Es notorio cómo la hiperproductividad de Netflix parece dar la impresión de que, acelerada por la urgencia del canal de tener nuevos programas y películas en el aire, muchas veces termina lanzando proyectos a medio cocinar, o con sólo una variable atractiva (una idea general, un protagonista reconocible), sin saber luego qué hacer con ellos. Este parece ser el caso de The Polka King, una película basada en la historia real de Jan Dewan, un efusivo cantante de polkas (un género musical originalmente checo, popularizado en Estados Unidos por la numerosa comunidad polaca), que estafó a sus admiradores –en su mayoría inmigrantes polacos de avanzada edad– mediante lo que se conoce como “esquema Ponzi”, una maniobra delictiva en la cual los inversores obtienen ganancias en función de que la cantidad de compradores de acciones siga creciendo (sin que los interesados sepan que ese es el único factor de rentabilidad), de modo que a mediano o largo plazo el sistema se hace insostenible. En el caso de Dewan, un showman tan trabajador y ambicioso como irresponsable, que pretendía construir un imperio económico alrededor de la música de polka y la parafernalia cultural polaca, la estafa fue relativamente limitada, pero su notoriedad como intérprete y personaje público hicieron muy conocido su caso, que fue objeto de un documental en 2007 y ahora de esta película dirigida por Maya Forbes y producida por Netflix.
Los elementos para hacer una comedia de la vida real están ahí: la cultura de la polka tiene –al menos para quienes no son sus cultores (bah, en realidad para todo el mundo)– elementos bastante payasescos y kitsch, con unas apelaciones al sentimentalismo y el patriotismo que harían avergonzar a la más demagógica de las agrupaciones del carnaval uruguayo, así que los aspectos humorísticos semiinvoluntarios ya estaban asegurados. Si a eso le sumamos la presencia de un humorista tan histriónico como Jack Black en el rol de Dewan, acompañado por la menos conocida, pero muy talentosa Jenny Slate como su esposa, el atractivo a priori es considerable y exótico, pero, aunque todas las piezas parecen ser las correctas, el armado final resulta extrañamente falto de vuelo.
Parece que la intención fue aproximarse con humor a la comunidad de los polaco-estadounidenses, que suelen ser ignorados por el resto del mundo pero constituyen 3% de la población total de Estados Unidos (es decir, casi diez millones de personas), y siempre han sido vistos con bastante sorna por las demás comunidades étnicas. De hecho, su fama de simplones algo brutos ha hecho que durante mucho tiempo (aunque esto pasó de moda en las últimas décadas), el equivalente estadounidense de nuestros chistes de gallegos fueran los chistes de polacos (muchas veces los mismos chistes, con la nacionalidad cambiada). La imagen satírica de The Polka King es bastante coherente con esos estereotipos acerca de la gente con ascendencia polaca: el personaje de Jack Black habla con un acento exagerado (aunque similar al de su modelo en la vida real), hace todo tipo de payasadas en el escenario y demuestra una gran ineptitud incluso como estafador, aunque sea transitoriamente exitoso por la inoperancia gubernamental y la candidez de sus víctimas. Cabe sospechar que, si los polaco-estadounidenses no fueran una comunidad de origen blanco y europeo, el retrato estereotipado y grotesco que de ellos ofrece The Polka King habría producido unas cuantas protestas, pero este no es el auténtico problema de la película, sino la falta de objetivos en ese retrato. La reproducción del inocentón mal gusto y la demagogia de los shows de polka es divertida y un vehículo ideal para que Jack Black se haga una fiesta, pero la directora Forbes nunca intenta realmente entender los códigos musicales y estéticos de esos espectáculos; se limita a reírse de ellos, nunca con ellos. Black es Black con acento polaco, con todo lo bueno y lo malo que esto implica, pero el guion no lo ayuda mucho a desarrollar un personaje que no parece ser realmente un imbécil ni un canalla, pero al que deja colgado a la hora de darle algún relieve moral (por no hablar del misterio absoluto del principal personaje secundario, interpretado por Jaso Schwartzman, que, en lugar de ser simple y limitado, es sencillamente nulo).
Cuando The Polka King termina, uno ha visto a Jack Black hacer su show en la pantalla, cantando canciones aun más ridículas que las composiciones humorísticas que hacía para el dúo Tenacious D, y a varios actores talentosos secundándolo. No es aburrido, pero nunca da muestras de tener una auténtica razón de existencia.