Es un lugar común señalar que, en 1990 y 1991, las dos primeras temporadas de la serie Twin Peaks (TP), creada por el director de cine David Lynch y el guionista de televisión Mark Frost, cambiaron sustancialmente la idea de lo que se podía hacer en la pantalla chica, y tuvieron una larga y profunda influencia en muchísimo de lo que vino después, hasta hoy. Sin embargo, pese a que ese fue el indudable saldo de la experiencia, aquella revolución creativa, que desembocó en un famoso final abierto, no fue algo prolijamente planificado, sino que se desarrolló con altibajos y cambios de rumbo sobre la marcha, entre la decepción de gran parte de su audiencia inicial, presiones de la red de emisoras ABC e incertidumbres de la dupla responsable del programa (que compartió su trabajo con muchas otras personas; Lynch sólo dirigió una cuarta parte de los 30 episodios, y en dos tercios de estos ni él ni Frost participaron en los guiones).

Debajo del mito

La serie se publicitó con la pregunta “¿Quién mató a Laura Palmer?”, y su trama comenzó con el hallazgo del cadáver de esa muchacha en el pequeño pueblo maderero ficticio del título, muy cerca de Canadá (tan pequeño que, en el guion original, el famoso cartel a su entrada debía decir “Población: 5.120”, pero ABC consideró que eso iba a dificultar que la audiencia se sintiera identificada, y la cifra se cambió a 51.201). A partir de aquel homicidio y de la llegada para investigarlo de Dale Cooper, agente especial del FBI, se fue articulando una mezcla de géneros que incluía una parte de telenovela con enredos románticos, otra de policial con misterios y traiciones, otra de comedia con personajes excéntricos y toques surrealistas, otra de horror y –sin que la lista sea exhaustiva– otra con elementos sobrenaturales –que, como veremos luego, demoró en plantearse de forma explícita–, todo ello realzado por rasgos de lo que hoy consideramos típico de Lynch, como el manejo inusual de los ritmos narrativos, la inclusión surrealista de pasajes oníricos, el hermetismo, la revelación de mucha sordidez bajo apariencias cándidas, la relevancia de la banda de sonido (con composiciones inolvidables de Angelo Badalamenti y un manejo virtuoso de otros elementos) y, por supuesto, una rara belleza visual.

Fue un despliegue de libertad artística sin precedentes en la televisión estadounidense, pero la memoria suele reconstruir aquellas dos primeras temporadas de TP con un sesgo que corresponde más a la síntesis de su legado que a su desarrollo semanal. Para entender el asunto sin entrar en excesivos detalles, puede ser suficiente considerar algunos datos.

  1. La primera temporada, de ocho episodios, fue un gran éxito de público y de crítica, pero cuando terminó sin que se supiera quién había matado a Laura, la audiencia comenzó a fastidiarse. Quizá previendo esto, Lynch y Frost decidieron terminarla con varios de los personajes centrales en peligro (lo que se llama cliffhangers, en alusión a viejas series en las que los capítulos terminaban con alguien aferrado al borde de un precipicio), a fin de que muchos televidentes desearan que TP siguiera.

  2. En 1991, el rating descendió en forma sostenida, y ABC presionó hasta lograr que Lynch y Frost identificaran al homicida a mediados de la segunda temporada. El problema, según se reveló años más tarde, fue que los creadores no habían previsto cómo seguir, y el argumento se empezó a empantanar en subtramas y novedades sacadas de la manga, hasta que ambos se las arreglaron para enderezarlo bastante sobre el final.

  3. Aquella revelación de la segunda temporada, en los episodios 13 y 14 de un total de 22, fue también el tardío momento en el que se confirmó que había elementos sobrenaturales en la “realidad” de la serie. Hasta entonces, se podía pensar que había sueños fantásticos, alucinaciones y creencias sin fundamento; luego se estableció que todo eso eran intervenciones de entidades procedentes de otros planos –de origen y características no demasiado claros–.

  4. Al final de temporada de 1991, Lynch y Frost apelaron al mismo truco de los cliffhangers, pero el rating se había mantenido bajo y ABC resolvió no seguir (o sea que el final abierto no fue planteado, en principio, como algo definitivo).

En 1992, Lynch dirigió, sin participación de Frost, la película Twin Peaks: Fire Walk With Me, planteada como una precuela, que de algún modo reordenaba y “explicaba”, aunque fuera en una clave entre metafísica y psicodélica, con numerosos cabos sueltos, mucho de lo que había pasado en la serie, volcándolo decididamente hacia el terreno de lo fantástico. Y después vino un profundo y prolongado silencio durante un cuarto de siglo, en el que se consolidó un culto a los personajes y escenarios de TP, estimulado por toda clase de teorías acerca de su significado.

El regreso

En 2014, el canal de cable Showtime anunció que iba a producir una continuación de TP en la época actual, con Lynch y Frost totalmente a cargo de la parte creativa y el primero como director de todos los episodios. Eso se concretó este año, sin que hubiera filtraciones ni adelantos significativos acerca de la trama (se divulgó, por ejemplo, una larga lista del elenco, pero no la distribución de papeles, y tampoco que la presencia de varios músicos obedecía simplemente a que iban a interpretar canciones en vivo).

Cuando se conocieron los primeros episodios, quedaron claras (en el acotado sentido en que algo de Lynch puede considerarse claro) semejanzas y diferencias. La trama se desarrolla 25 años después del final de la segunda temporada, con personajes envejecidos y en algunos caso muy cambiados, aunque no siempre se nos explica por qué, más allá de que ahora se trata de un proyecto terminado antes de que comenzara a emitirse (pero cuyas 18 partes se fueron revelando a lo largo de 16 semanas, con dosis doble al comienzo y al final, en vez de ponerlas todas juntas a disposición del público). Desde otro punto de vista, no era realmente una continuación de la serie de comienzos de los 90 y su sinuosa trama, sino una nueva visita al universo de TP apoyada en la resignificación de este que operaron, durante el largo intervalo, la película de 1992, la espléndida obra de Lynch en los años posteriores y la decantación, por parte de los fans, los críticos y los propios creadores, del legado de los 30 primeros episodios. Además, y marcando un contexto muy distinto en relación con las primeras temporadas, no se trataba de un director de cine raro tanteando qué podía –o qué le dejaban– hacer en televisión, sino de un Lynch consagrado que, como condición para retomar la serie, exigió y obtuvo una libertad creativa absoluta, y la empleó –entre otras cosas– para convertir Twin Peaks: el regreso en una especie de resumen de su filmografía. O sea, en algo que resulta fascinante experimentar, sin que sea del todo posible argumentar por qué.

Un derivado de las expectativas acumuladas y la leyenda de la serie es que, aunque un par de personas que habían interpretado papeles importantes en los 90 no quisieron o no pudieron estar presentes, gente muy prestigiosa hizo fila para participar, algunos integrantes del viejo elenco grabaron sus partes enfermos y murieron antes de que se estrenara esta temporada, y hasta unos cuantos que habían muerto entre 1992 y este año “volvieron”, a veces mediante un impecable uso de procesos digitales, y en otros casos con efectos especiales deliberadamente toscos o inverosímiles.

El resultado (nadie tema spoilers, que ni con intención serían viables) fue, una vez más, algo muy distinto de lo que solemos esperar de la televisión (pero una vez más, probablemente, la fuente de inspiración para mucha televisión en los próximos años), aunque tampoco se pudo considerar una película de 18 horas dividida en partes, como el director había anunciado. Hubo todo lo que se puede esperar de Lynch, desde un impresionante sentido pictórico de la imagen hasta una combinación de géneros que dinamita las nociones de género, momentos muy graciosos y otros horripilantes, largos pasajes estáticos o con acción mínima, y también acción contundente narrada en forma muy dinámica, varias muertes violentas sin que fuera relevante descubrir quién había matado a alguien, algún romance puro con final feliz, una megaexplicación retrospectiva y dudas a granel, subtramas no resueltas y/o que nunca se cruzaron en forma explícita con lo que puede considerarse central, metafísica, truculencia, frases crípticas y un tramo final que no fue desenlace.

Todo parecía empezar a resolverse hasta que uno se percataba de que recién iba media hora del penúltimo capítulo y pensaba “me estás jodiendo”. Y sí, nos estaba jodiendo. Fue un tramo final lleno de loops en el que no sabemos “qué pasó”, y mucho menos “qué significó”; una gran incertidumbre y la previsible proliferación de teorías. En un sueño del personaje interpretado por el propio Lynch, Monica Bellucci era Monica Bellucci y decía: “Somos como el que sueña y vive dentro del sueño, pero ¿quién sueña?”. Como en las recurrentes imágenes desde autos en la noche, un haz de luz destacó cuánto no vemos.