El texto de contratapa de este libro, e incluso la perturbadora imagen que aparece en su portada, pueden dar la impresión errónea de que está centrado en Donald Trump, o incluso de que el actual presidente de Estados Unidos es representado en el libro por el personaje Nerón Golden, que aparece en la versión española del título (originalmente situado en la ambigüedad entre “la casa dorada” y “la casa Golden”). Eso sólo es cierto en parte, como casi todo lo afirmado en esta novela, que reivindica las contradicciones humanas, o incluso a la contradicción como aquello que constituye nuestra humanidad. O sea, se trata de puro Salman Rushdie, aunque en esta ocasión la trama no contenga ingredientes que podamos etiquetar inequívocamente como fantásticos, quizá porque a su autor le interesaba muy especialmente defender el lugar de la duda en relación con “el mundo real”.

De hecho, la historia comienza el día de la asunción presidencial de Barack Obama, y transcurre en su mayor parte durante sus dos períodos de gobierno; es recién pasada la mitad del libro que The Joker –claramente Trump– se postula a la presidencia, y hay pocos pasajes, aunque muy sustanciosos, acerca de su campaña, en la que muchos lo apoyan “precisamente porque está loco” y derrota a una Batwoman “que tiene su lado oscuro”, claramente Hillary Clinton. En ningún momento esos personajes intervienen directamente en la trama, aunque su contienda electoral sea uno de los trasfondos significativos para la enorme cantidad de acontecimientos que se suceden en el libro.

La historia, llena de ramificaciones y de flashbacks, está a cargo de un personaje narrador, René, decidido a hacer una película sobre el potentado Nerón Golden y sus tres hijos, que aparecen un día sin que sepa de dónde ni por qué llegaron. René pronto nos informa acerca de los hechos claves en el desenlace que va a aclarar bastante esos misterios, pero va dosificando los contextos de esos hechos y sus siempre relativas explicaciones, porque para los personajes de este libro, al igual que para sus lectores, los hechos por sí mismos no son lo único ni lo más importante. Así, cuando la descripción de un hecho terrible que se nos contó en la página 31 reaparece en la 473, estamos en mejores condiciones de interpretar su significado, pero no en condiciones de hacerlo en forma indiscutible.

René vive en un mundo físicamente encerrado y en un circuito cerrado cultural, en una de las dos grandes burbujas que, según él dice, contuvieron a los partidarios de Trump y de Clinton, o del Joker y Batwoman. Casi todo lo que ve y casi todo lo que vive es vinculado de inmediato con una referencia cultural, “culta” o “popular”, y él mismo admite que vive demasiado dentro de su cabeza, “demasiado inmerso en el cine y los libros y el arte”, aunque en otro momento asume que su función como intelectual es aportar “conexiones y referencias y ecos”. Así, el relato es un collar incesante de citas acreditadas y no acreditadas, que expresa, entre otras cosas, el enorme amor de Rushdie por el cine. Pero, ¿debemos tomar a René como un álter ego del autor, o conviene considerarlo un narrador con sus propios sesgos, que Rushdie nos muestra para que relativicemos el relato? Una vez más, la respuesta es a la vez sí y no: sí, porque esta manera de narrar atraviesa toda la obra del escritor, y esa manera de manejar la realidad es la que despliega también cuando lo entrevistan; pero también no, porque Rushdie pertenece culturalmente, más que a la generación de René, a la de Nerón Golden, llegado como él a Estados Unidos y obligado a dejar atrás otras vidas (sabiendo, como dice otro personaje, que “llega un día en que se acepta la idea de que regresar es una ilusión”), perplejo ante las polémicas contemporáneas acerca de la identidad y el género. O por lo menos a la de los padres de René, “la última generación en la que todos habían tenido empleo, la última época del sexo sin miedo, el último momento de la política sin religión”.

Así, no sabemos si es René o Rushdie quien opina que en las últimas elecciones presidenciales estadounidenses se enfrentaban básicamente “la fantasía demente y la realidad gris”; ni si es Rushdie o René quien señala también, en forma esporádica pero relevante, la magnitud de injusticias y desencantos en los años de Obama, los odios que crecieron y la incapacidad de registrar incluso su presencia, la creencia errada de que era posible instalarse, con cierta indolencia, sobre cambios irreversibles. En todo caso, alguien le señala a René que hay algo de su propia naturaleza en cada uno de los Golden, y parece que con Rushdie pasa lo mismo (hay incluso un personaje que se llama Riya, como una de sus parejas). Los Golden tienen problemas de identidad en varios sentidos, y dificultades para interactuar con el mundo que los rodea en varios sentidos, como el hombre que cuenta su historia y como el escritor que le da voz a ese hombre.

Esos problemas y dificultades son expuestos sin pretender resolverlos. Entre ellos, los relacionados con el género y la identidad, todo el nuevo diccionario en ese terreno, la diferencia postulada entre lo que se hace y lo que se es, “los dogmas del yo”, las dificultades que afrontan las ideas nuevas y las innumerables polémicas al respecto, así como los problemas generacionales para abordar las nuevas cuestiones de género, con argumentos interesantes desde varias posiciones, cosa que quizá sea hoy intolerable para parte del público lector.

En esto, como en lo demás y según ya se dijo, Rushdie puro, no desde el relativismo cultural – porque asume que tiene profundo sentido la categoría “verdad”– pero sí asumiendo que hay lo cognoscible pero también lo inefable, que la naturaleza humana no es unívoca, que ninguno de nosotros puede asegurar que no va a traicionarse y que, en todo caso (como el escritor lo sabe bien), la verdad, o lo que de ella podemos llegar a conocer y comunicar, es peligrosa. El conocimiento es belleza para unos pero poder para otros, sin que se pueda decir que alguna de las dos definiciones es falsa, y muchos piensan hoy que saber es odioso, porque se trata de algo propio de la elite.

Todo esa trama compleja y en gran medida indecidible terminará, transitoriamente, en tragedias que demuestran la ilusión del cambio definitivo, y en un gran incendio del que, sin embargo, hay algún sobreviviente milagroso para que el torbellino siga girando, con la elocuencia de un gran escritor.