Si cabe hablar de catástrofes en la cultura, la más grave para la pintura uruguaya ocurrió en 1978, cuando el incendio del Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro se llevó una selección de la producción constructiva de Joaquín Torres García. Desde esta semana, la exposición Tiempo de mirar recrea los cuadros quemados y recupera los restos de algunos murales. “Mostrar esa obra era una obsesión desde hace mucho tiempo”, dice Alejandro Díaz, el director del Museo Torres García. La responsabilidad de lo ocurrido en Brasil continúa en debate.

Centenario

Una sala despojada impresiona. No está vacía: hay cuadros de distintos tamaños, pero son blancos, igual que las paredes. Con más atención, se descubren unas inscripciones geométricas en las obras. Son las marcas que permiten, con la ayuda de un smartphone, redescubrir una cincuentena de obras de Torres García perdidas desde hace cuatro décadas.

No conmueve menos la sala contigua: allí sí hay restos materiales de tres murales de Torres. Están incompletos, deformados, desgastados. “Es paradójico. Él trató de acercar el arte constructivo a la cultura precolombina. Ahora son sus obras las que parecen ruinas milenarias”, dice Alejandro Díaz.

Las 73 obras de Torres que se perdieron en la madrugada del 8 de julio de 1978, junto a un millar de piezas del Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro, eran parte de una selección especialmente concebida para el centenario del artista, celebrado cuatro años antes.

Torres García es una figura central de las artes visuales uruguayas. Pintor, escultor y docente, alcanzó su madurez en la Europa de principios del siglo XX, la de la proliferación de las vanguardias. Tras un pasaje por Estados Unidos, culminó su carrera en Montevideo, donde había nacido en 1874. En Uruguay no sólo se dedicó a la formación de artistas –el Taller Torres es su emprendimiento más significativo en este campo–, sino que también terminó de dar forma teórica al universalismo constructivo, la doctrina estética que había venido refinando en las décadas anteriores, con la que buscaba la comunión entre arte, orden cósmico y culturas indoamericanas.

Torres murió en 1949. En julio de 1974, la comisión designada para homenajearlo organizó, como actividad central, una gran retrospectiva de su obra en el Museo Nacional de Artes Plásticas, hoy Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV). Las 151 obras exhibidas allí, creadas por Torres durante los distintos períodos de su trayectoria, pertenecían al museo, a la familia del artista, a coleccionistas particulares y a la Fundación Torres García, antecesora del actual Museo Torres García. En setiembre, una selección de esa muestra, compuesta por 78 cuadros y dibujos, además de los siete murales pintados por Torres en el Hospital Saint-Bois, se envió al Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires.

Cuadros en blanco y marcador de identificación.

Cuadros en blanco y marcador de identificación.

Foto: Ricardo Antúnez

En junio de 1975, el Musèe d’Art Moderne de la Ville de Paris presentó Torres-García: construction et symboles, una exposición centrada exclusivamente en la fase constructiva del artista. 27 de las 96 obras expuestas allí formaban parte del repertorio original, y se les agregaron otras 46 provenientes de Montevideo, seis del galerista Jean Boghici, otras seis de colecciones de Barcelona –de donde provenía la familia paterna de Torres, y donde el artista formó y desarrolló gran parte de su carrera–, más 11 de coleccionistas locales. Además de cuadros, la muestra parisina incluyó los siete murales, objetos en madera y juguetes.

Cuando bajó la exposición en Francia, las obras no retornaron a Montevideo. ¿Por qué? Las versiones divergen. “Por causas que no se han explicitado, el Museo Nacional de Artes Plásticas, entidad responsable del envío de la obra a París, no pudo repatriarlas. En el archivo del Musèe d’Art Moderne de la Ville de Paris existen copias de cartas del conservador jefe, Jacques Lassaigne, rogándole a Ángel Kalenberg, director del MNAP, que retirara las obras puesto que el seguro se vencería pronto. Pero las obras no volvieron sino que se quedaron tres años en el depósito del museo francés”, dice el flamante catálogo de Tiempo de mirar.

Kalenberg, director del MNAV desde 1969 hasta 2007, explicó –en una larga entrevista que mantuvimos este año– que se buscó que las obras permanecieran en París para que fuera más fácil exponerlas en Europa. “Es cierto que no había plata para traerlas de vuelta inmediatamente, pero se podía salir a buscar. La Comisión del Centenario de Torres estaba presidida por Felipe Gil, un hombre honorable. La voluntad, contando ya con el apoyo de un museo grande de París, era que circulara por el continente, porque el gasto más oneroso ya estaba hecho. Fue una esperanza que resultó vana. El dinero no fue la única causal para la demora. Diez años después, la exposición se hizo en Londres y en otras partes, con el esquema que habíamos armado aquí”, dijo el ex director del MNAV. “Cuando vimos que no salían las cosas, apareció la oferta de Brasil. Ellos se hacían cargo de los gastos”, aclaró.

A Río de Janeiro viajaron las obras que estaban en París y no pertenecían a coleccionistas europeos, y en Brasil se les sumaron otras de galeristas locales. En total, el Museo de Arte Moderno carioca exhibió 20 esculturas, juguetes y objetos en madera, 46 cuadros constructivos y los siete murales del Saint Bois.

Fuego

Todavía no se conocen las causas del incendio del Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro. En su historia oficial, esta entidad privada –sus dueños son los del centenario periódico Jornal do Brasil– no hace mención al incendio, a pesar de que en su momento ocupó las portadas de muchísimas publicaciones de todo el mundo. Su edificio era de construcción reciente –no tenía mucho más de 20 años– y contaba con tecnología antiincendios al día. Por eso, la falta de información dio lugar a especulaciones.

En 1994, el ingeniero y escritor Juan Grompone publicó la novela La conexión MAM, en la que imaginaba un incendio intencional vinculado con el tráfico y la falsificación de obras de arte. De acuerdo con Kalenberg, podría haber habido una causa política: “En 1978 estábamos en dictadura. Se creía que podía generar problemas contra el gobierno”.

En 2007, la obra perdida de Torres volvió a ser noticia, como parte de las polémicas que rodearon a la salida de Kalenberg de la cabeza del MNAV. La nueva directora del museo, Jacqueline Lacasa, anunció el descubrimiento de una caja, proveniente del Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro, que contenía lo rescatado del incendio. Se dijo entonces que la caja estaba olvidada en un depósito de materiales, y los hallazgos fueron brevemente exhibidos en el MNAV.

“Las cajas las recibí yo y las dejé en el museo”, aclara Kalenberg. “Lo que entró lo registramos todo. Está en el inventario. Qué pasó después, no sé. Puedo dar fe por Mario Sagradini”, dice en referencia al artista que sucedió a Lacasa en la dirección del MNAV, “y por Enrique Aguerre, el director actual, que trabajó diez años conmigo”.

Recreación

La desaparición de las obras en Río de Janeiro fue, lógicamente, un hecho muy doloroso para la familia de Torres. Permanece la controversia en torno al tipo de seguro que tenían las piezas, a lo que hay que agregarle la pérdida que ocurrió cuando había descendientes del pintor detenidos por motivos políticos, lo que dificultaba la negociación con los dictadores.

Alejandro Díaz, bisnieto de Torres, quería difundir la obra perdida desde hacía años. Hasta cierto momento, pensó en hacer reproducciones impresas de los cuadros, a partir de los registros de su museo y de los catálogos de las exposiciones. A principios de este año dio con Nicolás Restelli, dedicado desde hace años al trabajo con obras digitales, quien le propuso montar una muestra con realidad aumentada. “Eso nos permitía sugerir la ausencia y, a las vez, recrear las obras”, dice.

Vista de la obra perdida en el celular a partir de la lectura de un marcador de identificación.

Vista de la obra perdida en el celular a partir de la lectura de un marcador de identificación.

Foto: Ricardo Antúnez

Otro de los desafíos era hacer la muestra virtual sin necesidad de crear una aplicación que debiera instalarse en los teléfonos de los visitantes. Restelli encontró un recurso que permite visualizar las obras simplemente vía web. Para ver la muestra, entonces, sólo hace falta acceder a www.torresgarcia.org.uy/ar y enfocar el teléfono hacia los marcadores impresos; el dispositivo lo asocia a la imagen recreada del cuadro perdido. Así, sobre el rectángulo en blanco, se ve la pintura original de Torres.

Con los murales del Saint-Bois, realizados en 1944, es un poco distinto por su gran tamaño: tenían dos metros de alto por seis de ancho. Por eso, los que no tienen sus restos en exhibición se pueden ver con un casco de realidad virtual. La exposición se completa con documentos de época, catálogos, notas de prensa y fotografías de la escala argentina de la exposición de 1974.

La dimensión mayormente virtual de la muestra invita a montarla sin demasiadas complicaciones logísticas en otras partes del país. “Todo esto tiene sentido si le damos un contenido didáctico. Es una gran excusa para poder hablar de la obra de Torres García. Es la oportunidad de hablar de él con una obra muy fuerte”, dice Díaz.

Para él, el juego de ausencia y presencia es central: “Había un libro con las obras quemadas, editado por la Fundación Torres García en 1981. Pero lo ojeás y no te transmite el valor de las obras. Hasta que no lo experimentás en un espacio es difícil darte cuenta de qué se trata. Que se vea un rectángulo blanco y luego puedas evocar un obra que no está allí me pareció muy poético”.

Tiempo de mirar | En el Museo Torres García (Peatonal Sarandí 683). De lunes a sábado de 10.00 a 18.00. Entrada gratuita.