El XIII Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires comenzará el 6 de junio en el Centro Cultural Kirchner. Este encuentro, dirigido por la poeta Graciela Aráoz, ha contado con cientos de poetas que marcaron la lírica de las últimas décadas, como los ganadores del premio Cervantes Antonio Gamoneda (España) y Carlos Germán Belli (Perú), o la japonesa Kazuko Shiraishi, que integró la generación beat y fue amiga cercana de Allen Ginsberg. Este año, la inauguración estará a cargo de Ida Vitale, gran poeta de la generación del 45 uruguaya, que también cultivó la traducción y la crítica, a la vez que dirigió la revista Clinamen. Se trata de una ensayista que colaboró con Marcha e integró el equipo de Vuelta, la crucial revista de Octavio Paz; la que da “fuego a sombra, en la ceniza llama” –como anotó José Bergamín–, y a quien Julio Cortázar le dedicó un sincero “Gracias por ser vos, por tu poesía ceñida y necesaria”. Hace poco volvió a visitar Montevideo, esa que antes “era sencilla y verde / quebradiza de tanta línea recta”.

Esta autora de obras en prosa como El ABC de Byobu (2004) se exilió de 1974 a 1984 en México, donde siguió dedicada a la docencia y la escritura, y cuatro años después de retornar a Uruguay volvió a emigrar, esta vez con rumbo a Austin, Texas, donde se instaló junto con su segundo marido, el poeta Enrique Fierro (antes estuvo casada con Ángel Rama). Desde hace un tiempo, Vitale comenzó a recibir una sucesión de destacadísimas distinciones, como los premios Octavio Paz y Alfonso Reyes, ambos mexicanos, y el español Reina Sofía –conocido como el Cervantes de la poesía–. El año pasado fue la primera sudamericana en obtener el premio francés Max Jacob.

Esta renovadora de las letras, que recomendó “leer y releer una frase, / una palabra, un rostro, / sobre todos los rostros”, y que aguardó “mañanas de hojas nuevas bajo la lluvia / y tardes donde un canto futuro, / que hoy no alcanzo, / comience”, escribió su primer libro en 1949. La luz de esta memoria fue publicado por una editorial artesanal que habían montado Amanda Berenguer y José Pedro Díaz, y a los pocos meses Vitale fue incluida en una antología de poetas latinoamericanos organizada por Juan Ramón Jiménez. Desde entonces, su rigor formal, con versos eruditos, precisos y despojados de efectismo, compuso una personal resonancia poética, mediante trazos, pinceladas y paisajes marcados por la memoria, el sueño incierto y el poder de la distancia. Nunca renunció a su persistente búsqueda de la perfección: “Por no seguir caminos fraudulentos, / perdí quizás imagen y relieve, / perdí la prisa, quise pisar leve / en la historia, sin arrepentimientos”.