El fin de semana se llevó a cabo en Maldonado la décima edición del Encuentro de Escrituras organizado por la intendencia departamental. El año pasado, el encuentro había estado dedicado a la narrativa, y en esta ocasión giró en torno a la poesía. Más allá de que fue una oportunidad interesante para ver y escuchar a poetas leyendo sus obras, significó principalmente poder ver por dónde andan quienes se dedican a este género, los debates estéticos e ideológicos acerca del arte, la poesía en sí, la relación entre creación y realidad, o el papel del poeta en el mundo actual.
La programación determinó, en forma intencional por parte de los organizadores, que hubiera representantes de diferentes tendencias y edades. Consultado por la diaria, Valentín Trujillo, director de Programación Cultural de la intendencia, afirmó: “Armar una actividad de este tipo es muy complicado, porque tenés un universo en apariencia pequeño pero que es grande en realidad, porque desde los poetas jóvenes hasta los que tienen una carrera dilatada hay un universo muy grande. De acuerdo al presupuesto con que contábamos, sabíamos que debíamos planificar en base a seis mesas en dos días. Con ese diagrama intentamos que fuera una muestra amplia, representativa y heterogénea, que mostrara lo que se está haciendo hoy en poesía. A nivel geográfico también es importante que los escritores de Maldonado estén, no por camiseteo sino para dar cuenta de que acá están pasando cosas interesantes”.
Lo que quedó claro a lo largo de los dos días que duró el encuentro es que cierta tradición de la poesía persiste fuertemente, no sólo en las estéticas, sino también en todo lo externo a la obra, pero hay una nueva mirada, que quizá todavía no pueda considerarse un nuevo paradigma pero que plantea una alternativa. En este marco, tensiones y diálogos aparecieron constantemente en las mesas y las lecturas, aunque también en las conversaciones por fuera de las actividades.
Por eso, quizá, fue importante que el encuentro se abriera con un proyecto que de alguna manera cuestiona la forma tradicional de hacer y vivir la poesía. La primera mesa fue una lectura de El camino de los perros por dos poetas (escritores nucleados en torno a un ciclo en liceos): Virginia Finozzi y Jenifer Ramos Lemos, acompañadas por Hoski y Diego de Ávila. Tanto los coordinadores del proyecto como sus integrantes ponen en cuestión, en cada oportunidad que tienen, el estado de la poesía y del mundo editorial, así como —muy especialmente— el tema de la supuesta dicotomía entre inclusión y calidad literaria, que fue planteado en esa primera mesa pero atravesó todo el encuentro y tuvo una destacada presencia en la mesa final, en la que Hoski y Roberto Appratto repasaron los últimos 30 años de la poesía uruguaya. Es que en los últimos años, fundamentalmente por el uso de internet, publicar ya no pasa por los filtros y legitimaciones que tradicionalmente, al menos en el terreno mainstream, debía atravesar un autor para llegar a lectores. Por un lado, están quienes sostienen que la falta de crítica, la autoedición y el uso de las redes sociales ha derivado en que cualquiera publique, con la consecuencia de que hay una pérdida de calidad o “todo se empareja”, y ya no es tan sencillo distinguir entre un buen poeta y uno malo, según planteó Appratto. Por el otro, están los que creen que las redes han permitido una mayor difusión de la poesía y una relación más directa entre el poeta y su público, al hacer posible que cualquiera publique sin que por ello se pierda calidad. Según Hoski, “no se trata de que se pierdan los criterios de calidad, sino de generar criterios más humanos”, es decir que no es que se hayan perdido agentes legitimadores, sino que cambiaron. Lamentablemente, la cuestión de la legitimación, de quienes son los que hoy tienen adjudicado el rol de decir qué es lo bueno y lo malo, no se tocó en ninguna oportunidad.
Esto también involucra al mundo editorial, y no sólo se pudo apreciar en la mesa que hubo sobre edición de poesía, a cargo de Gabriel di Leone (Civiles Iletrados) y Alfredo Villegas (Botella al Mar). Es curioso que todavía, cuando se habla de la edición de poesía, se recurra rápidamente a la muletilla de que a las editoriales no les interesa el género y que los poetas, por lo general, sólo pueden publicar cuando pagan por ello. Estas afirmaciones sólo son posibles haciendo un recorte grueso del ambiente editorial y de las relaciones en el ámbito de la publicación. En primer lugar, toman en cuenta a un número acotado de editoriales (muchas de las cuales nunca van a publicar poesía porque eso no forma parte de su proyecto), y con base en eso plantean generalizaciones que dejan afuera el trabajo de las editoriales independientes, de menores tirajes, que han venido publicando innumerables volúmenes de poesía sin cobrarle un peso a sus autores, al igual que los fanzines y las revistas literarias. Lo mismo pasa con la idea de que la poesía no se vende o no les interesa a los libreros. Reducir la venta a lo que pasa en las librerías de los shoppings y tres o cuatro de las grandes de Montevideo es otro error que desconoce las ventas en las presentaciones, las ferias de libros, las movidas organizadas por editoriales independientes y hasta la inclusión de libros en eventos no literarios.
En el fondo está, también, la cuestión de qué se entiende por autor, público, editorial y libro. Si se considera que el poeta sólo es difundido desde que ingresa al circuito tradicional y le paga a un editor por hacer libros “como deben ser los libros”, de modo que luego estén en las vidrieras de las principales librerías, y vendan lo mismo que los realizados acerca de Eleuterio Fernández Huidobro o Raúl Sendic, bueno, ahí sí se puede decir que es difícil para un poeta publicar un libro y hacerlo llegar al público. Sin embargo, si se ve la posibilidad de salir de ese circuito, o al menos de expandirlo, tomando en cuenta toda la movida lateral y la transversalidad de propuestas, seguir repitiendo ciertas frases parece un error.
También está en cuestión la imagen del poeta, o qué significa ser poeta, y sobre esto se distinguieron dos posturas claras. Por un lado, la concepción de un artista que es distinto del resto de los mortales; afortunadamente, los excesos en relación con esta posición parecen haber desaparecido, pero persiste, y en algunos casos se explicita, una noción muy particular de la importancia de la poesía y de los poetas en el arte y del mundo en general. Otra posición empieza a quitarle importancia o cierta aura especial a estos autores y sus obras, y eso parece determinar la forma en que se encaran la escritura y hasta la lectura en público. En este sentido, llama la atención lo poco que han cambiado los procedimientos tradicionales. Todavía se mantiene fuertemente un esquema de lectura en la que el poeta permanece casi estático, leyendo en un tono monocorde, casi sin interacción con un público que, a su vez, también escucha en absoluto silencio, sin devolver más que aplausos al final de cada poema. Esta constatación no establece ningún juicio de valor: no se trata de decir que hay que leer de otra manera, pero es llamativo que, mientras desde hace por lo menos 30 años se viene hablando en voz alta de que leer en público es de algún modo ser parte de un espectáculo donde se pone el cuerpo, y de que leer poesía es cada vez menos un acto íntimo y se convierte en un hecho colectivo con tensiones constantes, se vean tan pocas propuestas que salgan del formato tradicional.
Actualmente, las lecturas de poesía son cada vez más frecuentes, y registrar esto implica considerar que el atractivo de esas actividades quizá no vaya mucho por el lado de tener la oportunidad de presenciar cómo un escritor da a conocer sus obras, sino que tenga que ver con el hecho de poner en la cancha diferentes poéticas, de generar un espacio donde las tensiones queden en evidencia, las diferencias puedan transformarse en encuentros, y los poetas dejan de ser solamente un perfil de Facebook para el público y para los otros poetas. El Encuentro de Escrituras, por su propuesta conceptual e incluso territorial (dado que, además de desarrollarse fuera de Montevideo, no sólo transcurre en instituciones del centro de una capital, sino también en centros educativos, barrios de la periferia, etcétera), se consolida como uno de los acontecimientos literarios más importantes del año, justamente porque pone en evidencia lo que sólo el contacto personal puede propiciar.