“El gran problema de Jorge con respecto al pequeño... ¡Ja, ja, ja, ja!... con respecto a nuestro hijo, nuestro magnífico hijo, es que en lo más profundo de su naturaleza más íntima no está del todo seguro de que sea su hijo”. A partir del diálogo y de un ámbito doméstico, Edward Albee reconfiguró el panorama de la dramaturgia estadounidense, dejando en evidencia la insalvable incomunicación humana mediante un enfoque fundamentalmente lúdico, incluso cuando escribía sobre complejas circunstancias. Por ejemplo, en La cabra o ¿Quién es Sylvia? (2002) un hombre se enamora de una chiva y se plantea un conflicto familiar y un quiebre de las rígidas normas de una sociedad aún hechizada por el sueño americano.

Desde los años 60, Albee fue una presencia constante en la cartelera uruguaya: ¿Quién le teme a Virginia Woolf? resultó un cimbronazo, a partir de una pareja que se embarca en una guerra furiosa y que, junto a un matrimonio amigo, va derrapando en juegos crueles y bizarros. En 1968, Taco Larreta dirigió la primera versión local, en 1989 lo hizo Júver Salcedo y en 1994, Jorge Curi. En 1969, Carlos Aguilera había hecho El cuento del zoo. Mañana, casi 50 años después, Jorge Denevi volverá al escenario como intérprete, a la vez que adaptará esa primera obra de Albee, de 1958.

Desde hace décadas Denevi es un referente indiscutible del teatro uruguayo. En su larga carrera –que supera las 150 obras– ha dirigido, versionado y en algunos casos hasta traducido decenas de clásicos universales, autores nacionales y nombres desconocidos aquí que fueron grandes descubrimientos, como el británico Alan Ayckbourn –considerado el gran retratista de las disfunciones familiares–, de quien ha versionado más de una decena de títulos. Se lo reconoce como un gran director de actores y de ácidas comedias contemporáneas, en las que el público ríe mientras en el escenario se suceden escenas crueles.

Antes del estreno (mañana a las 21.00, en el teatro Alianza), conversó con la diaria sobre estas tensiones, potenciadas en El cuento del zoo. Con esta obra, que Denevi dirige y protagoniza junto a Álvaro Armand Ugón, el autor de Tardes enteras en el cine volverá al escenario como intérprete, pero dice: “Mi forma de dirigir es actuar –interiormente– junto al que está haciendo el papel. Incluso es un poco farsesco verme dirigir, porque mientras estoy sentado en la platea, permanentemente estoy repitiendo, gestualmente, lo que el actor hace en escena. Por eso cuando hay público nunca me siento en la platea, porque sé que voy a hacer ese tipo de cosas. Me gusta ver con soltura el espectáculo, aunque lo logro con mucha dificultad. En este caso, la obra son dos personajes y lo de Álvaro [Armand Ugón] es un cuasi monólogo”.

Cuando releyó El cuento del zoo descubrió que se trata de una puesta que “parece que se escribió este año”. “Todo lo que está sucediendo en esa obra es lo que veo y vivo ahora”, comenta. “No ha cambiado. Es igual o peor. Sobre todo ese sentido de la incomunicación, de la disociación social y la alienación. Es lo que vivo, pero tal vez ahora me pegó más porque ha llegado con más fuerza a nuestro país. Por eso comprendí que era necesario hacerla. Y esto se cruza con que, artísticamente, estoy trabajando en un estado ideal con Álvaro. Nos entendemos de una manera perfecta, y este personaje era para él”.

Para Denevi se trata de una obra maestra, precisamente porque las circunstancias la han transformado en un clásico. Lo que no deja de resultarle paradójico es que la mayoría desconozca su existencia: “Y tienen que saberlo. Cuando la vean se van a sorprender, porque su mensaje es potente. Creo que en una cartelera, hoy en día, esta es una obra imprescindible. Es un homenaje que la Alianza le hace a Albee y, en forma más modesta, es un homenaje personal a lo que implica la trayectoria de Albee. Espero que algún día pueda hacer Virginia Woolf..., aunque hay que hacerla con el tono debido. Porque a Albee hay que encontrarle el humor, que siempre es trágico, fuertísimo”.

Sobre este autor, que traza personajes terriblemente irónicos e hipócritas para expresar la imperfección de la familia convencional, el director considera que tensa al máximo el contraste entre los hombres que están al margen y los que viven confortablemente en la sociedad. “A la vez, esa cercanía y enemistad que se va planteando es extraordinaria. Y creo que tiene el tono justo. Acá no hay drama, porque la gente –y por eso me gusta el tono de comedia ácida– en general no es consciente de los dramas. Cuando se muere un pariente o se da una situación trágica, se vive una escena dramática, seria o dolorosa. Pero en la vida cotidiana no hay dramas, porque uno no vive el drama, no se da cuenta de lo que le está pasando. Le sucede y lo vive con cierta normalidad. Ese tono es el que me gusta”, admite.

Y en seguida pregunta: “¿Sabés qué pasa con el teatro uruguayo? Se ha inventado algo que es fantástico: lo que se llama el drama uruguayo, que no se hace en ninguna parte del mundo. Cuando hay una situación dramática, todos, inevitablemente, ponen cara de drama uruguayo. Eso no se hace nunca, ni en cine ni en teatro. Me gusta trabajar con estos actores (como Pepe Vázquez, Julio Calcagno y Mariana Lobo), porque ya saben que nada debe ir por ahí. Los dramas hay que hacerlos como si uno los viviera con alegría. Y ese es el tono exacto que tiene El cuento del zoo”.