En 2015, un grupo de jóvenes poetas comenzó a consolidar una serie de encuentros legitimados por ellos mismos: nucleados por el poeta y actor Pablo Pedrazzi (Pabloski), los slams de poesía conquistaron nuevos espacios. Se trata de torneos que comenzaron en 1985, en un club de Chicago, donde se habilitó el formato de recital a micrófono abierto. Con énfasis en la interpretación y la impronta propia del punk, impusieron rounds inspirados en el boxeo. Cada poeta cuenta con tres minutos y 20 segundos para recitar un texto propio, sin utilizar objetos, en una performance que coquetea con el stand up y los propios orígenes del género. Con ediciones en el interior (la próxima será el 21 de abril en Tacuarembó) y en distintos barrios e instituciones de Montevideo, el slam empieza a trazar diversos recorridos, con talleres de poesía oral, ciclos paralelos (como BienCerca, que se lleva a cabo el domingo a las 15.00 en el patio Andaluz) y las primeras ediciones en formato libro, como Slam FM, publicado por Estuario, que recoge material de los ciclos emitidos por Océano FM (ver http://ladiaria.com.uy/UQk). En diálogo con la diaria, Pabloski conversó sobre la edición local de esta movida que celebra la diversidad de voces, a la vez que reivindica el valor social del acto poético.

–¿Cuándo te acercaste a esta movida?

–Mi primer vínculo se dio en Madrid, en 2011: cuando miré por una ventana vi que había gente recitando. Al acercarme me enteré de que se trataba del slam poético. Comencé a investigar, a conocer la historia, y me involucré mucho con la edición francesa, porque organizan campeonatos mundiales. En paralelo comenzó lo de las charlas TED, en las que los slammers también participan. A los dos años empecé a ir a Buenos Aires para conocer la movida, y después de estar un mes explorando comencé a participar.

–¿Qué fue lo que te interesó de la edición porteña?

–La total libertad de la palabra, y el vínculo que existía entre el espectador y el poeta oral. Además, era muy inclusiva, porque alternaba grandes referentes con trabajos muy marginales. En Buenos Aires el movimiento es muy under, y eso es lo que más me interesa. Rescataron a muchísimos poetas de la calle, y por la vuelta se puede encontrar gente del estilo de Enrique Symns.

–Está alejado de algunas versiones mainstream.

–Claro. Y en cada país es muy distinto. En Estados Unidos, por ejemplo, lo financia el Ministerio de Deporte, porque consideran a la poesía un deporte. Tiene que ver con que el cuerpo es político. De hecho, Jacques Lecoq dice que el cuerpo poético presente es un hecho deportivo, porque implica una conciencia de mantenerse en un espacio físico. Esa presencia, y su carácter estético, ya implican lo deportivo. Y pararse frente a un montón de personas es un hecho político. Así, me di cuenta de que se trataba de algo más que un fenómeno: era una subcultura, un movimiento que cambia el paradigma. Eso me interesó, porque cambiar el paradigma de la cultura sólo se logra involucrándose en el cambio. Los slammers lo hacen porque hablan de política, de situaciones sociales actuales, de la contemporaneidad, del amor, de la pobreza.

–¿O sea que, más que tener un fin educativo y social, como se puede dar en otros casos, más bien apunta a producir pensamiento, a transformar?

–Sí, porque en el caso de Argentina laburan mucho más con el humor y con la ironización acerca de los actores políticos, y acá la expresión del pensamiento se dio con la idiosincrasia propia del uruguayo, que tiene que ver con la soledad, la introspección, un pensamiento propio, siempre acompañado por mucha libertad creativa, sobre todo a la hora de crear imágenes y de no respetar las estructuras del propio género. Es un espacio de experimentación. Y se dan casos como el de [Gabriel] Richieri, que avanzó muchísimo en su tiempo de slam, hasta llegar a ser campeón latinoamericano [en 2016]. Eso fue consecuencia de su experimentación de cada mes. De Uruguay esto es lo que más me interesa: ver cómo se van transformando, hasta que en un momento abandonan, porque el slam te consume demasiado.

–Me imagino que eso, de cierto modo, reposicionó a los jóvenes poetas, tanto en el reconocimiento como en la pertenencia.

–Exacto, se creó un espacio en el que el joven se siente alguien y en el que se reivindica que su palabra sea escuchada. Es conmovedor ver la participación de muchos. En forma inevitable, hay una generación de poetas que se va muriendo. Y hoy también tenemos la palabra, porque la poesía había quedado huérfana.

–¿Cómo es eso de la orfandad?

–En los 80 y los 90 hubo un movimiento enorme, con Julio Inverso, Luis Bravo y todos los poetas más performáticos, que sacaron la poesía a la calle. Pero con los años se volvió académica, estructurada, y los ciclos eran sólo para aquellos que editaban. Quedó huérfana, y creo que en ese momento se estancó, porque sólo se salvaguardó para un sector privilegiado. Si no te invitan a leer, inventate un ciclo.

–¿Y creés que el slam gestó su propio público?

–Sí, porque también es un espectáculo. No podemos evitarlo, y no hay que tenerle miedo al término, porque la poesía es un acto espectacular.

–En ese sentido, ¿revaloriza el género?

–Totalmente, y lo reposiciona en un lugar en el que se reafirma que la poesía es innovadora, transgresora. Revaloriza ese lado del género. De pronto no está presente en lo más estructural, en lo académico, en lo que tiene que ver con la edición de libros, seguramente porque el mercado va por otro lado. En España, por ejemplo, todos los poetas y slammers editan, y 80% de lo que se vende es poesía. El año pasado, la poesía encabezó las ventas.

–¿Cómo se produjo tu traslado a Montevideo?

–Cuando llegué [nació en Canelones, en 1985], me encontré con que los ciclos de poesía eran muy endogámicos, y la verdad es que me indignó, porque en ese entonces escribía, y me preguntaba dónde estaban mis pares. Cuando iba a Buenos Aires veía que era tan fácil convocar a personas en torno a lo poético... Eso quedó a la vista cuando en 2015 hicimos el primer slam, y le fui escribiendo a cada uno de los poetas que no conocía: terminaron participando 33, y un público de más de 150 personas. Hasta ahora, nunca he visto menos de 100 personas en un slam. Además, se producen cruces sociales interesantísimos.

–¿Cómo surgió la propuesta de Océano?

–Por lo que tengo entendido, el director de la radio quería un espacio dedicado a la palabra y que se vinculara con el humor. Nico Delgado, el productor, había visto los videos, hablamos y concretamos la propuesta; modificamos las reglas, y mi único pedido fue que cuando terminara el ciclo los poetas pudieran contar con un libro. A mediados de año va a empezar el segundo ciclo.

–¿Cómo impactaron las variantes del medio?

–Decidimos elegir a los poetas que representaban el espíritu y la variedad del slam. De hecho, nos interesó que estuviera [Héctor] Bardanca, que sólo había ido como espectador y pertenecía a otra generación. Creo que eso generó otro público, de clase social media-alta, mientras en paralelo se comenzó a crear cierto fanatismo [se emitía cada jueves, de 10.00 a 10.30]. Y también apuntó a gente que está más en su casa, y que se comunica desde las redes. Es complejo: en un momento pensé que se iba a venir abajo, porque hace tres años que estoy solo en esto. Ahora empezó a haber un equipo, y el hecho de que en todos lados quieren que estés, porque funciona y es redituable, lo complejiza aun más. No queremos sacar partido de eso.

–¿Cómo ves el futuro de esta movida?

–Tengo varios desafíos. Creo que el slam debe ir más a la calle, sin textos. Me interesa mucho el movimiento de Brasil que se llama Slam Resistência, con el que recorren los barrios bajos y las plazas. Es mucho más contestatario y más político. Eso lo probamos cuando hicimos Tomada Urbana [en La Teja, Cerro y Tres Ombúes], y llevamos el slam a la plaza, como palabra liberada. También fuimos a dar talleres de poesía oral con Agustín Lucas, y rindió muchísimo, porque había un gran interés. Por otro lado, me interesa generar un programa televisivo –seguramente en un canal independiente– que habilite un nuevo espacio de poesía oral y pueda incluir a las personas que no se mueven de sus casas. No creo que la televisión sólo sea un medio burgués, porque hay muchos que están imposibilitados de moverse, y su recurso es la tele. Ya hicimos un piloto y lo estamos viendo, conscientes de ese espacio.