Los últimos años han confirmado que el formato álbum es un concepto mutante, que ha ido dejando cada vez más lugar a nuevos formatos, y va dejando a la canción como verdadero motor que mueve al mundo. En un entorno internacional en el que “Despacito”, cantado por Luis Fonsi y Daddy Yankee, generó una segunda oleada de invasión latina, y el rap ha ido consolidando su lugar tanto en los charts como en las plumas de la crítica, esto es un poco de quizá no siempre lo más hitero, pero sí lo más interesante que dio la música uruguaya el año pasado. Y después sí, todavía, los discos.
10. “25g”, de Wolflow “Así que ¡pica! ¡arma! ¡prende! ¡fuma!”. Robar de cabo a rabo la base de “24k”, de Bruno Mars, y suplantar las referencias a oro de 24 quilates por otras a 25 gramos de marihuana parece un chiste fácil, algo digno de un barato sketch fumeta, pero “25g” de Wolflow, cantado con su insigne talkbox, se convirtió rápidamente en el himno marihuanero más festivo que se haya hecho en Uruguay. La canción no dice ni pretende decir nada que no haya sido dicho por un sinfín de integrantes de las huestes del reggae, el ska, el rock o el rap, pero tiene un extraño valor de testimonio, y se puede oler desde lejos que es una de las primeras canciones cannábicas que, en vez de hablar del anhelo de que se legalice el porro, ya parte de la celebración de su total legalidad y libertad dentro del panorama uruguayo.
9. “Vera”, de Power Chocolatín Experimento
Habría sido difícil anticipar que algunos de los candombes más originales e intensos del año se darían en bandas de rock independiente asociadas más bien con el math rock o el grunge. Entre las más insignes tuvimos “Terpsícore”, el candombe de ultratumba de Hijo Agrio en el disco Dama Ciervo, pero una de las canciones más enigmáticas en lo rítmico y compositivo fue “Vera”, de los siempre mal llevados Power Chocolatín Experimento. La voz de Demian Berocay y la percusión metálica de su hermano Bruno se contraponen, como un reverso luminoso, al ambiente claustrofóbico de las guitarras distorsionadas y un grito reproducido en loop que atraviesa el tema de principio a fin. En esa disociación radical se esconde la grandeza de “Vera”, posiblemente la canción más rara del rarísimo disco Sumbarajera, confirmando al grupo como uno de los eslabones perdidos entre Jorge Lazaroff, Fernando Cabrera y todo el rock que vino después.
8. “Alba”, de Oro
Uno podría decir que coger ha sido una de las principales corrientes subterráneas del blues, pero para Oro la principal fuerza, el motor del tractor que nunca dejó de hacer surcos en la tierra, ha sido el drama de no ponerla. Es curioso, porque ya desde el primer disco se sentía en el aire la angustia cachonda y algo loser de quien está al palo pero sólo puede ver el partido desde el banco de suplentes, pero nunca se sintió ese ardor como en “Alba”, tema dedicado a la mascota de uno de los integrantes, a la que este sin duda ama, pero que no puede suplir aquello que realmente necesita (o, al menos, esperemos que no). Si el ansia y el sentirse perdedor son el norte que guía al blues, difícilmente haya habido en los últimos años una estrofa tan blusera como “Oh cuánto extraño tener una mujer / amo a mi perra / pero quiero a una mujer / que me cuide / y tranquilice a mi mamá”.
7. “Tanta mala suerte”, de Franny Glass con Wagner Moura
“Dame un beso, aunque no te importe. Hace tiempo que no tengo tanta mala suerte”. Hay dos cosas que siempre llamaron la atención en el mundo letrístico de Franny Glass. La primera es una tramposa dulzura. Más allá de que debe de haber muchas personas que se hayan enamorado de alguien que les colgó en su muro de Facebook un tema de Franny indirecta y (¡oh, inocentemente!) hablando sobre él o ella, siempre aguardó por debajo un dejo de malicia casi imperceptible. Como segundo elemento, hay en sus canciones una tendencia a la dulce pasividad, la del pescador que ve cómo se hunde su boya sin hacer nada, simplemente dejando que la carnada sea desmenuzada por el pez invisible como una serena ofrenda al mar. Con la cavernosa y a la vez cálida voz del brasileño Wagner Moura (sí, el actor de Tropa de elite y Narcos), Franny logró el mejor medio para expresar ese particularísimo estado de ánimo, el de la malicia y la dulce derrota, con los puños remangados y la corbata apenas desanudada mientras canta: “Estoy buscando amiga en cualquier esquina. No me dejes ir, que me voy a perder y voy a enamorarme luego de otra mina”. Más lejos del storytelling y el ingenio de sus anteriores canciones, Gonzalo Denis nunca resumió su mundo de una forma tan sencilla y precisa.
6. “Casas unidas”, de Alfonsina
Pactos es un álbum estilísticamente perfecto, una pieza de porcelana tersa a la yema de los dedos, sin un grumo o fisura. Con toda esa minuciosidad, si no existiera un tema como “Casas unidas”, el disco posiblemente sería algo frío. La canción es el momento del disco en que Alfonsina parece bajar la guardia, con uno de los estribillos más auténticamente románticos que dio 2017: “Si me ves por la calle / no me mires pasar / seremos casas unidas / y si susurro en el aire / y me llegás a escuchar / sabrás que el tiempo no olvida, el tiempo no olvida...”. Si el mundo fuera justo, esta canción tendría que estar escrita, a fuerza de rayones de compás, en más de un banco o árbol.
5. “Pobre Serafín”, de Pedro Restuccia con Mandrake Wolf
Alberto Mandrake Wolf posee una virtud camaleónica, a la vez de una capacidad de dejar su sello personal en todo lo que toca. Nunca llega a adueñarse de un tema ajeno o a secuestrarlo sólo por aparecer en él, y eso lo ha posicionado como uno de los más valiosos ases en la manga de un montón de músicos a la hora de recurrir a colaboraciones. 2017 nos dejó sus apariciones en el hermoso vals folkie “Bajo el nogal” (penúltimo tema de Maquinaire, de Vincent Vega) y en la canción que jugadamente cierra Turista, de Pedro Restuccia. En este último caso, la voz de Wolf calza como mano en guante con un milongón que en su desarrollo cansino empieza a fusionar lonja y madera con sonidos espaciales provistos por Hugo Fattoruso y una guitarra santanesca al mando de Fabricio Panki Breventano. La coda final, con Pedro y Mandrake cantando al son del piano, chico y repique de Ferna Nuñez, es posiblemente el momento con más swing de 2017. Restuccia nunca sonó tan suelto y Wolf confirma que sigue siendo, desde Candombe del no sé quién soy (1990), una de las figuras fundamentales de los candombes lentos.
4. “Copando el corazón”, de Fernando Cabrera
Poéticamente hablando, Cabrera siempre fue un auténtico maestro en el recurso de la enumeración, con puntos muy altos en “Todo, todo, todo”, “Por ejemplo” y “La garra del corazón”. “Me está copando el corazón”, de su disco 432, es una fiel continuadora de esa tradición, con un inventario de momentos y sensaciones acumuladas que, más que formar una constelación de estrellas que guía a un navegante, parecen una pesada ancla que lo hunde hacia lo más hondo. Pero, como siempre en Cabrera, hay mucho más: las línea de los graves del piano y el bajo laten en el fondo, acompañadas por guitarras y otros instrumentos que actúan como muchas otras manos derechas de un pianista, imitándose libremente en alternancias. Los pequeños cambios en la melodía, que pasan de lo ameno a algo más tenebroso y persecutorio, son los dos costados de esos momentos que, al ser recordados, se disputan un corazón que, más que llenarse, parece ahogarse en ellos.
3. “La copa del rey”, de Hache & Berna
Si hay un género que se apropió del mapa urbano en el último año, ese fue el trap, tan dúctil para beefs gangsta, reguetones lascivos, rapeos románticos, murmullos cannábicos o simples arengas de pista. Las voces robóticas autotuneadas y los hi-hat al palo tomaron las calles, saliendo de televisores, de celulares con horribles compresiones de audio y de automóviles bullangueros. Entre todo este crecimiento exponencial hubo de todo –de lo mejor y lo peor del año–, pero “La copa del rey”, cantada por Hache y Berna, terminó configurándose como un pequeño hit a escala local, el primer y más redondo tema trapero que se pegó en el oído de un montón de gente, dentro y fuera del ambiente del hip hop. Un tema engañosamente simple, que con el verso “tamos en guerra y no hay más que pa’ vino, pero lo bebo en la copa del rey” se configura como un mini himno de un montón de pibes que vienen juntándose en las esquinas desde hace años y que recién ahora ven llenarse su copa.
2. “Informe sobre indeseables”, de Walter Bordoni
Sea por una cuestión de modas o de meras sensibilidades, la canción de protesta suele ser un raro ejemplar en el rock uruguayo de hoy en día. Completamente a contracorriente, Walter Bordoni logra en “Informe sobre indeseables” un documento casi periodístico y dolorosamente actual de la terrible situación humanitaria de los migrantes o refugiados de distintos países, de Eritrea a Honduras y desde el Mediterráneo a la frontera entre Estados Unidos y México. Quizá la mayor contundencia de la canción radica en la tensión entre la ficcionalización de los nombres y la verdad de los gritos y dolores que cada ejemplo encubre, esa condición de estar imaginando a los personajes, pero sabiendo que en este mismo momento todo eso está sucediendo.
1. “Estos son los días”, de Mandrake y Los Druidas
Tal como anunciaba el título de uno de sus discos más insignes, Mandrake siempre fue mestizo en todos lados. Rockero entre los candomberos y candombero entre los rockeros, lejos de convertirse eso en una cruz que lo alejara de ambos terrenos, lo convirtió en un médium entre generaciones y sonidos. Sin embargo, entre todos los camuflajes, nunca dejó de sonar a sí mismo, y “Estos son los días” es el tema más preciso en esa condición de convertir en parte de su mundo todo lo que toca. A primera escucha, se trata una balada de blues, pero prestándole más atención uno descubre progresiones impensadas para el género, una amplitud de registro inusitada, palabras como “cucumelo” dichas de la única manera en que pueden decirse y una especie de ascenso emocional, en el que estamos todo el tiempo esperando un parate o un descenso de intensidad, pero que nunca termina de aflojar. Al contrario, “Estos son los días” cabalga sobre unas guitarras grabadas a volumen 11 y unos platillos aporreados como si fuera la última vez. Una canción sobre el fin de la inocencia, pero más que nada una canción consagratoria, que parece haber sido escrita hace mil años y haber aguardado hasta encontrar en Mandrake su único y justo dueño.