“Al igual que los fanáticos de The Beatles van a Liverpool, los fanáticos de Los Iracundos venimos a Paysandú”, comenta con una sonrisa Víctor Hugo Azareño, un peruano que desde hace ocho años llega en ómnibus a la ciudad para conmemorar un nuevo aniversario de la muerte de Eduardo Franco (1945-1989), líder y cantante de Los Iracundos. Azareño llegó con una mochila llena de vinilos del grupo y una filmadora para captar cada momento. Dice que Franco “es el máximo representante, cantautor y arreglista de Uruguay y de América”; de fondo, por los parlantes del bar sanducero La Kinta Avenida suena “Tú con él”, uno de los éxitos del grupo, cantado por un fanático argentino, quien al enterarse de este homenaje puso en pausa sus vacaciones familiares y vino en auto hasta el lugar.

Además de un retrato de Gardel colgado en las paredes rojas del lugar –color que combina con las cortinas y los manteles de las mesas–, uno puede encontrar numerosas imágenes dedicadas a Los Iracundos: por ejemplo, a metros del baño hay una cartelera que muestra cada una de las portadas de los 33 discos que el grupo publicó entre 1964 y 1989, cuando Franco murió de cáncer a los 49 años. Del techo cuelgan bolas de espejos, y desde un televisor se repiten varios videos de Youtube que muestran al grupo tocando en vivo. En una de las ventanas se ve la bandera de Simplemente Iracundos CX 42, un programa de radio dedicado exclusivamente a la música de la banda, que organizó una excursión desde Montevideo para acercar a los fanáticos.

Salvo algunas excepciones, como la de Azareño, todas las mesas están ocupadas por personas mayores de 60 años que llegaron para celebrar la música que marcó su juventud. “A los 12 años escuché las canciones de Eduardo y me enamoré de ellas; sobre todo ‘La lluvia que cae’, porque yo pololeaba con esa canción”, comenta Erika Vergara, una chilena que desde hace siete años viene a Paysandú, resistiendo un viaje de 36 horas en el que atraviesa la cordillera. Su mesa incluye a mujeres argentinas y uruguayas que acompañan con emoción cada tema que los fanáticos interpretan sobre una base instrumental, imponiéndose a los constantes acoples del micrófono.

Si bien Los Iracundos vendieron 15 millones de discos, y grabaron éxitos como “Puerto Montt”, “Venite volando”, “Las puertas del olvido”, “Y me quedé en el bar”, para este homenaje sólo vinieron 70 personas. “La primera vez fue muy grato venir, pero hoy es un tanto decepcionante”, admite Azareño. “Pensaba que cada vez que los habitantes de Paysandú escucharan hablar de Eduardo Franco, o de Los Iracundos, se iban a emocionar, o que sus canciones iban a sonar en la calle. Cuando la gente me pregunta a qué vengo, le digo que es por la fecha de la muerte de Franco, y ellos me responden: ‘¿Ah, sí? ¿Cuándo es? ¿De qué murió?”, se lamenta. “Pero bueno, acá estamos todos los fans de Los Iracundos, y al menos sabemos de qué hablamos”, admite.

Y es verdad. Durante dos horas, los comensales que llenan las mesas de La Kinta Avenida se emocionan con cada canción y charlan sobre la importancia de la música del grupo. Cerca del final del almuerzo, un hombre con un aspecto similar al del guitarrista argentino Norberto Pappo Napolitano pasa al frente para interpretar y bailar una seguidilla de éxitos de Los Iracundos: “Puerto Montt”, “Venite volando”, “Tú me diste amor, tú me diste fe”. Mientras, la mayoría de los asistentes aplauden, bailan tomados de las manos, levantan sus vasos, filman y lloran. “Los músicos nunca mueren, porque nos dejan sus discos para volver a emocionarnos”, dice frente al micrófono un veterano emocionado.

Flores para Eduardo

Horas más tarde, cuando empieza a caer el sol en el centro de Paysandú, los fanáticos se acercan al busto de bronce del homenajeado, que se instaló hace 21 años. Mientras los asistentes se refugian del calor en la sombra de los edificios, en los parlantes callejeros la voz de Franco canta: “Hay 40 grados / yo me quiero quemar / cuando estoy a tu lado / el calor me sofoca, me quiero bañar”.

“Gracias, Eduardo Franco, por tu poesía y amor”, comenta el presentador, Francisco Cosso. “Siempre digo que en cada una de las letras de Eduardo estamos representados”, continúa. Al escuchar a quienes participaron en este homenaje, uno puede comprender lo que el presentador quiere decir: si bien las letras de Los Iracundos evidencian cierta simpleza, y generalmente hacen foco en situaciones ligadas al amor y al desamor, empatizaban con los sentimientos de esos adolescentes de la década de 1960, que hoy son quienes llegan a Paysandú para homenajear a estos temas que relacionan con momentos claves de su juventud.

Mirta Katrina Dimitrov, una de las fanáticas del grupo, leyó un poema que escribió en honor al músico, titulado “El triunfador”: “No es lo mismo sin ti, sin tu magia para dar al mundo lo mejor / sin tus ganas de ser para él siempre un cantor / Romántico, seductor, que hace latir con fuerza mi corazón / No es lo mismo sin ti, sin tu poesía ni tu voz acariciando mi alma con una canción / porque tú eres mi poema mejor / Si me pones a escuchar tus pasos dados al mundo / y por las calles de tu heroica Paysandú / viajaste al cielo y eres músico de Dios / Viviste iluminado por las estrellas, que tan pronto te convertiste en una de ellas / y desde la inmensidad, la suave brisa me trae tu nombre / Eduardo Franco / Siempre poeta, siempre cantor / Eduardo Franco, mi querido iracundo / El triunfador”, dice el poema, que pone énfasis en la veneración que rodea a la figura del compositor.

Entre el público que escuchaba atentamente se destacaban Dana y Gisselle Franco, viuda e hija de Franco, quienes estaban al borde de las lágrimas mientras escuchaban las palabras de la poeta. Más adelante, se colocaron flores en el busto del cantante. Cuando se acercaban a rendir tributo, algunos le agradecían, acariciando el busto con devoción. “Cuando no estemos nosotros, van a venir nuestros hijos; y si no están nuestros hijos, van a venir nuestros nietos, que llegarán de diferentes lugares de América para agradecerle por su poesía”, comenta con tono esperanzador el presentador. Minutos más tarde, una niña pequeña le deja una flor al músico, acompañada por su padre.

Un tal Eduardo

Como gran cierre de la jornada, de noche se exhibió el documental Un tal Eduardo, dirigido por Aldo Garay, en una sala repleta. La película sigue el legado del músico desde el punto de vista de fanáticos y allegados.

El film comienza exhibiendo la capilla del músico, ubicada en el Cementerio Central, a la vez que un cura comenta: “Eduardo Franco ya forma parte de la orquesta de ángeles en el cielo”. Si uno se detiene en los detalles de la capilla, que abre cada 1º de febrero para recibir a sus seguidores, puede entender el fanatismo de las personas que llegan a la ciudad como si se tratara de una ceremonia religiosa: hay banderas de Argentina, Chile, Ecuador, México y Perú. A su vez, el lugar está cubierto de ofrendas y retratos del cantante hechos por los visitantes, como si se tratara del santuario de Gilda o de la tumba de Carlos Gardel.

Entre la mística y la canonización del músico, Un tal Eduardo ofrece varios ejemplos. Un hombre asegura que funciona como médium y comenta que recibió varias señales del espíritu del músico, que le permitió escribir una canción dedicada a la salvación de los pueblos y la importancia del amor. Además, un escultor –que talló la figura de Franco junto a la de Gardel y Alfredo Zitarrosa para “juntar a los tres músicos más importantes del país”– afirma que el cantante “no es Dios, pero sí un enviado suyo”. La viuda, por su parte, dice que las canciones de Eduardo podrían haber estado dedicadas a otra mujer. También comenta que llegó a un punto en el que estar a cargo del legado del músico implicó renunciar a una gran parte de su vida.

El homenaje de este año terminó, pero los organizadores prometen mantenerse en contacto el resto del año para motivar los homenajes continuos. De a poco, el lugar va quedando vacío, pero la música sigue sonando.