Christopher Nolan es realmente el director del momento: por hacer esta película ganó 20 millones de dólares y además 20% de la recaudación (lo cual, apenas una semana después de su lanzamiento mundial, ya implica otros 50 millones, y va a seguir creciendo). Ese acuerdo igualó los términos sin precedentes que había negociado Peter Jackson (el “director del momento” de hace diez años) para su King Kong (2005). Nolan alcanzó ese estatus de director-estrella: es un “autor” reconocido aun en un ámbito masivo en el que la autoría suele importar poco. Es notorio, entre otras cosas, por sus artificios narrativos originales.

Aquí el artificio consiste en tres líneas de tiempo alternadas, con extensiones distintas. La Operación Dínamo (el rescate de soldados aliados confinados en la playa de Dunkerque en 1940, luego de una contundente derrota frente al ejército alemán) es contada mediante tres conjuntos de personajes. En la playa francesa del título, soldados aliados (casi todos británicos) aguardan que los rescaten mientras son bombardeados por aviones alemanes: esto dura una semana. El canal de la Mancha es cruzado por barcos civiles británicos que se suman a la operación de rescate: esto dura un día. El mismo canal es cruzado por un escuadrón de aviones caza Spitfire encargado de detectar y tratar de derribar a los de la aviación germana para proteger a los soldados en el mar y en tierra: esto dura una hora. Las extensiones de las tres líneas están distribuidas de forma relativamente homogénea en el metraje, así que hacia la mitad de la película vamos por el tercer día en la playa pero recién en la primera media hora de los aviones. En algún momento, las historias se solapan y los personajes de una inciden en las demás: recién ahí entendemos cabalmente en qué momento transcurren las historias más breves con respecto al marco más amplio.

Quitando ese hábil juego de montaje y algunas peculiaridades de estilo que comento más abajo, la película tiene un sabor bastante retro: me hizo acordar a aquellas superproducciones bélicas centradas en determinado episodio histórico y con elenco multiestelar, como Tora! Tora! Tora! (Richard Fleischer, Kinji Fukasaku y Toshio Masuda, 1970) o Midway (Jack Smight, 1976). La moral es similar: no se trata de la guerra espantosa, llena de sangre y gore, de Rescatando al soldado Ryan (Steven Spielberg, 1998); tampoco es aquella en que la locura bélica lleva a los personajes a perpetrar acciones que solemos considerar criminales. Sí, aquí muere gente y pasan cosas feas, pero sin la exposición física de los cuerpos destruidos, y con el detalle importante de que la gran mayoría de los personajes principales sobrevive. Los alemanes son el enemigo lejano, deshumanizado: sabemos que el caza Heinkel está pilotado por un joven, quizá tan querible como los británicos con quienes nos identificamos, pero lo que vemos es un avión enemigo que bombardea soldados indefensos, y ese avión es un blanco a ser anulado. Los únicos soldados alemanes que llegamos a ver están, en uno de los últimos planos de la película, lejos, fuera de foco y silueteados (es uno de varios aspectos en los que esta película es tributaria de La patrulla perdida –1934–, de John Ford). Algunos soldados británicos tienen actitudes imperfectas, no del todo solidarias, no del todo honestas, sienten miedo: pero todo es excusable, entendible.

La Operación Dínamo se presta a ese tratamiento. Los malos son los nazis, los villanos menos controvertidos de todo nuestro bagaje cultural. El objetivo de los aliados no es matar, sino salvar vidas. La historia ayuda: es cierto que Winston Churchill insistió en el rescate y en no llegar a un acuerdo con Adolf Hitler. Es cierto que la expectativa era lograr salvar, con suerte, a 30.000 soldados, y que lograron rescatar a 338.000, gracias, entre otras cosas, a unos 800 barcos civiles que se prestaron, por patriotismo, a enfrentar la peligrosa travesía. Esos datos históricos generales están condimentados con detalles ficcionales en el mismo tono: el comandante se rehúsa a partir porque quiere seguir ayudando a embarcar a más soldados; el gurí civil muere en forma estúpida durante la travesía, pero luego el diario de su pueblito lo trata como héroe de guerra; el soldado traumado se manda terrible macana, pero las personas a su alrededor entienden lo que padeció y tratan de que no se sienta tan mal; los soldados fueron derrotados en el continente, pero el pueblo británico los alienta y enaltece, porque la unidad y el agradecimiento son fundamentales; el piloto se queda a pelear contra los aviones alemanes a pesar de que sabe que el combustible ya no le permitirá regresar a Inglaterra –así que no le espera nada bueno en el futuro inmediato–.

Algunos entendidos objetaron que la película disminuye mucho el rol del ejército francés en la evacuación, e incluso el de los batallones indios en la batalla de Dunkerque. Y puede ser: esta película proclama en forma explícita la importancia de estar del lado de los aliados y defender el mundo libre de la amenaza nazi, pero los méritos son británicos. Y en las dos escenas pico, en las que hay demostraciones colectivas de heroísmo y civismo, suena en la banda musical una versión de “Nimrod”, de sir Edward Elgar, símbolo patriótico británico si los hay (es una música de un poder emotivo arrollador, así que en esos momentos creo que todos los espectadores en la sala se dispondrán a sacarse sus sombreros imaginarios y a saludar con ojos vidriosos al imperio y la corona). El reparto es un compendio de rostros destacados de la escena cultural británica, desde los actores shakespeareanos Kenneth Branagh y Mark Rylance hasta Harry Styles (cantante de One Direction), pasando por Tom Hardy (el más blockbuster de los actores ingleses del momento). No hay mujeres con papeles de importancia: las pocas que aparecen en pantalla son poco más que extras, en roles de enfermeras o ayudantes que ofrecen frazadas o té a los soldados. Las tres líneas anecdóticas, vinculadas respectivamente con tierra, mar y aire, apuntan respectivamente a cada una de las fuerzas armadas (ejército, armada y aviación).

Hay un aspecto en el que el film es aun más retro, y se vincula con el cine soviético de los años 20 y 30: los personajes individualizados, sin perder su carácter único, están ahí como ejemplos de determinado colectivo: el militar novato, el civil, el piloto curtido. No hay referencias al pasado, psicología, charla de fogón, foto de una joven esposa embarazada ni referencia a las profesiones de cada uno antes de participar en el conflicto bélico. No es una historia sobre individuos, sino sobre un capítulo de la Segunda Guerra Mundial, sobre el heroísmo, el patriotismo y la solidaridad, y también sobre el instinto primario de supervivencia.

Dado ese enfoque, es curioso que la película opte por insistir en el sentido del individuo en el medio de la batalla. Varios de los momentos cruciales transcurren en circunstancias en las que queda claro lo aleatorio y la muy limitada posibilidad de acción o decisión. Los ataques llegan sin aviso y sin que quede muy claro de dónde proceden. O llegan con aviso y no hay nada que se pueda hacer: una serie de bombas cae sobre los soldados tirados en la playa: ¿quiénes serán sus víctimas y quiénes se podrán salvar? Hay ejemplos también de circunstancias en las que un gesto puede hacer toda la diferencia: la sangre fría y el cálculo frente al ataque del caza, la actitud de abrir una escotilla para que puedan escapar quienes están presos adentro. Hay varias escenas tremendamente angustiosas: el soldado zambullido debajo de una mancha de combustible que se empezó a quemar; los soldados escondidos en un barco abandonado sobre el que de pronto los alemanes empezaron a practicar tiro al blanco.

La imagen es neta, con el foco profundo; el montaje tiene un ritmo moderado y cuida la orientación espacial y la continuidad; la cámara es estable, sin el nerviosismo de tipo documental establecido desde Rescatando al soldado Ryan y exagerado luego en los films de Paul Greengrass y Kathryn Bigelow. El concepto del caos de la guerra se comunica en lo que vemos, pero no contagia al estilo, que es cómodamente ordenado, con un gusto por los encuadres centrados, apenas sacados con elegancia de lo rígidamente simétrico.

El visual de la película es peculiar y virtuoso. Las zonas oscuras son tremendamente densas. Predominan los azules agrisados y casi no hay rojos, salvo en las escenas finales en Inglaterra, cuando la visión de las casas de ladrillos de un pueblito inglés nos rodea de la más uterina sensación de hogar. Aun más especial es la música de Hans Zimmer. Excepto en ese par de ocasiones en que escuchamos “Nimrod”, es más bien ruidista: algunas notas o acordes mantenidos que crecen o decrecen, sobre una base de pulsaciones que asumen distintos timbres, a veces metálicos, a veces con acordes, y que cambian de velocidad según la tensión. Al ser una música tan poco melodiosa, puede sonar casi todo el tiempo sin hartar ni apabullar, regulando grados de tensión, unificando las escenas que corren alternadas, coloreando bellamente la banda sonora e incluso jugando con el uso de los ruidos como motivos. En la primera escena, situada en la ciudad de Dunkerque, vemos a Tommy corriendo y las pulsaciones de la música parecen ser sus pasos, pero de pronto se emancipan y se definen como “música”. Ese juego se valoriza especialmente, ya que hay muy pocos diálogos, y son muy elementales –algo que, dicho sea de paso, es una buena noticia para quienes no tienen interés en los pretenciosos dilemas morales e incursiones filosóficas medio baratas de la mayoría de las películas de Nolan–.

Acá es todo lo contrario: una gozosa incursión en el mundo de la guerra pintado con rasgos de una inocencia acrítica: el lado de los buenos bien separado del de los malos, sustanciado con los viejos valores de heroísmo, solidaridad, espíritu de equipo, patriotismo y predominio del sexo masculino; todo eso justificado de alguna manera en este contexto específico, y encarnado en tremendo espectáculo.

Dunkerque (Dunkirk), dirigida por Christopher Nolan. Reino Unido/ Francia/Holanda/Estados Unidos, 2017. Con Fionn Whitehead, Mark Rylance, Tom Hardy. Grupocine Ejido y Punta Carretas; Life Cinemas 21 y Costa Urbana; Movie Montevideo, Nuevocentro, Portones y Punta Carretas; shoppings de Colonia, Las Piedras, Paysandú, Punta del Este, Rivera y Salto; Stella (Colonia).