ellos han ido demandando apoyo de la Udelar y de otras instituciones para ir fortaleciendo esta línea desde lo educativo, lo cultural y lo artístico, como otra manera de modificar la visión que existe en el afuera sobre la persona privada de libertad, e incluso pensar en mejorar las condiciones del eventual egreso”.
Como ya se planteó en El día después, la docente explica que el concepto de reinserción es algo que ellos discuten y observan críticamente, y que eso se vuelve “muy positivo”. Como ¿qué es eso de reinsertarse? ¿y reinsertarse a qué?, ¿ellos hoy no están insertos? También apunta a cierta concepción que tiende a pensar la rehabilitación o la inserción como algo muy vinculado con el trabajo, y no tanto con otras actividades. En la unidad hay muchos emprendimientos productivos, y también es interesante lo que se tensa en ese sentido. Es más fácil construir otra identidad en relación con el trabajo, y no tanto en relación con otras expresiones, por ejemplo la artística. Esa es una disputa que ellos dan cuando participan en estos espacios, cuando llevan adelante la obra. Y ahí hay un sentido político interesante, que también acompañamos desde estos espacios”.
María Cantabrana, otra de las tutoras, contó que los estudiantes que trabajan con el grupo siguen una dinámica más dialógica, mientras que el taller apunta a la planificación y a técnicas teatrales lúdicas y de improvisación, más que al trabajo en torno a una obra. Speranza complementó lo dicho por su compañera y aclaró que en el taller no se trabaja una técnica específica, como puede ser el Teatro del Oprimido, pero sí se ejerce una visión crítica y política de lo social. “Por ejemplo, se preocupan por algunas situaciones de presión que intentan llevar a escena, y así se da el intercambio con los estudiantes de la EMAD, a partir de discusiones de diversa índole vinculadas con lo político: se habla de capitalismo, de machismo. Pero no hay necesariamente una puesta teórica explícita. Han hablado de [Bertolt] Brecht, han hablado de Boal, pero desde el encuentro entre personas que hacen teatro y a las que les interesan en especial determinadas maneras de hacerlo, que tienen que ver con ejercer una mirada crítica hacia la sociedad. Pero no es que haya un espacio dedicado al Teatro del Oprimido como tal”, aseveró.
En paralelo a la pasantía se organizan espacios de tutoría y clases magistrales, en las que se apela al diálogo entre referentes del mundo artístico y del sistema penal, para así contribuir a una formación integral de los estudiantes. En este contexto, el lunes a las 16.00 se organizará el primer encuentro: en la EMAD, Leonardo Flamia, crítico y docente, tendrá una charla pública con Mauro Tomasini, integrante del Servicio Paz y Justicia, acerca del teatro y los contextos de encierro.
Folgar no dudó en evaluar la respuesta de los internos como muy positiva. “En el caso del trabajo con la obra, ellos están ávidos de recibir aportes. De hecho, el año pasado y el anterior han hecho intercambios con el grupo uruguayo de la Red Teatro del Oprimido, por ejemplo. Cuando surgió esta propuesta, se interesaron mucho en la posibilidad de incorporar nuevos elementos. El espacio-taller de la tarde tiene como potencial que puede acceder a él gente que no maneja necesariamente recursos artísticos y sociales, de modo que se convierte en una oportunidad para acceder a las posibilidades que brinda el teatro. Y eso es muy positivo porque amplía la cantidad de internos que pueden contactarse con una propuesta artística, con el lenguaje teatral como recurso. Porque el grupo de teatro ya está consolidado, sale, tiene una obra escrita y está por estrenar otra”. Cree que este es un desafío permanente, siempre pensado desde una lógica horizontal. “Nosotros no vamos con una propuesta armada en la que los estudiantes de la EMAD tengan que llegar a determinados resultados. Se trata de aprender a trabajar en la incertidumbre como terreno y en el diálogo con el otro, que inevitablemente genera incertidumbres”, de modo que la apuesta es producir conocimiento en torno a esto.
Del otro lado
Una de las pasantes, Elaine Lacey –alumna de la flamante Tecnicatura en Dramaturgia– advirtió que, para ella, Punta de Rieles se convirtió en un espacio para repensar la actividad teatral y sus potencialidades fuera del ámbito profesional y legitimado. Se siente interpelada por la entrega y la determinación “con la que el grupo habla sobre lo complejo y contradictorio que resulta saberse un ser social, responsable y complementario. Los que están adentro y los que estamos afuera somos dos polaridades de un mismo fenómeno, y la actividad de la usina es un llamado a asumir eso”, afirmó, precisamente porque cree que, cuando el arte es crítico, ofrece no sólo un espacio de reflexión, sino también uno de acción, “y lo que ellos hacen deja en evidencia que no estamos eligiendo las mejores herramientas para manejar el miedo y el dolor en nuestra sociedad. Creo que habitar los espacios que no queremos mirar es también un camino posible para dejar de consumir versiones paranoicas o edulcoradas de la realidad”, opinó.