Héctor Fino Bingert es un saxofonista uruguayo de 73 años que divide su tiempo entre Suecia y Uruguay. Dedicado al jazz, se radicó en el país escandinavo en 1975 y tocó con leyendas como el baterista Buddy Rich, el armonicista y guitarrista Toots Thielemans, el baterista Jimmy Cobb y el trompetista Wynton Marsalis. En los años 70 formó parte del Conjunto S.O.S., que grabó un disco junto a Ruben Rada. El lunes se va a presentar en la sala Zavala Muniz, al frente de un quinteto, para homenajear a Benny Goodman, considerado el rey del swing.
–¿Cómo surgió la idea de hacer este espectáculo?
–Surgió de la mente de Phillipe Pinet [director del Jazz Tour Uruguay], que se enteró de que hace un año yo había hecho un concierto con música de Benny Goodman junto a la Memphis Jazz Band, dirigida por Rodolfo Schuster. Después de aquel recital, no tocamos más porque no surgieron oportunidades, pero el repertorio quedó ensayado. En la programación del Jazz Tour de este año, Phillipe buscaba una variación para el ciclo Encuentros con el jazz: quería un grupo que tocara bebop, otro que tocara avant-garde, otro de jazz moderno y otro que tocara candombe. Tengo una preparación musical que me permite abarcar muchos estilos; esto puede ser favorable pero también desfavorable, porque sin esa preparación me habría dedicado a uno solo, al que más me gustara.
–¿Cuál es tu estilo preferido?
–Todavía no lo sé, estoy por averiguarlo. Me dedico profesionalmente a la música desde los 11 años, como me lo inculcaron mi padre y los maestros que he tenido. Imponer tu propia música es un sacrificio muy grande; es más fácil estudiar para interpretar la música de otros, con el objetivo de hacerlo mejor que ellos mismos.
–Tu instrumento principal es el saxo, pero en este concierto vas a tocar el clarinete.
–Yo empecé con el clarinete antes que con el saxo, pero en realidad mi primer instrumento fue el violín, a los seis años. Estudié violín y música clásica hasta los 14. El clarinete lo incorporé gracias a mi padre, que era músico profesional. Él conocía a los mejores maestros del país y me hizo estudiar seriamente. A los nueve años empecé con el clarinete, y a los diez arranqué con el saxo y la flauta. Tenía un profesor que se llamaba Bolívar Gutiérrez y tocaba todos esos instrumentos. En las clases le preguntaba por qué yo tenía que tocarlos todos, y él me decía que eso me iba a favorecer en la vida. Al final tenía razón, porque hoy en día todos los saxofonistas tocan la flauta, el saxo soprano y el saxo alto.
–¿Cuál considerás que fue el legado de Benny Goodman en el jazz?
–Goodman tenía preparación clásica, y eso lo favorecía para tener un despliegue técnico de alto nivel en el estilo de swing de la época. Fue el rey del swing y hacía bailar hasta a las mesas con su música. Igualmente, tengo que decir que mi fuerte no es la música de Goodman, ni tampoco tocar el clarinete. Mi instrumento principal siempre ha sido el saxo tenor.
–¿Podrías decir que el bebop es tu género principal?
–Puede ser. En los años 60 había formado un trío de saxo alto, bajo y batería, y tocábamos música avant-garde del estilo de Ornette Coleman y Eric Dolphy. En esos años viajé a Europa y me di cuenta de que si seguía tocando ese tipo de música me iba a morir de hambre, así que dejé el avant-garde de lado y tomé cosas del swing y del bebop.
–¿Qué rol jugó en tu formación haber formado parte del Hot Club?
–El Hot Club era el lugar al que tenías que ir si realmente te gustaba el jazz. Ahí conocí a Paco Mañosa, que fue uno de los que me guiaron en el camino del jazz, con mucha precisión e inteligencia. Llegué influenciado por Paul Desmond, porque mi hermano había comprado un disco de Dave Brubeck y yo trataba de incorporar esa influencia en mi sonido. Paco me dijo: “Mirá, toda esta gente viene de Charlie Parker. Al que tenés que escuchar es al maestro: él es el creador del bebop”. Así que ahí me volqué al bebop y al estilo de Parker, pero no para imitarlo, porque yo tocaba el saxo tenor y él, el saxo alto. Son dos instrumentos distintos que interpretan un idioma distinto. Luego de Charlie Parker, salté a Sonny Rollins, que está muy cerca.
–¿Qué considerás necesario para una buena improvisación en el jazz?
–La improvisación es un arte complicado. Tenés que nacer con eso, tener mucha imaginación y mucha espiritualidad para lograr la espontaneidad y la creatividad necesarias. Se puede dominar el idioma imitando y copiando, pero de esa manera es difícil decir algo propio. Yo dediqué muchos años a practicar este método: pararme a hacer un solo, tratar de encontrarme a mí mismo, pensar en lo que quiero decir y, finalmente, concentrarme en que se entienda. Eso me ha ayudado mucho y se podría decir que la gente me reconoce cuando toco porque tengo un vocabulario distintivo. Igual sigo evolucionando. Lo bueno del jazz es que nunca terminás de aprender.
–En los 70 tocaste en el conjunto S.O.S. con Ruben Rada, ¿Cómo surgió la banda?
–Yo estaba en Uruguay y me invitaban seguido a conciertos de jazz en Buenos Aires; ahí conocí a un músico sueco que se llama Bo Gathú, me propuso formar parte de un grupo que estaba armando, y me mudé a Buenos Aires para unirme a él. Gathú lo bautizó S.O.S., que quiere decir Southern Original Sound Seventhies [Sonido Original del Sur de los 70]. Nos contrataron en el Sheraton para tocar seis días a la semana por un mes, y hacíamos covers de música internacional para bailar. En un momento empecé a componer y a tratar de convencer al grupo para grabar un disco con música propia. En uno de mis viajes a Montevideo me encontré con Rada en una peluquería y me contó que quería irse a Buenos Aires. Le dije que con el grupo estábamos empezando a hacer música propia y que él podría ser un integrante interesante, así que quedamos en que iba a proponer que ingresara y le avisaba. Viajé a Buenos Aires y, al día siguiente, Rada estaba tocando el timbre de mi casa allá. Le dije: “¿Qué hacés, loco? ¿Cómo te vas a mandar? Ni siquiera hablé con nadie” [risas]. Les comuniqué a los muchachos que era un músico uruguayo muy creativo y que nos podía servir para nuestro proyecto. Como teníamos un baile en un casamiento judío ese mismo fin de semana, Gathú dijo que lo lleváramos para que hiciera algunos temas. Ese día Rada rompió todo, fue un éxito total: cantó “Guantanamera” y todos quedaron enloquecidos. Desde ese momento empezaron a convocarnos a varios casamientos judíos y todos se conocían; parecía que se casaban sólo para escuchar a Rada [risas].
–En 1974 grabaron el disco Ruben Rada y el conjunto S.O.S....
–Sí, pero no salió en el momento en que tendría que haber salido porque hubo una crisis con el petróleo, del que deriva el vinilo. Como había escasez de materia prima, sólo se editaban los discos sumamente comerciales, y nuestra música no entraba en esa casilla. El master del disco quedó en la oficina de un productor y se publicó cuando yo ya estaba en Europa. 20 años después, lo encontré en la feria de Tristán Narvaja y me enteré de que Rada lo había negociado con Sondor. Se ve que apareció el master y lo editaron, pero yo me lo tuve que comprar en la feria [risas]. Después fui hablar a Sondor y me dieron un casete.
–En Suecia tocaste con Buddy Rich. ¿Qué recordás de esa experiencia?
–En 1978 lo invitaron a un programa de televisión en un parque de diversiones de Estocolmo. Me invitaron a participar en la orquesta, que estaba integrada por 20 músicos, y todos los demás eran suecos. En el ensayo, Rich preguntó quién iba a ser el solista. Éramos cinco saxofonistas y todos los suecos me señalaron a mí. Yo, que apenas entendía sueco, y menos inglés, pensé: “O estos tipos son muy generosos, o algo raro está pasando”. Después me enteré de que si a Rich no le gustaba cómo tocabas, inmediatamente te sacaba los solos. Nadie quería arriesgarse, así que me mandaron al frente [risas]. El programa se grabó en directo y lo pasaron en la televisión de Estocolmo. Cuando terminó la actuación, saludé a Rich con mis pocos conocimientos de inglés y le dije que había sido un placer tocar con él. Me respondió: “Deberías estar agradecido de haber tocado conmigo, porque mañana vas a ser famoso”. Era un tipo muy duro, pero al final tenía razón, porque al día siguiente me llamaron de todos lados, ahí se me abrieron las puertas.
–¿Cuáles son tus mejores recuerdos de Suecia?
–Te voy a hacer un chiste. Cuando era chico jugué al fútbol en el club Huracán Palermo. En un momento el director técnico me llevó a Deportivo Español e hice tres goles en dos partidos. Vos me preguntás qué recuerdos tengo de Suecia, pero yo sólo sueño con los goles que hice en mi vida jugando al fútbol. Los tengo todos grabados en mi mente. Cuando llegué a Suecia en 1975 –por segunda vez: la primera fue en 1967–, le pedí a mi mujer que me consiguiera un club de fútbol para jugar; finalmente, jugué cuatro años en una liga sueca de baja división. Ahí fui goleador y me acuerdo de cada detalle, a diferencia de los conciertos, que los tomo muy profesionalmente. Soy como un cura que da misa los domingos: no creo que el tipo se acuerde de la misa que dio hace un mes, porque ese es su trabajo. La función del cura es dar misa, la mía es tocar el caño.
–¿Cómo ves a la escena del jazz en Uruguay?
–Fabulosa. Hay una cantidad de lugares donde se toca jazz y se organizan jam sessions. Cuando me inicié en los 60, apenas podías armar un grupo con bajo, batería y piano para hacer jam sessions en el Hot Club. Hoy en día, vas a cualquier boliche y encontrás gente tocando a muy buen nivel. Además, te podés ganar un mango tocando jazz, mientras que antes, a lo sumo, te podían dar una cena en un restaurante.
–Estuve en el teatro Solís cuando Wynton Marsalis te invitó a tocar, en marzo de 2015. ¿Cómo fue ese momento?
–De eso sí que no me olvido. Fue una idea de Phillipe Pinet, porque cuando viene algo de afuera él quiere hacer un intercambio cultural. Marsalis me dijo de antemano que quería que tocara un blues de Duke Ellington, en una tonalidad no muy cómoda para el saxo, y me preparé en casa una hora antes de salir al teatro. Parece que tuve suerte e hice un buen papel, porque fue todo un éxito y recibí muchos elogios. Los músicos, todos de alto nivel, me terminaron tratando como a un hermano.
–Incluso te invitaron a volver en los bises...
–Sí, me empujaban hacia el escenario para que volviera a tocar, y eso fue sensacional. Wynton me trataba como a un músico más, y eso que fue algo totalmente inesperado que salió en el día. Guardo ese momento como uno de mis mejores goles de cabeza.