¿Qué es el aceleracionismo? La pregunta queda respondida en los artículos compilados por Armen Avanessian y Mauro Reis (quien, además, tradujo los textos) bajo el título Aceleracionismo, estrategias para una transición hacia el postcapitalismo, libro publicado a fines del año pasado por la editorial argentina Caja Negra. Fueron precursores Karl Marx (“Discurso sobre el libre intercambio” –1848– y “Fragmento sobre las máquinas” –1857-1858–) y Gilles Deleuze y Felix Guattari (El anti Edipo, 1972), pero el aceleracionismo en su forma clásica eclosiona en los escritos del británico Nick Land hacia la década de 1990. El libro que nos ocupa incluye el fundacional “Colapso” (“Meltdown”), de 1994, y el más reciente “Crítica del miserabilismo trascendental”, de 2007. Entre ambos –especialmente en el primero– queda formulada la perspectiva landiana del aceleracionismo, en la que se fusionan y funden la crisis del humanismo y de la izquierda en el capitalismo tardío y la aceleración exponencial del cambio tecnológico.

Lo único que cabe hacer, decía Land, es acelerar el proceso. Es decir: no sólo dar rienda suelta al capitalismo, sino inyectarle todo el combustible imaginable para que, finalmente, el paisaje resultante sea posthumano, posteconómico y postecnológico. ¿Que esto parece una crueldad o herejía, por decir que hay que trabajar con el capitalismo y acelerarlo, en lugar de juntarse con cuatro amiguitos y marchar con pancartas que declaran que está todo mal con el neoliberalismo? Bueno, lo puede parecer para nosotros, humanos del capitalismo tardío, pero después, en el futuro landiano, no habrá ese nosotros.

No es de extrañarse que, con el paso del tiempo, la postura de Land haya terminado por asimilarse a un posible “aceleracionismo de derecha”, por más desafortunada que parezca la designación; es viable, en cualquier caso, en tanto cabe pensarla como opuesta a otro aceleracionismo posterior, cuyo texto fundamental fue publicado por primera vez en 2013 y es también recogido en Aceleracionismo... Se trata de “Manifiesto para una política aceleracionista”, de Alex Williams y Nick Srnicek, y es una propuesta más cercana a una idea posible y fresca de izquierda, un llamado a configurar una izquierda no conservadora y no reaccionaria, que no intente leer el mundo con los viejos códigos del 68 (o anteriores) y reconozca la falla sistemática en su accionar hasta el momento.

La zona aceleracionista

Está claro que los conceptos en juego no quedan encerrados dentro del contorno de la teoría económica; por el contrario, ya desde Land están en juego tanto la ecología como la manera de representarnos lo humano, así como los procesos y patrones en la cultura y su relación con la economía, la política y la tecnología.

En cuanto a la representación de lo humano, el texto clave de Aceleracionismo... es “La labor de lo inhumano”, de Reza Negarestani (2014). Este artículo, cuya descripción más o menos satisfactoria demandaría como mínimo el espacio entero de esta reseña, propone y maneja una serie de nociones de especial interés: además de una crítica específica a la izquierda menos lúcida, aparece la distinción entre el “inhumanismo” (que entiende a la naturaleza/condición humana como una construcción permanente en continua revolución) y el “antihumanismo” (que niega toda exposición posible de esa naturaleza/condición, a la vez que puede desembocar en un antinatalismo a la Thomas Ligotti en La conspiración contra la raza humana –2015–). Ambos, a su vez, aparecen evidentemente enfrentados al “humanismo”, entendido como la creencia en y la afirmación (normativa incluso) de una naturaleza o condición humana.

Negarestani –se vuelve inevitable recomendar al lector la exploración de su Ciclonopedia (2008), uno de los libros más intelectualmente provocadores de lo que va del siglo XXI– explora y aprovecha esa distinción, y sus ideas permiten además armar un esquema de conexiones hacia otros de los textos compilados en Aceleracionismo..., como por ejemplo “Xenofeminismo: una política por la alienación” (2015), del colectivo Laboria Cuboniks. A la manera de un manifiesto, el artículo trabaja desde una perspectiva racionalista (“sostener que la razón o la racionalidad es ‘por naturaleza’ una empresa patriarcal es conceder la derrota”) y propone a la vez un naturalismo ontológico (“la naturaleza, entendida aquí como el ámbito ilimitado de la ciencia, es lo único que hay”) y un antinaturalismo normativo: como “no hay nada que no pueda ser estudiado científicamente”, todo puede ser “manipulado tecnológicamente”, y la conclusión es un combativo “¡si la naturaleza es injusta, cambiemos la naturaleza!”.

El enemigo de esta perspectiva es, por supuesto, cualquier forma de pensamiento esencialista que se vuelva a la vez (necesariamente) antiprometeico. El tema aparece expuesto en “El prometeísmo y sus críticos” (2013), de Ray Brassier: si se asigna a las múltiples caras de la finitud (la muerte, la enfermedad, el olvido, etcétera) el rol de elementos fundacionales e inalienables de una pretendida naturaleza/condición humana, si se le asigna entonces ese significado fundante de lo humano al sufrimiento, toda pretensión de mejora tecnológica de esos límites (el prometeísmo) es visto como una traición a “eso” que nos hace humanos, fijado normativamente y administrado por grandes atractores culturales como las religiones y la literatura. El xenofeminismo y el artículo de Negarestani, entonces, se alinean con una postura prometeísta (memorablemente, Brassier señala que “hay que desconfiar de quien nos dice que nuestro sufrimiento significa algo) que, a su vez, puede ser asimilada al aceleracionismo clásico o landiano, en tanto los procesos acelerativos avanzan en un sentido posthumano.

Back to the future

Otra zona especialmente fascinante del libro está en la interacción entre los textos más enfocados en la teoría cultural. El artículo de Mark Fisher (“Una revolución social y psíquica de magnitud casi inconcebible, los interrumpidos sueños aceleracionistas de la cultura popular”, de 2013) parte de constatar una paradójica “desaceleración” cultural, tema que ocupó especialmente al autor en el excelente Ghosts of My Life (2014) y que encuentra una enciclopédica exposición en Retromanía, de Simon Reynolds (2011). De hecho, los tres últimos libros de Fisher (quien, lamentablemente, se suicidó en enero de 2017) pueden leerse como nodos en una red conceptual que parte de la exploración del capitalismo global y la condición de no-alternativa (Realismo capitalista, de 2009, publicado en español por Caja Negra, igual que el recién mencionado Retromanía), examina la fascinación nostálgica por el futuro abolido de la cultura pop (Ghosts of my Life) y delinea un modelo teórico para dar cuenta de los futuros posibles (The Weird and the Eerie, 2017). El tema de un futuro “perdido” es rastreado por Benjamin Noys en “Baila y muere: obsolescencia y aceleración”(2014) hasta la escena noventera de la música electrónica, y se pregunta de qué maneras podría trabajar el aceleracionismo el referente cultural de la música electrónica/dance. En efecto, si la lógica de la aceleración postula una necesaria obsolescencia, es inevitable pensar en un contexto –como el de la música pop– en el que lo “nuevo” o “el futuro” ya no generan significados del mismo modo que lo hacían hasta mediados de los años 90. Operó, entonces, un borroneo del futuro y una “desaceleración” cultural (en oposición a una aceleración tecnológica). Land proponía con entusiasmo el subgénero del drum & bass como una estética de la aceleración, pero a nuestra época le falta precisamente ese ímpetu; quizá en ciertas formas musicales relativamente recientes que miran hacia ese momento de los 90 (el uso del footwork por DJ Rashad, por ejemplo, pero también el gesto retro ya barroco de la vaporwave y el hypnagogic pop, con su vínculo con la obra de proyectos como The Caretaker o Boards of Canada) pueda delinearse una suerte de –por ahora tímido– “regreso al futuro”.

Es que no es posible pensar la aceleración sin pensar en el futuro; de ahí que la representación del o los futuros posibles desde, por ejemplo, “Xenofeminismo” termine por ofrecer una serie de variaciones sobre el tema de lo posthumano; después de todo, no es difícil equiparar el posthumanismo con el “inhumanismo”, como propone Negarestani, y con la defensa del prometeísmo ejercida por Brassier.

Sí, pero...

Por supuesto que no es difícil pensar una serie de críticas al aceleracionismo en cualquiera de sus formulaciones, o incluso a lo que propuse acá como el campo o zona de reflexión que une al aceleracionismo y otras formas de pensamiento contemporáneo, como el realismo especulativo y la ontología orientada a objetos o la crítica cultural. Es concebible que ciertas fuerzas de la vieja izquierda pretendan desestimar, desautorizar o descalificar rápidamente los aportes de tantos pensadores más comprometidos con el futuro que ellos (en esa línea es interesante leer el epílogo del libro, “Academia en aceleración”, del compilador Armen Avanessian) y no cuesta mucho imaginar desde dónde operarían esas críticas.

Por supuesto, insisto, no se pretende decir acá que los diversos aceleracionismos estén libres de zonas más débiles que otras, pero si se examina la parte más crítica del libro que nos ocupa, en particular el artículo de Franco Bifo Berardi (“El aceleracionismo cuestionado desde el punto de vista del cuerpo”, de 2013), las objeciones allí planteadas parecen insuficientes y, además, están contestadas desde otros lugares del libro. La idea de que la “aceleración es la forma esencial del crecimiento capitalista”, por ejemplo, parece caer en el mismo error que Williams y Srnciek le señalan a Land, es decir, la confusión entre una “velocidad” (“puede que nos estemos moviendo rápidamente, pero es sólo dentro de una serie estrictamente definida de parámetros capitalistas que, por su parte, no vacilan nunca”) entendida como proceso de cambio estructural y esencial del capitalismo –lo cual explicaría por qué, si Marx tenía razón, el capitalismo no se ha desmoronado por sí mismo– y la “aceleración” (“un proceso experimental de descubrimiento dentro de un espacio universal de posibilidades”) que, más que seguir una lógica inmanentista, desterritorializa las fuerzas en operación y recontextualiza la máquina capitalista, reinventándola una y otra vez como un virus que muta para adaptarse.

Pero pensando ahora en Aceleracionismo, estrategias para una transición al capitalismo en tanto libro, cabe preguntarse qué le falta a su esmeradísima compilación, si es que le falta algo. Propongo apenas una respuesta: quizá un artículo enfocado especialmente en el lado ecológico de la cuestión. Es posible que el capitalismo no se autodestruya si lo aceleramos, pero sin duda la biósfera no podrá resistir su agresión por mucho más tiempo. ¿O podrá adaptarse el capitalismo a la desaparición de la naturaleza y, por lo tanto, también del “hombre” entendido en oposición a ella (como agente de lo artificial, digamos), un poco en la línea de lo señalado por Land en la sección “El riesgo biológico” de “Colapso”? Desde la noción del aceleracionismo como campo teórico se puede pensar, entonces, que al libro compilado por Avanessian y Reis lo completaría, por ejemplo, un texto de Timothy Morton (autor de Ecology Without Nature –2007–, Hyperobjects –2013–, Dark Ecology –2016– y Humankind: Solidarity with Non-Human People –2017–).

En cualquier caso, digámoslo de una buena vez, Aceleracionismo... es una lectura obligada. La imagen tan manida del soplo de aire fresco no podría ser mejor utilizada que en relación con este libro y su tema de estudio, a la vez que también cabe pensar que los artículos reunidos (y la vasta constelación de textos a la que remiten) aceleran el proceso de desaparición de esa vieja e incómoda izquierda incapaz de ofrecer una resistencia efectiva a los avances de la derecha.

Aceleracionismo, estrategias para una transición hacia el postcapitalismo, Armen Avanessian y Mauro Reis (compiladores), Caja Negra, Buenos Aires, 2017. 304 páginas.