Más conocido por sus apodos Toro Salvaje o El Toro del Bronx, debido a su resistencia combativa, Giacobbe Jake LaMotta fue una bestia del ring que llegó a campeón mundial de los pesos medianos. Esta leyenda del boxeo, que falleció ayer a los 95 años, había nacido en 1921, en una familia de sicilianos. Entre el hambre y la miseria de los años 30, ya era boxeador profesional a los 19, y a los 28 se coronó campeón mundial. Su principal rival fue Sugar Ray Robinson, con el que se enfrentó seis veces y al que sólo le ganó una. El último combate entre ambos, conocido como la Matanza de San Valentín, fue suspendido cuando LaMotta, desfigurado y recostado sobre las cuerdas para no caer, seguía tirando golpes y desafiando a Robinson: “Vamos, Ray, vení, vamos a ver si sos capaz de tirarme”.

Desde sus inicios, el cine se deslumbró con el boxeo, y en especial con el auge y la caída inevitable de tipos que muchas veces lograron torcer su destino. Allí están la saga de Rocky Balboa, la gran Gatica, el Mono, de Leonardo Favio (1993), el documental Cuando éramos reyes, sobre el combate entre Alí y George Foreman en Zaire (Leon Gast, 1996) y, para muchos, la mejor película de los 80: Toro salvaje, en la que Martin Scorsese llevó a LaMotta a la pantalla grande, encarnado en forma magistral por Robert de Niro, que debió volverse atlético, luego aumentar 25 kilos para alcanzar la decadencia física de LaMotta, y entrenar con él durante casi un año. Aquella gran película sigue la leyenda de un campeón que, como todos, tenía a su lado una rubia escultural: Vicky. Después del estreno de Toro Salvaje, LaMotta le preguntó a su ya ex esposa: “¿No creés que el film me ha mostrado grosero? Yo no era así, ¿verdad?”. Y ella respondió: “Claro que no eras así. ¡Eras mucho peor!”.

Scorsese desconocía el mundo del deporte, pero con Toro salvaje logró hacer una de sus mayores películas, seguramente por su capacidad de ver que lo esencial de la historia era el odio que impulsaba al protagonista.

“Es algo que yo había visto en mis abuelos –contó después el director–. Un enojo que provenía de la frustración de no saber cómo sacar ventaja de la American Way of Life [...]. De algún modo, Toro salvaje representó para mí algo nuevo: la aceptación del lugar del que yo mismo provengo”.