El bien traerá el bien y el mal traerá canciones, disco debut editado en 2014, era una más que respetable carta de presentación para Alfonsina. Bastaba con verla calzarse la guitarra y ponerse detrás del micrófono para que uno percibiera una elegancia inusual a la hora de conjugar los recursos vocales y un pulso a veces intensísimo dentro de sus temas. Sin embargo, en ese mismo virtuosismo se percibía una limitación, una jaula de oro dentro de la que Alfonsina exhibía su arsenal vocal y estilístico, pero que no le dejaba demasiado espacio para moverse fuera de los límites del gipsy jazz afrancesado y el soul/blues a lo Amy Winehouse. En definitiva, El bien traerá el bien y el mal traerá canciones era un disco con mucho swing, pero nunca dejaba de ser bueno en una categoría cercana a la de “música de librería”.

Nada se le habría podido reprochar a Alfonsina si en su siguiente álbum hubiera decidido continuar sacándole lustre a los barrotes dorados, perfeccionar su estilo y seguir sacando esos temas pegadizos y juguetones. Lo que hizo, en cambio, fue Pactos. Desde los primeros segundos de este disco se percibe, en la guitarra milongueada de “Ese frío vacío” (primer corte de difusión), que hay una especie de zona de materia oscura entre las notas y entre los instrumentos, algo completamente distinto al estilo swinguero de sus trabajos anteriores, en los que justamente se intentaba borrar cualquier relieve o costura. En esta canción PJ Harvey es lo primero que parece salir a colación, pero Alfonsina procesa la evidente influencia de la británica con un enfoque menos áspero y estridente.

Es curioso, porque en términos de volumen la voz nunca está detrás en la mezcla, pero por sus repeticiones, sus solapamientos y la circularidad de los versos funciona a nivel inconsciente como una textura de fondo (“ese frío vacío ese frío vacío ese frío vacío ese frío vacío”), algo diametralmente opuesto a lo que ocurría en el primer disco, en el que la base instrumental funcionaba como un plató para el lucimiento vocal. Es más, salvo en algún rapto dramático de “Abre la puerta”, el canto, si bien es intenso y variado –entre los temas y dentro de cada uno–, nunca parece tener momentos de auténtico ataque, como si no llegara a rasgar un telón colocado por encima de él (el único ejemplo que se me ocurre de algo similar es el de la argentina Rosario Bléfari, quien aun en sus temas más sentidos nunca se acerca a rasgar ese telón, en su caso como una suerte de distanciamiento).

En esta forma particular de cantar, tan distinta de la que había empleado antes, es como si la voz de Alfonsina estuviese a medio camino entre el minimalismo y el maximalismo, y esto se extiende a la presencia de los instrumentos y al sonido entero del disco. Cada instrumento parece ir en un carril distinto, cada uno lo suficientemente lejos del otro, algo que puede adjudicársele a esta nueva visión de la artista, al tiempo que es una marca de fábrica de los trabajos de Fabrizio Rossi en producción.

En cuanto a sonido, entonces, Pactos es como entrar a un museo aséptico y futurista construido en una cápsula espacial, donde cada instrumento estuviera en una vitrina, exhibido como un vestigio cuidadosamente preservado de la extinta música humana. Así sucede con los saxofones de “Algo llama”, o en los ochentosos pianos Rhodes de “Casas unidas”: entramos a la sala y vemos los instrumentos sellados al vacío; ante los gruesos vidrios que los encierran para su exhibición, el visitante del museo se acerca, aprieta botones rojos y escucha, mediante pulcros parlantes, cómo sonaban en tiempos previos al fin de la civilización.

El momento más alto de este refinamiento es el ya mencionado “Algo llama”, en el que se percibe en los arreglos, entre arpegiados, vientos y voces (muchas, superpuestas, solapadas, a veces agudísimas), una minuciosidad tímbrica que retoma experimentos emprendidos por la estadounidense Annie Clark (más conocida por su nombre artístico St Vincent). En “Star”, la voz de Alfonsina repite, en un mantra sensual, “Si querías evitarlo es tarde / ya es tarde, baby / soy el sueño que vuelve a buscarte / Buscarte / Deja que la inspiración nos hable / nos hable, baby / mira cómo el callejón nos abre”, mientras que en “La noche” susurra debajo de un bajo gordo, una guitarra con slide y un triángulo que repiquetea en el audífono derecho como si fuese la encarnación misma de ese hiperpensamiento del que habla la canción (“La noche exige, ya no puedo parar a pensar, no puedo pensar en parar / Ah, será mi debilidad / Ah, esa sensibilidad”). Esta curiosa polinización entre letra y voz también se percibe en “Fuego”, en la que Alfonsina dice: “Soy lo que doy y soy un nudo tenso / cuando sobrepienso, no temo donde caeré / Abriré mis alas en un movimiento”. En esa canción, la voz es ese nudo tenso, galopando sobre la base hiperquinética del bajo y un teclado circense.

Adentrándose en esta dinámica, quizá el tema central del álbum sea la neurosis. Las letras están marcadas por ese gen común de una vaga poética en la música uruguaya, en lo que lo escrito siempre parece encarnar misivas poco concretas a amores o ex amores indeterminados. Sin embargo, en Pactos el procedimiento parecería ser el inverso. A título e interpretación personal, la verdadera temática de Pactos parece ser la de una persona frente a la neurosis de la creación, el campo minado de dudas, hipermeditación, marchas y contramarchas de querer separarse de uno mismo, de aquello en lo que uno es bueno, para buscar un camino nuevo.

El único tema verdaderamente romántico, en el sentido clásico del término, es “Casas unidas”, quizá también el más convencional, pero sin duda el más emocionante de Pactos, que transmite una sensación de vulnerabilidad que lo distingue del resto, y que hace recordar a las interpretaciones más trágicas de la estadounidense Stevie Nicks en Fleetwood Mac.

Es posible que en algunos temas haya cierto abuso de puentes y vueltas innecesarias, pero lo más destacable de Pactos, una y otra vez, es la solidez y consistencia, no sólo considerando los temas en su conjunto, sino dentro de ellos; es decir, una solidez sonora que se extiende a lo conceptual, y viceversa. Sin embargo, se trata, ante todo, de un salto cualitativo y artístico, como el de una gimnasta en medio de un salto mortal, dándose cuenta de que quizá puede girar 180 grados más, y cayendo sobre sus dos pies.

Pactos, de Alfonsina. Bizarro, 2017.