En 1572, habiéndose retirado a su castillo en Périgord, Michel de Montaigne decidió dejar que su espíritu conversara “en completa ociosidad consigo mismo” y, luego, para ordenar la “insensatez y extrañeza” de sus ideas, las puso por escrito. Tenía casi 40 años, había llevado una vida ajetreada como magistrado durante las Guerres de réligion y tendría tiempo, todavía, para ser soldado y diplomático. Esa jubilación (es decir, ese júbilo), que es un retorno a uno mismo, determina el nacimiento virtuoso de un género, el ensayo, que en los últimos años ha demostrado tener notables cultivadores en Uruguay.

De entre un variopinto conjunto de nombres se destaca el de Sandino Núñez (Tacuarembó, 1961), que el año pasado publicó su ya anunciado libro Psicoanálisis para máquinas neutras. Digo “anunciado” porque, en efecto, algunas de sus páginas habían podido leerse en diversas publicaciones que de algún modo ayudan a trazar un mapa de lo más atendible del pensamiento contemporáneo en Uruguay. Así, en el volumen El animal letrado: literatura, verdad, política, coordinado por Alma Bolón y editado por H Editores, apareció, bajo el título “Irrealis”, un ensayo que forma parte ahora del capítulo “Dos formas de la escritura”; en el número 11 de la revista en internet Hemisferio izquierdo se publicó el texto “Humanidad 2.0: el capitalismo alcanza su concepto”, cuyos apartados se encuentran mayormente distribuidos en el capítulo “Observaciones sobre neutralidad”; y otros textos (como las dos deslumbrantes “parábolas violentas”), de igual manera, tuvieron sus versiones en algunos números de la Revista de Ensayos del colectivo Prohibido Pensar, que Núñez dirige. Sin embargo, quien haya leído ya estos textos en sus formas “originales” y se los vuelva a encontrar ahora, como parte de esta obra mayor (acaso la de más largo aliento de su autor) notará un detalle no menor: que son otros.

Esta observación, por obvia que suene, es necesaria, porque dice mucho de un proyecto complejo que, aunque podría verse como un conjunto de ensayos en cierta medida independientes, funciona como un todo coherente y es uno de los análisis más profundos de los tiempos actuales que se hayan publicado en estas latitudes. Con él, Núñez irrumpe como una voz que decide entrar intempestivamente en la conversación e incomodar. La enunciación, se sabe, es especial (el autor lo evidencia en sus páginas, que se escriben desde la época de la decadencia de los progresismos latinoamericanos, la presidencia de Donald Trump, el encumbramiento de la gestión, la medicalización de todo, el traslado del lenguaje y las prácticas del marketing a las más diversas áreas, etcétera) y opera abriendo un espacio de crítica que se aparta, como Montaigne en su castillo, para preguntar, pensar y ordenar las ideas. Por eso, se pueden mencionar también los retiros (estos citados por Núñez) de René Descartes para escribir sus Meditaciones y de Lenin para leer en Berna la Ciencia de la lógica de Georg Wilhelm Friedrich Hegel. En ellos se pone, por decirlo de algún modo, el mundo en suspensión (se lo entrecomilla) para, desde adentro, observarlo.

Y ese “desde adentro” es fundamental, porque uno de los principales y más convincentes puntos de Núñez es la problematización –en palabras que no son suyas– del supuesto antagonismo entre el “mundo” y el acto de observación del mundo. Es en ese umbral entre el movimiento y la quietud (lo que Walter Benjamin llamó Stillstand) que es posible pensar de la forma más autónoma, sin las ataduras de agendas, por fuera de las instituciones (aunque, como se explicita, este libro fue escrito con el apoyo del Fondo de Estímulo a la Formación y Creación Artística, que el Ministerio de Educación y Cultura le otorgó en 2016) y de las mecánicas del capital, y en la conversación con estudiantes, colegas (conocidos son los cursos que Núñez da sobre filosofía en su casa) y un amplio conjunto de autores que van desde los ya mencionados Descartes, Hegel y Benjamin a Louis Althusser, Alfred Sohn-Rethel, Alain Badiou y Giorgio Agamben, entre otros.

Afirmada esa necesidad de quiebre, vale también ponerla en duda, como hace el propio Núñez, que se pregunta: “¿Habrá una revolución con esos ‘ángeles de negatividad’ surgidos de milagros teóricos, de cortes y retiros cartesianos puros del pensamiento, de exquisiteces dialécticas y de metafísica especulativa, que han logrado atravesar la fantasía neutra de la realidad capitalista hasta quedar completamente solos ante lo real de un dios inconsciente y arbitrario, completamente solos, sin gran Otro?”, sabiendo que a eso sólo se puede responder con varias incertidumbres y una certeza: que “sin esos ángeles no habrá revolución, o la que haya no llegará, por así decirlo, lejos”.

El nombre, los nombres

El título, a primera vista, intriga. Si algo presupone el psicoanálisis, una de las más influyentes corrientes humanistas, es un sujeto. La conjunción, así, de la disciplina iniciada por Sigmund Freud y las “máquinas” resulta por lo menos llamativa. No obstante, pronto se entiende que el principio es antinatural. La vida, dice Núñez, es capitalista y, entonces, la ruptura es con la vida. En ese sentido es que “máquina” y “naturaleza”, en su elaboración conceptual, no son términos antagónicos, y abren paso al cuestionamiento de una serie de binomios (“esencia/apariencia”, en primer lugar), en un procedimiento que se puede leer como parte de un plan ambicioso de puesta en duda de pares como “palabras/cosas”, “metáfora/no metáfora”, “sustantivo/sustancia”, etcétera. En su apuesta, por eso, el psicoanálisis (como, en cierta medida, el pensamiento de Karl Marx) funciona como una poderosa herramienta crítica, y Núñez dialoga constantemente con Freud y Jacques Lacan, sobre todo, pero también con algunos de sus lectores más atentos, como Gilles Deleuze y Felix Guattari, al tiempo que utiliza conceptos propios de la disciplina psicoanalítica, como las formulaciones de los perfiles del obsesivo o del psicótico, la forclusión lacaniana y el principio del placer freudiano para dar cuerpo a su teoría, así como casos, como el de Daniel Paul Schreber (presidente del Tribunal de Apelaciones de Dresde y autor de una autobiografía titulada Memorias de un enfermo de nervios, que Freud interpretó), para ejemplificarla.

Volviendo al título, en la adjetivación se nos agrega que esta máquina es “neutra” y lo que cabe es preguntarse si, en realidad, no lo son todas. ¿No dice el lugar común que la tecnología no es buena ni mala, que de nosotros depende su uso para fines correctos o incorrectos? Ese es otro de los entendidos que intenta refutar Núñez, al proponer que la “neutralidad” debe ser enunciada para que no se pierda el hecho de que la máquina del capitalismo no es una fuerza positiva que se recorta del fondo neutro de la economía, sino que capitalismo y economía son siempre ya la misma cosa, y que es en esa neutralidad donde operan los negativos de la política y de la teoría. Postulados así, los movimientos dialécticos que propone el autor son mucho más complejos que los que la vulgata hegeliana ha querido ver a menudo. La definición mutua de uno contra otro, recuerda Núñez, no sólo se hace desde un lado (es desde la izquierda, únicamente, que se pudo señalar el par “derecha/izquierda”), sino que en su “superación” siempre queda un daño, un residuo del antagonista.

Entran entonces los conceptos del subtítulo “Biopoder o la plenitud del capitalismo”, que remite, dándole un sentido ligeramente distinto, al concepto de Michel Foucault que explica la imposición, en los estados modernos, del poder sobre el cuerpo como método de control. Para Núñez, el cuerpo es ya también capitalista, y en ese orden busca desbaratar, con mayor o menor éxito, una serie de supuestos que mueven, por ejemplo, la actual teoría queer, poniendo en duda el concepto mismo de performatividad, sobre el que se apoyan tales supuestos. Para eso, cuestiona al aparato todo, y su cuestionamiento a la pretendida objetividad de los números, de la ciencia, de la estadística, cobra espesor en este ataque al biopoder, porque su discurso es el de un humanista en el sentido poskantiano, que cree en la especificidad del ser humano (contra, por ejemplo, escuelas contemporáneas como la que propone la Ontología Orientada a Objetos), sospecha de la ciencia y de toda técnica, y confía en el poder de la enseñanza para crear sujetos conscientes, entendiendo que “el sujeto no es sino la orden de significar dada al ser”.

Si se tiene esto en cuenta, aun discrepando, puede entenderse que lo que Núñez logra con Psicoanálisis para máquinas neutras es un relato verosímil que se vale de una argumentación rigurosa para exponer, de forma clara y precisa, una serie de conceptos que ayudan a dar cierta inteligibilidad a los tiempos que vivimos, en los cuales -según la conocida frase atribuida tanto a Fredric Jameson como a Slavoj Žižek y retomada por Mark Fisher-, es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.

El autor vuelve la reflexión hacia el lenguaje en la sección final, retomando algunos temas ya trabajados en La vieja hembra engañadora (Hum, 2012), y esto hace posible interpretar que el proyecto del libro todo es detenerse en la cualidad de lo ficcional desde un punto de vista crítico. Conceptos en primera instancia afines, como “realismo” (y aun “hiperrealismo”), “realidad” y “Verdad”, aparecen permanentemente, porque en una época en la que lo “real” sólo puede pensarse como sinónimo de “capitalismo”, el “como si” de la metáfora (de la metáfora que se presenta como tal) se posiciona como la alternativa, como la posibilidad de apertura. La rotura de lo real, así, la hace la escritura, que con un envión de negatividad desarma el tejido del discurso neutralizante, pretendidamente invisible, y lo pone en evidencia, como el niño que, en el cuento de Hans Christian Andersen (o el negro en su fuente, el ejemplo XXXII en El conde Lucanor de Don Juan Manuel), señala que el rey está desnudo.