Los hermanos Hernández (Ramiro, bandoneonista; y Mauro, guitarrista y cantante) están en el entorno de los 30 años. Según los materiales de difusión que han dado a conocer, tocan juntos desde que eran niños y recorrieron distintos géneros hasta que, hacia 2011, se afincaron en el tango. En lo anterior hay dos datos que importan para apreciar su debut, Humo, que es básicamente un disco de tango, pero que suma interés porque su música no es sólo tango.

Cuando uno piensa en un dúo de guitarra y bandoneón, la referencia inevitable en el santoral tanguero son los trabajos de Aníbal Troilo y Roberto Grela, de 1953 a 1962, por una senda que recorrieron, en la segunda mitad de los 60, el propio Grela y Leopoldo Federico, y que retomaron, entre otros, Rodolfo Mederos y Nicolás Colacho Brizuela en el disco titulado simplemente Tangos (2000). Vale decir, cortando grueso, una música más cercana a los orígenes del género que a la obra que desarrolló Astor Piazzolla desde mediados de los 50, pero que a la vez se caracteriza, en los ejemplos mencionados, por ejecuciones muy refinadas, una especie de “tango de cámara” cuya prolijidad no va en desmedro de la llegada emotiva. La opción de los Hernández es distinta.

Aquí no se trata de condensar en un formato despojado el vocabulario del tango orquestal, sino de ubicarnos en una situación previa a la de las orquestas y menos lujosa –poco importa si real o imaginada, porque no se trata de una recreación histórica–. En ese sentido, después de escuchar varias veces el disco, se nota que los hermanos, bastante más que correctos en el manejo de sus instrumentos, tocan en varios temas menos de lo que podrían. O sea, que algunas ejecuciones casi rudimentarias son deliberadas, porque en otras –escasas– ocasiones optan por lucirse un poco, y queda claro que son capaces de hacerlo. Esto es lo que sucede con la versión de “La catrera”, una composición más que centenaria del argentino Arturo de Bassi, con una guitarra un poco rascada y sin la precisión que Mauro Hernández exhibe en otros temas, y a la vez en un arreglo que elude la acentuación del compás, marcadamente bailable, de varias de las versiones más conocidas de esta pieza, que en cierta forma la hace parecer aun más antigua.

Si este tratamiento instrumental se aplicara a un repertorio ortodoxo, tendríamos un disco tradicionalista, pero resulta que, como ya se dijo, esto no es sólo tango, y aunque ninguna de las 11 composiciones que integran Humo se aleje de ese género, la mayoría de ellas incorporan elementos de otros, de forma que, en realidad, se podría decir que sólo tres son de lo esperable convencionalmente en un disco de tango, y las tres están bien logradas: “Larveando”, “Nadar en bolas” y “No es por me gavá”, del riverense Chito de Mello, que es un caso particular porque el arreglo la “normaliza”, quitándole algunos elementos rítmicos y el protagonismo de algunos acordes que la alejaban del tango para misturarla.

Desde el comienzo, el instrumental “Sos mucho pa’ un ñato cualquiera” funciona como una especie de muestrario en el que alternan diversos estilos tangueros y breves pasajes de otras procedencias. El bandoneón de Ramiro se acerca al acordeón de la mussette francesa en el valsecito “Pícaro”, y a la sanfona nordestina en “Bordona y prima”, que se mete por momentos en el clima de los maravillosos discos de Alceu Valença en los años 70. El canto de Mauro sólo entra de a ratos en las convenciones tangueras, y cada tanto arranca para el lado del rock argentino. “El bagre” comienza en forma bastante típica, pero pasado el primer minuto va y viene de otro territorio extraño. “Desvelo”, con la voz invitada de Santiago Martínez, es una zamba, y “Orilla”, al final del disco, un rasguido doble o litoraleña (ese género pariente del chamamé que se cultiva hasta hoy en Argentina y en Uruguay, que es el de varias canciones clásicas de Aníbal Sampayo), que en su segunda mitad, por la presencia de una guitarra eléctrica tocada por Fede Graña, queda en un interesante e inusual equilibrio entre lo tanguero, lo folclórico y lo rockero (y ese cierre de Humo funciona, de algún modo, como el reverso de “Más largo que el Ciruela”, el tema de Los Shakers que, al final de La conferencia secreta del Toto’s Bar, empezaba beatlesco y terminaba incorporando un bandoneón).

En el debe del disco, y quizá debido a que se trata de una producción independiente, un poco casera, está el hecho de que, salvo en la antedicha participación de Graña, la presencia de invitados no amplía como podría la sonoridad, sea por la forma en que se realizaron los arreglos o por criterios de mezcla. Pasa un poco inadvertido, si no se le presta especial atención, el contrabajo de Juan Chilindrón en “El bagre” y en “Nadar en bolas”, donde hay además dos guitarras adicionales, a cargo de Ignacio Caponi y Matías Rodríguez (también presentes en “Bordón y prima”), pero no se aprovechan mucho las posibilidades de un quinteto.

Quedó para el final “Barrio con tu nombre”, una milonga con texto del polifacético Agustín Lucas y su participación en recitado. Es el cuarto de los 11 temas, pero desde el punto de vista musical está en el centro de Humo, con una poética profundamente tanguera y una melodía que (para que los lectores se hagan una idea antes de buscar en Youtube, o para estimularlos a que busquen) posee cierta cualidad difícil de definir; esa que hace saber, la primera vez que uno escucha “Murga madre”, que no va a olvidarla así nomás.