Hasta fines de los 90, Jean-Luc Lagarce fue el secreto mejor guardado de la dramaturgia francesa contemporánea, y hoy se lo presenta como el autor galo más representado en su país y el extranjero: nació en Héricourt en 1957 y creció en otro pequeño pueblo (Valentigney), donde sus padres trabajaron como obreros de la fábrica de bicicletas Peugeot. A los 20 años decidió dejarlo atrás; se fue a estudiar dramaturgia y filosofía a una ciudad cercana (Besançon), y fundó su propia compañía teatral. Aunque trazó una prolífica y variadísima producción, Lagarce vio escasísimos textos escenificados, incluso cuando en 1982 seleccionaron una de sus obras para la Comédie Française. En 1995, con sólo 38 años, este dramaturgo francés falleció de sida, cuando ya había escrito 26 obras, un libreto de ópera, una serie de relatos, un guion de cine y un extenso diario.

A partir de 1988 –cuando descubrió que tenía sida–, en sus obras se puede rastrear la imagen de alguien que vuelve a su casa para intentar reencontrarse y morir. Así, en más de una ocasión, lo que se sugiere –más que lo que se explicita– y lo que se lee como subtexto en lo que se calla acaban sustentando una variante invertida del hijo pródigo, ya que el regreso nunca es celebratorio, sino más bien conflictivo y ruin.

Dos años después, el autor recibió una beca y se instaló en Berlín, donde escribió Apenas el fin del mundo (1990) que, junto a la magistral Yo estaba en casa esperando a que cayera la lluvia (1994, versionada por Levón en 2007), se convirtieron en la dupla de sus obras maestras. El actor y director Diego Arbelo (integrante de la Comedia Nacional desde 2008 e integrante de elencos referentes de la escena uruguaya, como el de Gatomaquia, dirigido por Héctor Manuel Vidal) debutó como director en 2011 con la puesta en escena de una obra de Lagarce, Music-Hall (escrita en 1989). Seducido por el esencial cuestionamiento al teatro y sus metodologías de trabajo que hace el autor, Arbelo optó por una pieza en la que se fusionan el canto, el baile, el drama y la comedia, para indagar en torno a un grupo de teatreros en decadencia, que viven evocando su pasado glorioso. En su momento, el director contó a la diaria que le resultaba interesante cómo este dramaturgo francés “fundó una compañía [Théâtre de la Roulotte] en honor a Jean Vilar, que se presentaba en circuitos periféricos, dirigía sus propias obras y también otros textos. Pero lo que me llamaba la atención –y me parece una conexión buenísima– es cómo este tipo escribió sobre esta compañía de teatro en decadencia que se mueve en un circuito periférico, que nunca llega al gran teatro y a la que van a ver pocas personas; una compañía que quizá no tiene para subsistir y que lo único que hace es actuar a pesar de todas las cosas, manifestando un goce existencial por actuar como si fuera un fundamento que lograra trascender todo. ¿Qué sostiene a estos tipos? El actuar, y no hay otra cosa”.

En dos semanas, Arbelo volverá a Lagarce con Apenas el fin del mundo, que se estrenará el 2 de febrero en la sala Zavala Muniz, con un elenco integrado por Mauricio Chiessa, Fernando Amaral, Bettina Mondino, Camila Sanson y Mariela Maggioli. Según consignan los especialistas en su obra, aunque ahora se considere a Apenas el fin del mundo uno de sus mejores textos, en su momento fue vetado por todos los concursos o comités de lectura a los que la presentó. Finalmente, se estrenó en 1999, cuatro años después de la muerte de su autor. En la puesta, un personaje vuelve a su casa para comentar que pronto morirá. Pero nada es tan fácil como parece y, tras años de silencios y ausencias, el diálogo se entorpece y los vínculos comienzan a perder sentido, entre sus propios deseos, frustraciones y rencores. Así, uno imagina que el protagonista no puede más que confirmar lo oportuna que fue su partida. En la primera escena, Louis –el personaje central– admite (con la compleja sintaxis propia de Lagarce): “Más tarde, al año siguiente –me iba a morir a mi vez–, ahora tengo casi 34 años y moriré a esa edad, al año siguiente, […] decidí volver a verlos, volver sobre mis pasos, seguir mis huellas y hacer el viaje, para anunciar lentamente, con cuidado, cuidado y precisión – eso creo–, lentamente, con calma, pausadamente –¿no he sido siempre para los demás, y para ellos en particular, un hombre ponderado?–. Para anunciar, decir, sólo decir, mi muerte cercana e irremediable […] Y parecer que en eso también decido”.

Como modo de presentación de este nuevo espectáculo, Arbelo admitió que le resulta conmovedor el poder de trascendencia de este texto, ya que lo percibe como el “conocimiento cabal de que Lagarce ya sabía de su enfermedad terminal al escribir su obra”. “Más allá de su valoración poética, se hace inevitable no vincular su texto, cargado de crueldad, melancolía, lucidez y humor, con la vida de un hombre, la vida de Jean-Luc Lagarce luchando por su vida, por intentar entender y, más aun, por asumir la valentía, la perspicacia de anticiparse y de regalarnos Apenas el fin del mundo”, sostuvo.

Según adelantó a la diaria, el proyecto se concretó cuando Fernando Amaral lo invitó a sumarse al equipo y dirigir la puesta. “La primera vez que la leí supe que quería hacerla, pero sin saber cómo, y estaba más afianzado en el entusiasmo que en las herramientas verdaderas para intentar el desafío”, dijo. Contó que ahora disfruta tanto del proceso de ensayo como del desafío que impone el texto, que siempre supone pelearse “con lo intrincado de sus palabras, de la falsedad que se encuentra detrás de ellas, de la imposibilidad de decir, de tratar de entender a los que se van y a los que ya se fueron, a los que se quedan y esperan. Y, una vez más [como con Music-Hall en 2011], somos capturados por sus temas recurrentes, como la enfermedad y la familia. Aquí la familia nos vuelve a invitar a transitar la experiencia de preguntarnos si es posible ser exactos con lo que decimos, y más aun, ser exactos con lo que decimos sobre eso que pensamos y sentimos”.