Por casualidad, se publicaron en estos días dos libros sobre el caso del estadounidense Dan Anthony Mitrione, enviado a Uruguay como asesor policial, a quien el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN) secuestró y mató en 1970. Una historia americana, de Fernando Butazzoni, y La otra muerte de Dan Mitrione, de Gerardo Tagliaferro, presentan el relato en forma de novela, incluyen personajes laterales y transmiten opiniones acerca de la época y del asesinato.* Por ahí terminan las semejanzas relevantes.

Butazzoni jerarquiza, mediante una subtrama con agentes de la CIA, la influencia de la Guerra Fría y se ajusta más a los datos conocidos, algo que, con independencia de las decisiones literarias, se debe a un trabajo de investigación mayor (con base en el libro La intervención de Estados Unidos en Uruguay (1965-1973). El caso Mitrione, publicado por Clara Aldrighi en 2007, y en entrevistas y otras indagaciones propias), y también al hecho de que él tenía 17 años en 1970, y dispone por ello de recuerdos personales más amplios y contextualizados que los de Tagliaferro, quien en aquel momento era un niño de ocho. De todos modos, cuando nos presenta personajes que no actúan en la clandestinidad, estos tienen algo de los montevideanos de Mario Benedetti, en el sentido de que sus vidas no parecen haber sido afectadas por rasgos típicos de los años 60 que no sean los políticos, mientras que los de Tagliaferro ejemplifican otros aspectos culturales de aquella época, como la llamada revolución sexual y el consumo de marihuana.

Esta es la primera novela de Tagliaferro, mientras que Buttazoni tiene detrás suyo una destacada y premiada trayectoria literaria de casi cuatro décadas. La condición de debutante del primero es evidente en el manejo de algunos recursos narrativos: uno de sus personajes, casado, se siente atraído por una muchacha menor que él y, desestabilizado, consulta a un psicoterapeuta; este es presentado como un especialista con experiencia, pero, de modo muy poco pertinente, se dedica en la primera entrevista a plantear hipótesis sobre la personalidad de ella, obviamente a fin de que Tagliaferro transmita a quienes leen su libro algunas explicaciones, que alguien más ducho habría dejado entrever de otra forma.

Sin embargo, Butazzoni, que maneja con mucha solvencia la narración, sus ritmos y la alternancia de tramas, no está del todo libre de un pecado similar: pese a la opción por moldear como novela su obra, por momentos muestra una excesiva insistencia en explicitar, mediante personajes o en la voz de narrador, críticas a la decisión de matar a Mitrione.

En todo caso, quizá lo más interesante no sea comparar estos libros como tales, sino caer en la cuenta de que ambos muestran en qué medida un caso bastante estudiado del “pasado reciente” funciona, aún, como una especie de bola de espejos y ofrece imágenes distintas en función del punto de vista de quien la observa. Tagliaferro retrata al secuestrado, sin mayor asidero en lo que sabemos de él, como alguien ideológicamente muy articulado, que sostiene densos duelos retóricos con sus captores y asume su condición de combatiente politizado, con lo cual de alguna forma su asesinato adquiere –sea esa o no la intención del autor– cierta “lógica de guerra” (aunque el modo en que se decide termine vinculado con el estado emocional de una sola persona). Butazzoni describe, ateniéndose a lo que sabemos hoy, a un personaje opaco –o ducho en ocultar lo que piensa– y expone las condiciones vejatorias de su cautiverio, de tal modo que esos dos factores refuerzan el cuestionamiento del homicidio. En definitiva, la legítima lucha por la verdad no debería crear la ilusión de que algún día la transparencia de los hechos hará que todos los evaluemos del mismo modo.

  • Es frecuente que se utilice en este caso el verbo “ejecutar”, pero no corresponde. En los países en los que existe la pena de muerte, esta se ejecuta después de un proceso judicial, que aquí no existió, ni siquiera mediante alguna discutible forma de “tribunal revolucionario”. Mitrione fue secuestrado con la intención de canjear su liberación por la de presos del MLN. Los tupamaros le dieron al gobierno de Jorge Pacheco Areco un breve plazo, cumplido el cual sin que se hubiera aceptado el intercambio, una dirección de emergencia –en un par de días habían sido detenidos los titulares y luego sus suplentes– consideró que no matar al estadounidense sería una inconveniente señal de debilidad. Por otra parte, y más allá de que estaba claro que Mitrione asesoraba a una policía que violaba cada vez más los derechos humanos, todo indica que el MLN no lo capturó pensando que era un agente de la CIA (cosa que, en realidad, aún no está probada), y el relato acerca de que daba “clases” de tortura con mendigos como víctimas comenzó a circular mucho después de su muerte.

Una historia americana, de Fernando Butazzoni. Alfaguara, 2017. 495 páginas.

La otra muerte de Dan Mitrione, de Gerardo Tagliaferro. Fin de Siglo, 2017. 226 páginas.