En la gran película francesa Round Midnight (Bertrand Tavernier, 1986), un músico de jazz estadounidense en decadencia deriva por París consumido por el alcohol, las drogas y la indiferencia, hasta que un maestro de escuela que conoce su carrera y su talento se dedica en cuerpo y alma a que el saxofonista triunfe y obtenga el respeto que se merece. En una visión superficial, parece dedicado a la gloria del músico –interpretado por el auténtico virtuoso del saxo Dexter Gordon, y basado en su vida (además de las de Bud Powell, Miles Davis y otros grandes del jazz que encontraron su hogar en la capital francesa)–, pero en realidad el centro de esta película atenta es el maestro de escuela, no sólo pionero en apreciar el arte del jazzero, sino también, en definitiva quien hacía posible que ese arte no desapareciera entre la apatía general, el tumulto creativo y los problemas personales del artista. El rol entre bambalinas de aquel francés ignoto terminaba siendo tan importante como el de quien se subía al escenario.

A medida que la música popular del siglo XX, y en particular el razonablemente bien documentado rock, pasó a ser evaluada con mayor perspectiva histórica –y con el toque posmoderno que relativiza la centralidad absoluta del autor–, cada vez se ha prestado más atención a estas figuras laterales, que suelen estar en letra más chica en los créditos o agradecimientos, y que generalmente no han compuesto o tocado ni un acorde, pero sin las cuales las carreras o la obra registrada de muchas estrellas no existirían. Algunas, como los mánagers, ya habían logrado notoriedad por sus alianzas con artistas y su evidente influencia en ellos. Aunque no fueran músicos, los aportes y decisiones de personajes como Brian Epstein (The Beatles), Andrew Loog Oldham (The Rolling Stones), Peter Grant (Led Zeppelin) y Malcolm McLaren (The Sex Pistols) son reconocidos y ya han sido motivo de capítulos o libros enteros dedicados a sus tejes y manejes. Pero menos atención se ha dedicado a otras figuras cuya suerte también ha estado ligada a la de los músicos: los encargados de A&R (artists and repertoire, es decir, artistas y repertorio).

Los ejecutivos de A&R no eran otra cosa que los buscatalentos de las compañías discográficas, un rol que en los años 60 pasó a manos de jóvenes poco convencionales, ya que los directores de las disqueras desconfiaban de su propia capacidad para entender una cultura musical que cambiaba drásticamente año a año, y necesitaban confiar en la sintonía de personajes que estuvieran más directamente inmersos en estos cambios y más próximos generacionalmente al público rockero. Era un cargo deseado por muchos, que permitía hacer contratos, elegir artistas y manejar enormes presupuestos, pero también uno muy inestable, de gran responsabilidad y en el que cada error equivalía al despido, lo cual no obstaba para que algunos de estos ejecutivos de A&R llevaran modos de vida tan desenfrenados como los de los artistas que descubrían y que, en muchos casos, conocemos gracias a ellos. El trabajo de A&R ha desaparecido de la industria musical, que hoy en día prefiere fabricar desde el principio a sus artistas populares a la medida de sus estudios de marketing, en vez de apostar con resultados imprevisibles, pero recientemente dos documentales, Danny Says (Brendan Toller, 2015) y “Who The Fuck Is That Guy”? The Fabulous Journey Of Michael Alago (Drew Stone, 2017), echaron luz sobre dos de estos personajes cruciales e ignotos fuera del ámbito de la música.

Danny dice

Si bien siempre fue una figura más bien desconocida para el público de rock en general aunque muchos podrían reconocer su distintiva mirada clara en decenas de fotos tomadas en el Max’s Kansas City, el CBGB u otros centros rockeros de Nueva York–, el nombre de Danny Fields es recurrente en muchas biografías de rockeros, pero sobre todo en cualquier libro que trate de la historia del punk y el ahora mítico ambiente del underground neoyorquino de los años 60 y 70.

Esto se debe en parte a su indiscutible importancia como descubridor de talentos y articulador de contactos, pero también al simple talento de Fields como narrador de anécdotas, una capacidad que lo convertía en uno de los protagonistas esenciales de la perfecta historia oral del punk Please Kill Me (Legs McNeil, Gillian McCain, 1996), a estas alturas un clásico del periodismo cultural moderno, en el que no sólo suministraba algunos de los relatos más divertidos e íntimos de por lo menos dos generaciones de artistas estadounidenses, sino que demostraba también una notable perspectiva de testigo directo pero a la vez distanciado, una mirada de rara sabiduría que seguramente haya sido uno de los motivos por los que el libro le estuvo dedicado.

El documental Danny Says cuenta el periplo de este carismático judío neoyorquino de clase alta que, tras haber abandonado sus estudios de leyes en Harvard, se dedicó al periodismo musical, y en ese trabajo logró generar un enorme escándalo al hacer conocer la famosa frase de John Lennon asegurando que The Beatles eran “más populares que Jesús”, responsable en parte de que ese cuarteto decidiera abandonar las giras por Estados Unidos y las presentaciones en vivo en general. Homosexual e interesado en las vanguardias de la plástica y la música, Fields se insertó en el círculo de Andy Warhol –aunque nunca fue parte de su séquito incondicional–, y por vía de aquel artista conoció a The Velvet Undeground y a una sensibilidad musical áspera y experimental con la que seguiría relacionado hasta hoy, cuando incluso el periódico The New York Times lo ha definido como “el hombre sin el que el punk no habría existido”. Contratado por el sello discográfico Elektra, según él lo cuenta, como resident freak (algo así como “pirado residente”), fue asistente y encargado de prensa de The Doors, contrató a MC5 y, mientras lo hacía, descubrió a The Stooges (y también los fichó), publicitó a The Velvet Underground cuando eran casi desconocidos y fue mánager de The Ramones (y fue el responsable de llevarlos a Inglaterra y conectarlos con el punk británico). De hecho, los Ramones escribieron en su honor la canción “Danny Says”, incluida en el disco End of the Century (1980), una de sus composiciones inusualmente delicada, poética y sentida. En los últimos años, Fields se ha posicionado como una eminencia en relación con la época de la que fue testigo privilegiado y artífice, y apareció en muchos documentales y libros a los que adorna con su sentido del humor elegante y maligno, y con un punto de vista bastante incómodo y punzante acerca de las militancias de la diversidad, a las que no parece tenerles mucha simpatía.

El pequeño temerario

La figura de Michael Alago es en muchos aspectos similar a la de Fields. De hecho, es fácil imaginar que la idea de hacer un documental sobre él haya surgido ante la existencia de Danny Says, pero la combinación de ambas películas deja claras algunas diferencias esenciales, entre ellas la de que Alago fue mucho más exitoso y a la vez menos conocido fuera de la interna de las discográficas, aunque no menos carismático, visionario y excéntrico. También neoyorquino, pero proveniente de una familia hispana pobre, Alago creció como un absoluto outsider en un barrio judío ortodoxo de Queens, en el que se destacaba claramente su figura minúscula y morena, claramente gay y adepta al punk, una movida que comenzó a frecuentar cuando era casi un niño. Con pocos contactos culturales pero una sabiduría callejera sólo comparable con su melomanía, pasó de organizar el fan club de los Dead Boys a hacer las contrataciones musicales de varios boliches de Manhattan y luego a encargarse, al igual que Fields una década antes, de A&R para Elektra. En ese rol contrató nada menos que a Metallica y a White Zombie, y se volvió una de las figuras más importantes para el desarrollo del heavy metal, antes de alejarse de la música a comienzos de este siglo y dedicarse a la fotografía con considerable éxito. El documental “Who The Fuck Is That Guy”? The Fabulous Journey Of Michael Alago (algo así como “‘¿Quién mierda es ese tipo?’ El fabuloso viaje de Michael Alago”) deja en claro desde su título lo poco que trascendió su nombre a nivel popular, pero entre los músicos metaleros de los 80 y 90 Alago es una leyenda.

Uno de los atractivos de Who the Fuck... es el contraste entre el amaneramiento y la homosexualidad evidente de Alago y el afecto y profundo respeto que le demuestran muchos músicos de carisma más bien machista o incluso homofóbico. A diferencia de Fields, de parecido descaro sexual pero inmerso en los ambientes más tolerantes del arte de vanguardia y el punk, las preferencias musicales de Alago lo llevaron a relacionarse con medio mundo, desde Cindy Lauper a Bono, pero sobre todo se tuvo que ganar el respeto, a fuerza de honestidad y conocimientos musicales –e incluso a las trompadas, ya que, al parecer, sus dotes de peleador callejero eran notables– de los cultores de un heavy metal que no se caracterizaba en aquel entonces por su tolerancia hacia los gays, algo que no le importaba mucho a Alago, quien en el documental dice claramente: “Yo no quería ser tolerado, quería ser respetado”. Es significativo que entre quienes hablan de él con admiración estén los brutales integrantes de los Cro-Mags –una banda de hardcore famosa por su propensión a la violencia física– y el ex bajista de Metallica Jason Newsted, quien confiesa que, antes de encontrarse con Alago, nunca había conocido a un homosexual y ni siquiera podía imaginarse que podían tener gustos artísticos en común con uno.

Los dos documentales tienen similitudes estéticas. Presentan algunos segmentos animados y abarcan, además de los roles de los biografiados en el mundo musical, sus personalidades transgresoras, hedonistas y desinhibidas en todos los ámbitos sociales. A Fields y Alago les encanta hablar –y mucho– sobre sí mismos y sobre los demás, y esto hace de Danny Says y Who the Fuck... dos films torrencialmente parlanchines, aunque pueden resultar un poco oscuros, pese a tantas palabras, para quienes no estén familiarizados con los artistas mencionados. No obstante, para los amantes del rock y su historia en los últimos 40 años son dos testimonios apasionantes, dos relatos vitales sobre un tiempo de extraordinarias libertades, riesgos y entusiasmo, y dos ejemplos de un trabajo esencial –ahora anacrónico–, cuyo legado comienza a hacerse visible.