Por tercer año consecutivo, el festival de cine de Punta del Este incluye la sección FilMusic Fest, coordinada por Juan José Morialdo. Consiste en una selección de ejemplares de esa veta cada vez más extendida de documentales sobre música (sobre algún individuo o banda, o sobre algún movimiento). Por supuesto, este tipo de trabajos involucra pericia cinematográfica, pero la clave siempre estará en el interés que susciten el personaje y su música para el espectador.

Charco / Canciones del Río de la Plata (Julián Chalde, Argentina) lidia con la corriente de afecto y entendimiento entre las músicas de Montevideo y Buenos Aires. El argentino Pablo Dacal dialoga y a veces interactúa musicalmente con artistas de ambas orillas. Hay muchas versiones cruzadas (Franny Glass canta a Dino, Jorge Drexler a Fernando Cabrera, Fito Páez a Charly García) y el recurso sirve para incluir a algunos músicos ya fallecidos (Cabrera canta a Osiris Rodríguez Castillos, Hugo Fattoruso a Eduardo Mateo, Mandrake Wolf al Príncipe Pena, Sofía Viola a Gilda, Vera Spinetta a su padre, Luis Alberto, Ana Prada a Eduardo Darnauchans). También hay conversaciones y números musicales con Gustavo Santaolalla, Juan Campodónico, Luciano Supervielle, Daniel Melingo, Miguel Grinberg, Pipo Lernoud, Eduardo da Luz, Edú Lombardo, Washington Benavides, Jorge Serrano (de Los Auténticos Decadentes) y Pablo Lescano (de Damas Gratis). La idea, valiosa, parece haber sido pintar un panorama, pero quizá con tanta amplitud que en algunas áreas hubo que elegir a un solo representante, lo cual, por supuesto, es poco. El film se parece en cierto modo a una colección de postales, con conversaciones entrecortadas e insuficientes, reducidas a frases sueltas con swing. Para peor, hay varios episodios ensayados y, por lo general, muy mal actuados, tipo “¡Bienvenido al Uruguay! Tenía el mate acá, preparadito”. Hay imágenes muy bonitas de los paisajes urbanos de ambas ciudades, con algunos cafés porteños, los estudios Sondor y el teatro Solís, y también del Tigre y la pampa. El rico vínculo entre los países nunca llega a delinearse realmente, porque en general los argentinos hablan de sus antecedentes argentinos, y los uruguayos, de uruguayos (Hugo tiene la deferencia de referirse a Manal, y Cabrera a los folcloristas argentinos). Al final, Martín Buscaglia y Dacal hacen una payada/duelo en broma, en la que cada uno destaca virtudes culturales de su país. Musicalmente hay algunos grandes momentos, en especial el de Wolf haciendo “Ángel de la ciudad” (martes 20, 21.40, cine Cantegril, con la presencia de Andrés Mayo, idealizador, productor y sonidista del film).

Ábalos: una historia de cinco hermanos (Josefina Zavalía Ábalos, Argentina) no es precisamente lo que dice el título. La historia y la calidad del famoso grupo folclorista Los Hermanos Ábalos (activo de 1939 a 1999) son el trasfondo de mucho de lo que vemos, pero el film gira más bien alrededor de Vitillo Ábalos, único de los cinco hermanos que sigue vivo. Se filmó de 2013 a 2017, y este nonagenario sigue tocando como los dioses el bombo legüero, canta bárbaro, baila chacareras y hasta zapatea. Es un ser entrañable, de esos señores cuyo vestir, siempre formal e impecable, es la expresión exterior de una manera de ser cuidadosa, modesta, gentil, caballerosa. Recuerda y narra con precisión muchísimas anécdotas, pero no vive en el pasado ni lamenta la juventud perdida, quizá porque nunca la perdió: agradece lo vivido y sigue haciendo planes. En una ocasión nombra a The Beatles, su interlocutor no entiende qué dijo, y don Vitillo explica: “Los Beatles, los chicos de Liverpool, de los cerquillitos...”. Su sobrino nieto Juan Gigena Ábalos (guitarrista de Ciro y los Persas) se reencontró con él y decidió llevar adelante el proyecto de un disco en el que el viejo versiona canciones del repertorio de Los Hermanos Ábalos, junto a grandes músicos de distintos ámbitos (Juanjo Domínguez, Jaime Torres, Jimmy Rip, La Bomba de Tiempo y un ensamble enorme –y excelente– integrado por descendientes de los Ábalos). La película muestra aspectos del cotidiano de Vitillo y conversaciones con ese hombre con el que uno pasaría horas en un boliche, así como algunas de grabaciones del disco y espectáculos. Esto va alternado con unas pocas filmaciones de archivo de Los Hermanos Ábalos, incluida la aparición, que los proyectó a la fama, en La guerra gaucha, de Lucas Demare (1942) (miércoles 21, 22.15, Cantegril, con la presencia de la directora y de Juan Gigena).

Yo Sandro (Miguel Mato, Argentina) se apoya sobre todo en una grabación sonora de calidad técnica deficiente, en la que ese ídolo latinoamericano, nacido Roberto Sánchez (1945-2010), contó de forma muy simpática su vida. Muchas veces lo escuchamos en voz over, en otras ocasiones las palabras de Sandro son dichas por alguien con voz y entonación muy similares a las del locutor de las últimas propagandas de Macromercado, y algunos episodios de su infancia son reconstruidos con actores. Ninguno de esos recursos aporta demasiado. Hay abundantes imágenes de archivo, de Sandro actuando, de fragmentos de sus muchas películas, de momentos cotidianos y de las multitudes que solían acogerlo, en especial de las mujeres claramente erotizadas por sus contorsiones corporales y su emocionalidad enfática, volcada con una formidable técnica vocal. Los realizadores trataron de hacer un montaje cuidado (varias secuencias de planos cortos vinculados a determinada temática, o alguna superposición significativa, como cuando el cantante describe sus orígenes muy humildes y la cámara se pasea por el decorado kitsch de su vivienda muy suntuosa). No hay análisis ni apreciación de su música, influencia o impacto, salvo en una entrevista con la cantante Lucecita Benítez. Los datos quedan un poco confusos: ¿en qué ámbito empezó a presentarse?; ¿en qué año fue el festival internacional que lo proyectó?; ¿en qué países fue famoso?; ¿qué impacto tuvo el éxito en su vida y cuánto duró? La película se ocupa de su formación y de la eclosión de su éxito, y no hay nada sobre sus últimos años ni sobre su muerte. Vale para ver muestras filmadas de una figura en parte bizarra, cuya popularidad mostró algo acerca de Argentina, Latinoamérica, los gustos masivos y la atracción erótica (jueves 22, 20.45, Casa de la Cultura de Maldonado, con la presencia del director).

Chavela (Catherine Gund y Daresha Kyi, Estados Unidos/ México/España) cuenta la vida de la mexicana (nacida en Costa Rica) María Isabel Chavela Vargas (1919-2012). El material básico es una extensa entrevista con ella filmada en 1991, que alterna con imágenes de archivo y entrevistas tipo “cabezas parlantes”, filmadas especialmente, con testigos de su vida y colegas. Tiene cinco secciones –prólogo, formación, momento oscuro, renacer triunfal, epílogo–, en el medio está su debacle, con 12 años de inactividad por alcoholismo grave, y el renacer es su sorpresivo regreso a las tablas, de la mano de Liliana Felipe y Jesusa Rodríguez, justo cuando sus canciones llamaban la atención del mundo al colorear películas de Pedro Almodóvar, quien cumplió un papel importante presentándola al público español y luego al francés, hasta propiciar un regreso triunfal a México. Es de esa etapa la mayor parte de las actuaciones filmadas, con algunos ejemplos más o menos extensos de esas rancheras apasionadas y desgarradoras que sólo parecen ganar su pleno sentido luego del tercer vaso de tequila. También se abordan las dificultades de Chavela con su familia por su actitud masculinizada, luego la constitución de su imagen pública como “mujer más macha que los más machos”, y finalmente la asunción pública (recién en los 90) de su homosexualidad, y la importancia enorme que eso tuvo para las lesbianas de México. El retrato es vívido, emotivo y bien estructurado, la música es imponente, y entre lo mucho que se dice, merecen un destaque especial algunas frases llenas de poesía de Almodóvar, Miguel Bosé y la propia Chavela (viernes 23, 20.00, Casa de la Cultura).

Hoy a las 21.30, en el Cantegril, abre el ciclo Vinícius de Moraes (Miguel Faria Jr, Brasil, 2005). Ya fue exhibida en Uruguay, pero se incluyó por la oportunidad de que la presentara Mariana de Moraes, nieta del artista y excelente cantante. Ninguna obra del ciclo refiere a una figura tan compleja: De Moraes (1913-1981) fue poeta, dramaturgo y diplomático, de joven se sumó a una tendencia fascistoide, luego fue de izquierda y finalmente un bohemio que, como se dice en la película, “era un ateo materialista que decidió creer en el misterio sensual de los orishás” y se fue a vivir a Bahía. Como letrista de canciones, tuvo presencia en la “época de oro” de la canción brasileña, y fue uno de los fundadores e ideólogos de la bossa nova y luego de algunas de las escapadas de la bossa nova (la música de influencia nordestina con textos políticos asociada con la segunda etapa de Carlos Lyra, los afro-sambas asociados a Baden Powell, la veta bahianista asociada con Toquinho). En su última década, con Toquinho, hizo más de 1.000 presentaciones fuera de Brasil como cantante y se convirtió en un autor reconocido y una personalidad estelar. Era extremadamente cálido, generoso y desprendido; trató de sacarle a la vida todo el provecho posible en cuanto a amor, amistades y belleza. De todos los films del ciclo, es el único que analiza con alguna profundidad el alcance de la obra de un artista, mediante invitados de inteligencia y sensibilidad envidiables: Antônio Cândido y Ferreira Gullar hablan de su literatura; Tônia Carrero, Maria Bethânia y tres de las hijas de Vinícius, de su vida; y de ambas cosas, más la música, gente como Caetano Veloso, Chico Buarque, Francis Hime, Gilberto Gil, Edu Lobo y Toquinho, que además interpretan versiones exclusivas de algunas canciones de Vinícius (imponentes, porque todos cantan bien y los tres últimos son eximios guitarristas). Una representación teatral de estatus indefinido (¿preparada para la película?) da pie a que dos actores lean textos suyos y narren aspectos de su evolución y, al parecer en el mismo contexto, varios otros músicos invitados hacen canciones de Vinícius, con arreglos preparados para la ocasión. Imágenes documentales retratan la evolución de Brasil y de aspectos de su cultura, que informan sobre el papel del Poetinha en todo eso. Y hay además imágenes de archivo con el propio Vinícius. Así que la película conceptualiza, informa e implica un baño de música y poesía.