Si bien el impulso que ganó la televisión mundial a principios de este siglo, producido a fuerza de calidad, riesgo temático y comprensión de las nuevas formas de consumo audiovisual, parecía haber menguado o entrado en decadencia hace tres o cuatro años, la irrupción de Netflix en el mercado creativo y su monumental inversión —aun arriesgando un no menos monumental déficit con vistas a su expansión futura— no sólo aportó una cantidad enorme de productos, sino que también reavivó a sus competidores (HBO, Hulu, Amazon y los canales tradicionales de cada país), que tuvieron que ponerse las pilas y realizar grandes apuestas creativas que les permitieran mantenerse en carrera o incluso, con cierta frecuencia, superar en originalidad al principal canal de streaming, que suele parecer poseído por la filosofía de “más es más”, sin reflexionar mucho acerca de la perdurabilidad o el nivel de sus ofertas (no obstante lo cual, es el medio con mayor cantidad de programas en esta selección).
Entre las características que distinguieron a 2017 estuvieron el agotamiento de algunas de las series de superhéroes y de los megaéxitos que habían dominado la pantalla ya no necesariamente chica en los últimos años. En el primer aspecto, la sobreoferta de productos indistinguibles mejor o peor producidos y escritos fue evidente; como si no hubiera suficientes series sobre jóvenes con habilidades extraordinarias y problemas personales, en el estilo de la —en su momento— muy atractiva Héroes, 2017 vio el estreno de The Gifted, Marvel’s Inhumans, The Defenders, Marvel’s Runaways y Legion (aunque esta última merecería ser clasificada en una categoría superior), y la tendencia no parece debilitarse, ya que se anuncian unas cuantas más del mismo estilo para el año en curso, a pesar de la pésima calidad o la simple inducción al sopor de varias de las que están —valga el anacronismo— en el aire. Particularmente difícil de seguir fue el panorama de las series de superhéroes “realistas” de Netflix —ahora apiñados en The Defenders— que hoy en día recuerdan más a los viejos teleteatros que a otra cosa, y que llegaron a un nadir con la más bien espantosa y gratuitamente violenta The Punisher.
También fue un año difícil para algunas series que se han convertido en clásicos contemporáneos. Por ejemplo, quedaron muy divididas las opiniones en relación con la séptima temporada de Game of Thrones —en muchos aspectos la serie más importante de la televisión mundial—, que por primera vez hizo pensar a muchos que tal vez no sea una idea tan triste su anunciado final este año. Aunque la serie ya había comenzado a disociarse en su quinta temporada de los libros de George RR Martin, a los que comenzó a adelantar en 2015, este año pareció estar perdiéndole el pulso al tono negativo, intrigante y lleno de giros inesperados que la habían convertido en un enorme fenómeno internacional, y comenzó a parecerse más a lo que la gente que no ve Game of Thrones se imagina que es, es decir, a una versión de las películas de El señor de los anillos con menos presupuesto. Una decepción similar fue la esperadísima segunda temporada de Stranger Things, esa brillante mezcla nostálgica de Stephen King y Steven Spielberg, cuya segunda entrega sólo resultó ser una repetición con menos gracia de la historia pasada, con algunos agregados —un infausto episodio dedicado a una nefasta pandilla punk— que restaron en vez de sumar. También Unbreakable Kimmy Schmidt, que había sido una de las mejores comedias —si no la mejor— de los últimos dos años, pareció hincharse y exceder los límites de su encanto natural. Y el escándalo causado por las denuncias de acoso sexual contra Kevin Spacey, que le ha puesto fecha final a House of Cards, tal vez haya sido un acto de eutanasia para una serie que, después de ganarse el lugar de buque insignia de Netflix, venía trastabillando desde hacía tiempo, y cuya quinta temporada fue realmente incómoda de ver. Todas ellas, y unas cuantas más que ni nombramos por desinterés y aburrimiento, todavía prolongarán su existencia durante 2018, pero el tiempo en el que eran objetos culturales cruciales ya parece haber pasado.
Lógicamente, no todas las continuaciones en 2017 fueron decepciones: Rick and Morty regresó más feroz y delirante que nunca (aunque existe el riesgo de que haya sido por última vez, ya que la marea de escándalos que inunda hoy en día a Hollywood amenaza con llevarse puesto a su principal responsable, Dan Harmon); The Leftovers culminó en forma perfecta (como para hacer sentir al público culpable por la indiferencia con que fue tratada); Bo Jack Horseman siguió buceando con gracia en las aguas oscuras de la depresión; Better Call Saul demostró que el universo malandra y en caída perpetua de Breaking Bad sigue gozando de buena salud.
Pero fueron las novedades las que hicieron la diferencia y las que indicaron que, a pesar de algunas suspicacias y señales decepcionantes, el mercado de la ficción televisiva sigue saludable y, en muchos aspectos, más interesante y abierto que el del cine, del cual fue durante décadas el pariente populista y estúpido. El secreto no tan secreto ha sido en parte el ingreso o el retorno al mundo de las series de algunos de los grandes artistas audiovisuales de la actualidad —desde David Lynch a David Simon—, junto a la flor y nata de los actores hollywoodenses. Es en esa área, la de las novedades y estrenos de 2017, que haremos aquí una selección de algunas de las producciones que hicieron ver al año televisivo con cierto entusiasmo y a las que recomendamos que les den una oportunidad quienes se las perdieron en los últimos 12 meses, especialmente si van a tener unas vacaciones lejanas y más bien intramuros.
Twin Peaks: El regreso: No sólo fue el fenómeno —por lo menos en el aspecto crítico— televisivo del año, sino que tal vez haya sido el mayor acontecimiento en cualquier medio audiovisual. David Lynch volvió con el universo de misterios que había abandonado hace dos décadas y dinamitó cualquier concepto imaginable antes acerca de lo que puede ser una continuación, lo que puede ser una serie o lo que puede ser un episodio televisivo. Es muy difícil resumir en pocas líneas, para quienes no vieron El regreso, todo lo que presentó, intentó, consiguió o confundió Lynch en este trabajo, porque es difícil asimilarlo y transmitirlo incluso para quienes lo vieron. Se va a discutir años sobre los méritos reales o aparentes de esta tardía tercera temporada, que más que reanudar la trama de aquella misteriosa serie de los años 90 fue una prolongación de toda la obra conceptual de Lynch, y del concepto “Lynch hace televisión”, pero sobre todo una demostración de que en la televisión de hoy en día casi no existen —o no hay argumentos valederos para que existan— fronteras temáticas o formales.
Legion: Si antes decíamos que 2017 pareció llegar a un límite de saturación respecto de las series sobre superhéroes, que parecen agotadas por la reiteración ya casi automática de sus principales recursos, Legion fue la excepción que puso a prueba ese diagnóstico; una visión psicodélica, demencial y ambivalente del mundo de los mutantes de Marvel, que gira alrededor de un joven con enormes poderes telekinéticos, pero a la vez esquizofrénico, por lo que sus desplazamientos entre distintos planos de irrealidad y fantasía dentro de la fantasía hizo de la serie uno de los productos más renovadores, frescos e imaginativos del año. Cada episodio de Legion pareció contener suficientes ideas para alimentar una temporada entera de una serie menos ambiciosa y, como si eso fuera poco, toda la temporada 2017 estuvo impregnada de una ambientación-tributo a los grandes clásicos del cine psicodélico de los años 60 y 70, con una particular obsesión por la obra de Stanley Kubrick —que no le queda nunca grande al programa, y eso es, obviamente, decir mucho— y una banda de sonido exquisita. Legion fue un ejemplo de cómo hasta el género de superhéroes puede ser auténticamente osado en lo artístico, algo que en el cine de esta categoría hace años que se viene amagando con hacer, pero hasta ahora no se ha cumplido cabalmente.
The Deuce: Desde que finalizó The Wire —para muchos la mejor serie televisiva de todos los tiempos— las expectativas en relación con cada proyecto en el que estaba involucrado su creador, David Simon, fueron tan altas que parecía imposible satisfacerlas (a pesar de que entre ellas hubo productos mucho más que aceptables como Treme o Generation Kill), pero Simon consiguió volver a aquel asombroso nivel de excelencia con The Deuce, una serie sobre el ambiente del mercado sexual de los años 70, que no sólo es la mejor recreación de época imaginable, sino que hace parecer infantil a cualquier propuesta similar de drama social o incluso de comedia de costumbres. Transgresora en temática e imágenes, The Deuce demuestra la capacidad de Simon para ocuparse con ternura y comprensión de personajes en los márgenes sociales —prostitutas, proxenetas menores, mafiosos, vividores, policías—, sin infantilizarlos ni caer en la sentimentalina paternalista. Es una serie con calle, capaz ella sola de recordar que Netflix puede haberle quitado a HBO el trono de la televisión mundial, pero que HBO sigue siendo el mejor.
Big Little Lies: Otro de los golazos de HBO en un buen año para el canal (que no continuó en 2017 con Westworld, una de sus mayores apuestas para reemplazar a Game of Thrones, postergando la segunda temporada de esa nueva serie para este año) fue la adaptación, en formato de miniserie de siete episodios, de una novela de Liane Moriarty, dirigida por el canadiense Jean-Marc Vallée. Se apoyó en un elenco realmente excepcional para un producto televisivo —Nicole Kidman, Reese Whiterspoon, Alexander Skarsgard, Laura Dern— para contar un misterio con elementos de drama y humor que la convirtió en la gran triunfadora de la última entrega de los premios Emmy.
The Handmaid’s Tale: En un año en el que los derechos de las mujeres fueron uno de los temas decisivos, al menos en la cultura occidental, el timing de la llegada de esta adaptación de la obra cumbre de la escritora canadiense Margaret Atwood no pudo ser mejor; la última en llegar de las grandes distopías literarias del siglo XX (junto a 1984, de George Orwell; y Un mundo feliz, de Aldous Huxley), describía un mundo asfixiante y ultrapatriarcal en el que las mujeres cumplen exclusivamente tareas reproductivas o de trabajo doméstico, al servicio de una oligarquía teocrática. La serie simplificó algunos de los aspectos más ambiguos de la novela (y promete seguir por ese camino, ya que la próxima temporada continuará la trama más allá del final abierto de la novela, con asesoramiento de Atwood), pero estuvo llevada con una energía y un clima opresivo proporcionales a su economía de recursos, demostrando una vez más que, en el mundo de la ciencia ficción o la ficción especulativa, el gasto en efectos especiales y decorados alienígenas no es tan importante como la capacidad de mostrar cuestiones de la actualidad mediante un lente amplificador o hiperbólico.
Dark: Tan influenciada por Stranger Things que podría considerársela un spin off, esta serie alemana, sin embargo, hizo bien todo lo que la segunda temporada de su modelo hizo mal. Una historia de adolescentes enfrentados con lo misterioso, la culpa de las generaciones anteriores y los desplazamientos en el tiempo que, sin destacarse por su originalidad, demostró una digna eficiencia alemana —que le daba además un toque de ambiente cultural muy particular— para narrar su relato. A pesar de sus similitudes evidentes con otros thrillers de ciencia ficción, logró una serie de ganchos esenciales en este tiempo en el que mantener la atención en medio de la sobreoferta es esencial.
American Gods: Después de una década en la que se especuló con la posibilidad de que se llevara a la pantalla grande la obra literaria cumbre de Neil Gaiman, la adaptación llegó finalmente en forma de una serie que, por ahora, ha cubierto menos de la mitad de la novela original, tomándose unas cuantas libertades pero con una gran fidelidad al espíritu de aquel libro sobre deidades anacrónicas que recorren Estados Unidos. Una mirada simultánea sobre la persistencia de las creencias, la disolución de las tradiciones, la diversidad de la inmigración estadounidense y el advenimiento del mundo tecnológico, American Gods es fantasía de primer nivel, y la transposición ideal del mundo maravilloso, transgresor y poblado de fragmentos en creciente articulación con que Gaiman desarrolló en su premiada novela, pero que ya había delineado en el legendario comic The Sandman, con el que American Gods tiene muchísimos puntos de contacto. El futuro de la serie parece incierto debido a que Bryan Fuller —el principal responsable de la adaptación—, la abandonó en circunstancias no muy amistosas, pero es de esperar que permanezcan en la próxima temporada las cosas que hizo bien, es decir, prácticamente todo.
Alias Grace: Las ideas originales no abundan en la televisión, y es probable que, apenas se enteraron en Netflix de que Hulu estaba preparando una versión televisiva de The Handmaid’s Tale, hayan mandado a alguien corriendo a comprar los derechos de Alias Grace, otra de las principales obras de la escritora Margaret Atwood. Sin embargo, en este caso no se trata de uno de los libros de la canadiense más o menos relacionados con la ciencia ficción, sino de una de sus ficciones históricas, acerca de la investigación de un crimen del siglo XIX en el que los sirvientes de una casa dieron muerte a sus patrones. Dirigida por la actriz y activista Sarah Polley, Alias Grace no es menos filosa en sus observaciones sociales que The Handmaid’s Tale, y es otra efectiva aproximación al enorme talento de Atwood.
Wormwood: Una propuesta que la complica a la hora de discernir en qué género se la puede clasificar, ya que tiene tantos elementos de documental como de recreación ficcional. Wormwood se ocupa de uno de los secretos —o no tanto— más extravagantes de la historia del siglo XX, los experimentos realizados por la CIA estadounidense utilizando ácido lisérgico, con la intención de servirse de esa droga como arma de guerra o herramienta de control social. A través de la historia de uno de los científicos involucrados en aquel proyecto y su controvertida muerte, Errol Morris —uno de los pesos pesados del género documental en Estados Unidos, pero también un autor muy poco prolífico—, combina entrevistas con escenificaciones de época de notable calidad visual.
Glow: Algunos la criticaron como una mera alternativa nostálgica a la ya agotada (pero todavía activa en modo zombi) Orange is the New Black, pero Glow, la historia de una troupe de lucha libre femenina en los años 80, demostró tener personalidad propia, un gran sentido del humor, un elenco perfecto lleno de actrices dramáticas recicladas como comediantes, y una concisión que no suele ser habitual en las frecuentemente descontroladas series de Netflix.
Star Trek: Discovery: Aunque dividió a los fans (es decir, a los trekkies) más tradicionales y puristas de la serie, lo cierto es que Discovery, de orientación más bélica y aventurera que las otras producciones relacionadas con el universo de Star Trek, rejuveneció una imaginería que había llegado a depender en exceso de la nostalgia. También presentó metáforas, hoy en día casi inevitables, acerca de las relaciones interétnicas, sin forzar demasiado el paralelismo y presentando un elenco muy diverso en todos los aspectos, sin que eso pareciera una concesión al espíritu de los tiempos, sino una continuidad de la auténtica naturaleza variada de Star Trek.
Mindhunter: El centro temático de esta serie se relaciona con los comienzos de la aplicación ordenada de los perfiles psicológicos a la investigación criminal a mediados de los años 70 y como respuesta a la aparición cada vez más frecuente, en aquellos tiempos, de asesinos en serie. Basada en casos y personajes reales —y tratando las acciones de algunos de los más notorios de esos homicidas, como Ed Kemper y Richard Speck—, Mindhunter es un prodigio de (obviamente) retrato psicológico, pero también de control narrativo a la hora de tratar un tema en el que fácilmente se puede caer en el morbo o producir una enésima imitación de El silencio de los inocentes. No es casualidad que dos grandes interesados en la mente de esta clase de criminales como David Fincher y Charlize Theron sean productores de esta serie afinadísima y que, por una vez, tuvo gusto a poco en su duración, por lo cual ya ha sido bienvenida la noticia de que una segunda temporada está en producción.