¿Queréis ver lo que son los destinos? Escuchad. Ultrajada por Sexto Tarquinio, una noche, Lucrecia resuelve no sobrevivir a la deshonra, pero primero denuncia al marido y al padre la alevosía de ese huésped, y les pide que la venguen. Ellos juran vengarse y tratan de sacarla de la aflicción diciéndole que sólo el alma es culpable y no el cuerpo, y que no hay crimen donde no hubo aquiescencia. La honesta muchacha cierra los oídos al consuelo y al razonamiento y, sacando el puñal que traía escondido, se lo clava en el pecho y muere. Ese puñal podría haber quedado en el pecho de la heroína, sin que nadie más supiera de él; pero, arrancado por Bruto, sirvió de lábaro a la revolución que hizo fracasar a la realeza y pasó el gobierno a la aristocracia romana. Eso bastó para que Tito Livio le diera un lugar de honor en la historia, entre enérgicos discursos de venganza. El puñal se tornó clásico. Por el doble carácter de arma doméstica y pública, sirve tanto para exaltar la virtud conyugal como para dar fuerza y luz a la elocuencia política.

Bien sé que Roma no es Cachoeira, ni las gacetas de esta ciudad bahiana pueden competir con historiadores de genio. Pero eso mismo es lo que deploro. Esa parcialidad de los tiempos, que sólo recogen, conservan y transmiten las acciones encomendadas en los buenos libros, eso me entristece, para no decir que me indigna. Cachoeira no es Roma, pero el puñal de Lucrecia, por más digno que sea de los encomios del mundo, no ocupa tanto lugar en la historia que no quede un rincón para el puñal de Martinha. Mientras tanto, veréis que esta pobre arma será consumida por el herrumbre de la oscuridad.

Martinha no es ciertamente Lucrecia. Hasta me parece, si entiendo bien una expresión del diario A Ordem, que es exactamente lo contrario. “Martinha –dice– es una muchacha frágil, hasta moderna, y muy conocida en esta ciudad, de donde es natural”. Si es joven, si es natural de Cachoeira, donde es muy conocida, ¿qué quiere decir moderna? Naturalmente quiere decir que forma parte de la última camada de Citera. Esta condición, en vez de perjudicar el paralelo de los puñales, le da mayor realce, como podréis ver. Por otro lado, conviene notar que, si hay contrastes entre los individuos, hay una coincidencia de lugar: Martinha vive en la calle del Pagano, nombre que hace recordar la religión de la esposa de Colatino. Las circunstancias de los dos actos son diversas. Martinha no dio hospedaje a ningún joven de sangre real o de otra cualidad. Andaba de paseo, de noche, un domingo del mes pasado. El Sexto Tarquinio de la localidad, cristianamente llamado João, de apellido Limeira, agredió e insultó a la muchacha, irritado naturalmente con sus desdenes. Martinha se recogió en su casa. Nueva agresión, a la puerta. Martinha, indignada, pero aún prudente, dijo al importuno: “No se acerque, que yo lo agujereo”.* João Limeira se acercó, ella le dio una puñalada, que lo mató instantáneamente.

Tal vez esperaréis que ella se quitara la vida. Esperaréis lo imposible, y mostraréis que no me entendisteis. La diferencia de las dos acciones es lo que va del suicidio al homicidio. La romana confía la venganza al marido y al padre. La cachoeirense se venga por sí misma, y nótenlo bien, se venga de una simple intención. La gente es desigual, pero fuerza es decir que la acción de la primera no es más valerosa que la de la segunda, siendo que esta cede a tal o cual sutileza de motivos, natural de este siglo complicado.

Así las cosas, ¿en qué es inferior el puñal de Martinha al de Lucrecia? No es inferior, hasta cierto punto es superior. Martinha no profiere una frase de Tito Livio, no apela a João de Barros, denominado el Tito Livio portugués, ni a nuestro João Francisco Lisboa, gran escritor de igual valía. No quiere cenefas literarias, no ensaya actitudes de tragedia, no hace esos gestos oratorios que la historia antigua pone en sus personajes. No; ella dice simplemente e incorrectamente: “No se acerque, que yo lo agujereo”. La vara de los gramáticos puede sancionar esa expresión; no importa, el yo lo agujereo trae un valor nativo y popular, que vale por todas las bellas frases de Lucrecia. Y además, ¡qué preciso eufemismo! Agujerear por matar; no sé si Martinha inventó ese uso, pero fuera ella u otra la autora es un hallazgo del pueblo, que no manosea tratados de retórica y en ocasiones sabe más que los retóricos de oficio.

Con todo eso, arrojo de acción, defensa propia, simplicidad de palabra, Martinha no verá su puñal en el mismo grupo de armas que los tiempos resguardaron del herrumbre. El puñal de Charlotte Corday, o de Ravaillac, o de Booth, todos esos y aun otros le harán cortejo al puñal de Lucrecia, relucientes y prontos para la tribuna, para la disertación, para la conferencia. El de Martinha irá río abajo del olvido. ¡Tales son las cosas de este mundo! ¡Tal la desigualdad de los destinos!

Si, al menos, el puñal de Lucrecia hubiera existido, vaya y pase; pero tal alma ni tal acción ni tal injuria existieron jamás, todo es pura leyenda, que la historia metió en sus libros. La mentira usurpa así la corona de la verdad, y el puñal de Martinha, que existió y existe, no logrará ocupar un lugarcito al pie del de Lucrecia, pura ficción. No quiero mal a las ficciones, las amo, creo en ellas, las encuentro preferibles a las realidades; no por eso dejo de filosofar sobre el destino de las cosas tangibles en comparación con las imaginarias. Gran sabiduría es inventar un pájaro sin alas, describirlo, hacerlo ver a todos, y terminar creyendo que no hay pájaros con alas. Pero no hablemos más de Martinha.

Machado de Assis

* “Não se aproxime, que eu lhe furo”.