El asesinato del médico Vladimir Roslik el 16 de abril de 1984 fue una inesperada advertencia: aun en el clima de optimismo de aquel momento, cuando todo parecía indicar que los militares estaban en retirada del poder político, los mecanismos de la represión en sus formas más duras seguían activos. Por otro lado, fue una muestra de que, ya a esa altura, resultaba incontenible la difusión de la información sobre crímenes de la dictadura en algunos medios de comunicación masiva: para acceder a la noticia en aquel caso ya no hubo que depender de rumores susurrados, sino que fue posible leer en la prensa, y en especial en el semanario Jaque, extensos reportajes donde se calificó lo ocurrido sin eufemismos: un asesinato por tortura. Se midieron fuerzas, y distintos actores políticos pudieron apreciar con mayor precisión su propio peso y qué tanto tenían que temer. Este documental brinda algunos insumos para una evaluación de las resultantes de todo aquello, pasados 32 años (al término de la filmación) del episodio tristemente célebre como el del “último muerto de la dictadura”.

La mayoría de las imágenes están tomadas en San Javier, Río Negro, donde Roslik vivió y fue capturado. Fundado como una colonia de inmigrantes rusos en 1913, es un pueblito donde viven menos de 2.000 habitantes, y donde se cultivan todavía tradiciones y vínculos con la cultura rusa. Esa herencia étnica y la ecuación ruso = comunista parecen haber sido el motivo de la persecución que sufrieron algunos de sus habitantes durante la dictadura. Roslik fue la única víctima fatal, pero hubo otros que también fueron encarcelados y torturados.

La película acompaña sobre todo a personas cercanas al asesinado: Mary Zavalkin (viuda de Vladimir), Valery (su hijo) y Román Klivzov (quien cayó en la misma redada que Roslik y también fue torturado, pero sobrevivió). Pero la mirada de este documental se extiende a periodistas que desempeñaron un papel clave para traer a luz lo acaecido en forma casi inmediata: Roy Berocay, Roger Rodríguez y el equipo de la mencionada Jaque. Ellos brindan pantallazos (muy por arriba) de una visión más “objetiva”, analítica, generalizadora. Esos materiales se complementan con algunas imágenes de archivo vinculadas con la historia de San Javier.

No aparecen imágenes en movimiento ni filmaciones o grabaciones de Roslik, que es una especie de protagonista ausente, a quien apenas vemos en unas pocas fotos. El componente dramático y empático está suplido con reconstrucciones en dibujo animado, realizados con el inconfundible estilo de Alfredo Soderguit. Con la misma sensibilidad con que captó aspectos de Montevideo en Anina, sus dibujos parecen una prolongación natural de los planos filmados de San Javier. Son tres intervenciones animadas de unos pocos pero memorables minutos. En ellas vemos, respectivamente, el primer episodio de prisión de Roslik (en 1980 fue detenido para permanecer en esa condición durante un año), el segundo (en 1984, cuando lo mataron) y luego uno de los primeros homenajes póstumos que se le realizaron. Son imágenes que toman una posición frente a los hechos: el pueblo apacible, los lugareños llevando a cabo actividades inofensivas (Roslik brinda atención médica a un niño), y los milicos que aparecen siempre como siluetas, sin individualidad, vienen en vehículos que exhalan un espeso humo negro, y sus sombras se proyectan amenazantes sobre la pared.

En forma menos polarizada, condicionada por la disponibilidad de material filmado, la película como un todo comparte esa posición. Nos muestra las secuelas que la violencia y la injusticia generaron sobre los “personajes” centrales. Mary, la viuda, se muestra vital y emprendedora. En pantalla, ella no insiste mucho en una actitud político-ideológica, pero la película incluye testimonios de muchas de sus acciones durante varios años (y sobre todo en los momentos cruciales enseguida del asesinato), que dan cuenta de una admirable valentía y de su persistencia en el propósito de sacar a la luz la verdad y reivindicar justicia. A la larga, se nota el peso que tiene para ella haber pasado los últimos 32 años de su vida como una especie de emblema, combinado con el desencanto por los parcos resultados obtenidos, que fueron esencialmente una sucesión de cálidos y correctos homenajes, y que se le pusiera el nombre de Vladimir Roslik a un hogar de ancianos, un parque infantil, una fundación y un camino. Estamos acostumbrados a que mucho del discurso alrededor de los crímenes de la dictadura enfatice el dolor de los familiares, como si ellos fueran los beneficiarios centrales de eventuales acciones de justicia. De acuerdo con ese modelo, la impunidad y el olvido estarían mal debido al dolor agudo que causan a esas personas cercanas a las víctimas directas, y la masa de quienes reclaman verdad y justicia se movilizaría sobre todo en apoyo de esos individuos dolientes. En el retrato que la película hace de Mary Zavalkin se trasluce la idea opuesta: como que el destino la invistió de una misión que ella, en forma sacrificada, abrazó, quizá no tanto por ella misma, sino por todos nosotros; como si hubiera tenido desde el inicio la lúcida conciencia de los efectos devastadores que pueden tener para una sociedad las consecuencias de la impunidad, es decir, el descreimiento en las instituciones, en los valores, en la justicia, en la posibilidad de igualdad, en la posibilidad de democracia. Los retratos entrañables que se hacen de ella, de Rivzov y de Valery Roslik son quizá lo más valioso de este documental.

Salí del cine lleno de dudas y curiosidades insatisfechas. Está claro que ningún documental va a poder aclarar todos los aspectos de una historia confusa, cuya comprensión integral ha sido bloqueada debido a la persistencia de secretos protegidos por gente poderosa. Ante una situación así, una de las posibilidades es la indagar en la medida de lo viable y enfrentarnos, como espectadores, ante respuestas contradictorias o a la ausencia de respuestas. La otra es no plantear determinadas preguntas, dejando al espectador curioso en una especie de limbo: ¿será que eso que me suscita dudas es algo que se asume que el público medio debería saber?; ¿será que la película no se ocupa de eso que me parece tan crucial porque los realizadores, en cambio, no lo consideran relevante, o no creen pertinente abordarlo?; ¿será que es algo que se asume definitivamente como incognoscible?

Un ejemplo periférico pero alevoso es el del centro cultural de San Javier. Todos los datos que la película nos transmite son los de un pueblo donde no había actividad opositora a la dictadura, pero resulta muy llamativo que esa institución lleve el nombre de Máximo Gorki, el más eminente de los prosistas rusos asociados con la revolución bolchevique. Puede haber mil explicaciones para esto, pero el documental transcurre como si sencillamente no hubiera una disonancia entre ese nombre y el retrato que se hace del pueblo.

En todo caso, ese es un ejemplo secundario: sobre el propio Vladimir Roslik hay un silencio aun más espeso. Hasta donde alcanza la mirada de la película, los motivos de su encarcelamiento fueron su ascendencia rusa y el hecho específico de que pudo formarse como médico gracias a la beca de una universidad soviética (¿fue un caso excepcional, único, o hubo otros en San Javier?: no se aclara). Su viuda dice que no tiene noticia de vinculación alguna de Vladimir con el comunismo, y esa afirmación breve y cauta es todo lo que llegamos a saber sobre sus pensamientos y su visión del mundo. Quizá la actitud de los realizadores haya sido plantarse firmemente sobre el principio de que, aunque Roslik fuera comunista y tuviera opiniones o actividad opositoras, eso no era un justificativo para apresarlo, torturarlo y –mucho menos– matarlo. Pero una cosa no quita la otra: es el personaje que da nombre a la película y uno esperaría saber más sobre él; además, en términos históricos no da lo mismo.

Con los datos que derivamos de la película (los de un Roslik aparentemente apolítico), la hipótesis más inmediata es la de que todo lo ocurrido fue nada más que una burrada con consecuencias desastrosas: los militares ignorantes efectivamente pensaban que la raíz rusa de los habitantes de San Javier implicaba un vínculo fluido con el comunismo y que ello implicaba un peligro en 1984. Pero no es la única posibilidad: cabe considerar también que la detención de algunos habitantes de San Javier haya sido una desesperada forma de manipulación. En esa hipótesis, los militares no eran tan ingenuos, pero asumieron que una parte significativa de la población sí lo era, y evaluaron en forma cínica que la escenificación de una captura de “subversivos” podía llegar a reforzar la opinión de que Uruguay seguía necesitando protección armada contra los cucos de la izquierda; en esa línea, podía ser funcional generar cierto revuelo alrededor de un pueblito lleno de rusos (probables rojos). En los hechos, constatamos que algunas personas respondieron de esa manera: Rivzov y su esposa muestran grabaciones de gente que suponía que algo habrían hecho los detenidos. Quizá no fue una cosa ni la otra: uno puede pensar que el torturador de Roslik no tenía la intención de matarlo, pero también es posible imaginar la posibilidad de que haya sido un homicidio intencional, una forma terrorista de incidir en las discusiones sobre el castigo a los represores que pronto dominarían el escenario político uruguayo. Me resultó un poco frustrante que la película merodeara el asunto del asesinato de Roslik sin siquiera dar muestras de curiosidad o inquietud, como si no se registrara la mera posibilidad de que dudas como las mencionadas existan.

En todo caso, el documental brinda el relato de los hechos básicos conocidos de 1984, y traza un elocuente retrato de Mary Zavalkin, Valery Roslik y Román Rivzov hoy en día, así como uno de San Javier. Todo eso está ensamblado con calidez, pulcritud y habilidad en todos los rubros (las imágenes del río Uruguay son memorables, la música incidental es excelente). Sin duda, aun dejando espacio para muchas indagatorias más, es un aporte a la difusión de hechos de la historia reciente y proporciona algunos insumos para la reflexión.

Roslik y el pueblo de las caras sospechosamente rusas, dirigida por Julián Goyoaga. Uruguay/ Argentina, 2017. Auditorio Nelly Goitiño; Grupocine Torre de los Profesionales; Life Cinemas 21; Movie Montevideo; shoppings de Paysandú, Punta del Este y Salto.