Era de esperarse que, en la acelerada expansión genérica que está viviendo Netflix para convertirse en fuente de todos los productos audiovisuales posibles, el anime y sus derivados (el cine animado japonés, como casi todo el mundo sabe ya) también hallaran su nicho. En los últimos tiempos, el canal de streaming ha ido comprando derechos y almacenando un catálogo que incluye desde series y películas clásicas, como la pionera Akira (Katsuhiro Otomo, 1988), y la saga de ninjas juveniles Naruto hasta proyectos hechos especialmente (o que Netflix distribuyó por primera vez en gran escala), como el fascinante largometraje de ciencia ficción post apocalíptica Blame! (Hirosuki Seshita, 2017) y la miniserie –de origen estadounidense pero estilo absolutamente japonés– Castlevania.
Hay un subsubgénero de películas de acción basadas en animes, pero interpretadas por actores, frecuente en el cine japonés, y Hollywood ha hecho sus experimentos en la materia. Resultados recientes bastante desastrosos, como las versiones de Death Note (Adam Wingard, 2017) o Ghost in the Shell (Rupert Sanders, 2017), llevan a preguntarse qué necesidad hay de hacer esas versiones de obras que tienen un lenguaje propio y una gran personalidad artística, y que, sobre todo, no han envejecido en absoluto. Esa duda se vuelve aun mayor ante proyectos de hacer lo mismo con clásicos como la mencionada Akira o, ahora, con la versión actuada de la que muchos consideran la mejor serie televisiva (o las mejores series, como se explicará luego) basada en un manga (un cómic japonés, aclaramos una vez más y juramos no hacerlo de nuevo): Fullmetal Alchemist, o para algunos El alquimista de acero.
Los hermanos metálicos
Fullmetal Alchemist fue al comienzo un manga de fantasía y magia, que vendió más de 60 millones de ejemplares. Su autora era la joven dibujante y guionista Hiromu Arakawa, dueña de un estilo tan poético como tenso y original, y que demostraba la influencia de autores británicos de fantasía y ciencia ficción como Michael Moorcock y, sobre todo, la gran Ursula K LeGuin, de quien recogía el pacifismo antiautoritario, el equilibrio taoísta y ecologista, los géneros sexuales difusos y la imaginación elegante y sensible. La obra se sitúa en las primeras décadas del siglo XX en un mundo alternativo (aunque con grandes similitudes con el nuestro), en el que la alquimia se ha desarrollado en paralelo a la ciencia, y que vive grandes cambios originados en la industria y en el manejo de la transmutación de los elementos. La historia se desarrolla en Amestris, un país que hace pensar en la Alemania de entreguerras, militarizado y con un gobierno bastante autoritario, en guerra contra extranjeros y revolucionarios. Los alquimistas estatales trabajaban como agentes del gobierno y policías, investigando casos y combatiendo a rebeldes. Dos de ellos son los hermanos Edward y Alphonse Elric, adolescentes que desde niños demostraron asombrosas habilidades en su manejo de los elementos. A causa de un accidente, Edward perdió un brazo y una pierna (reemplazados por prótesis robóticas que le ganaron su apodo de “alquimista de acero”) y el espíritu o alma de Alphonse quedó atrapado en una armadura militar, que lo hace aun más metálico que su hermano. En medio de varias aventuras secundarias, la historia de ambos gira alrededor de la búsqueda de la legendaria y todopoderosa piedra filosofal y del enfrentamiento con otros alquimistas, con integrantes del gobierno que tienen intenciones reconociblemente fascistas y con seres artificiales de poderes extraordinarios, creados mediante la alquimia y llamados homunculi. La historia presentaba, además, a decenas de personajes de gran importancia y definición, con roles fundamentales y ocasionalmente protagónicos, como la inventora y mecánica Winry, el incendiario alquimista Roy Mustang o la teniente Maria.
El éxito del manga fue instantáneo, lo mismo que su adaptación al anime. Pero a la primera versión televisiva de Fullmetal Alchemist –51 episodios emitidos originalmente de 2003 a 2004– le ocurrió algo similar a lo sucedido con Game of Thrones: la serie se adelantó al manga que adaptaba y, tras comenzar muy fiel a la historia de Arakawa, se fue distanciando de ella, lo que irritó mucho a los fans del cómic, aunque las variaciones no fueran precisamente una traición a su espíritu. Con un espléndido largometraje –Fullmetal Alchemist: Conquistador de Shamballa (Seiji Mizushima, 2005)–, la historia animada de los hermanos Elric culminó en una nota alta, épica y emotiva (curiosamente, en estas latitudes la película fue para muchos el primer encuentro con ese universo, de modo que vieron toda la serie como un extensísimo flashback).
Apenas cinco años después del final de esa primera adaptación, y cuando ya se acercaba el fin de la edición del manga, fue lanzada una nueva versión en anime, llamada Fullmetal Alchemist: Brotherhood, de 64 episodios, emitida de 2009 a 2010. Este programa fue un caso muy particular en la historia de los anime –o de las series televisivas en general–, ya que Fullmetal Alchemist: Brotherhood adaptaba mucho más fielmente el manga de Arakawa, pero como la primera versión ya le había sido fiel en muchos aspectos, ambas son en muchas ocasiones casi idénticas: la segunda, con el dibujo levemente mejorado y distintos encuadres o ediciones (aunque manteniendo exactamente la imaginería visual general), mientras que otras veces las acciones se resuelven en forma totalmente distinta, así que la comparación de variantes es todo un goce para cualquier detallista o fan. Más allá de cuál sea la versión más “oficial” o apegada al cómic, ambas series son una maravilla, de lo mejor que se ha hecho en anime: dos obras mágicas, emocionantes y muy divertidas –más que simples adaptaciones del manga, su realización plena–, que se pueden recomendar incondicionalmente. Esto, por supuesto, dejó la vara muy alta para el nuevo intento de aproximarse a esta historia mágica que Netflix ofrece ahora como producción propia.
La carne más dura que el hierro
Dirigida por Fumihiko Sori e interpretada por actores japoneses, esta versión en carne y hueso de Fullmetal Alchemist tiene evidentemente la intención de ser lo más fiel posible a su fuente, y de reproducir el tono entre humorístico, terrorífico y emotivo del manga y los animes. Intención bastante complicada, comenzando por la dificultad básica de cómo condensar por lo menos el núcleo de una historia tan extensa en dos horas y media. La respuesta lógica es eliminar casi todas las tramas secundarias, para concentrarse en la búsqueda de la piedra filosofal y el enfrentamiento con los homunculi, y aun eso implica resumir en forma brutal una aventura de largo aliento épico. Pero los guionistas no pudieron evitar la tentación de introducir algunas de las más memorables historias subsidiarias, como el conmovedor relato de la pequeña Nina y su perro Alexander, que suele considerarse uno de los momentos más tristes en un anime, efecto que aquí, en unos pocos minutos, no se pudo reproducir. Tampoco es muy feliz la decisión de imitar el modo caricaturesco de los numerosos momentos humorísticos –generalmente motivados por el carácter irascible y vanidoso de Edward–, que los cómics y la serie presentaban con cambios en el estilo del dibujo, y que aquí llevan a los actores a hacer gestos grotescos de poca gracia y menos armonía.
Pero el principal problema de esta Fullmetal Alchemist no es tanto el tumulto narrativo, sino que tiene que ver con el casting y el vestuario. Como ya se dijo, la historia de Amestris, sus alquimistas y su descenso (o no) hacia el fascismo está ambientada en un mundo paralelo e imaginario, pero totalmente europeo en lo étnico y cultural. Por eso, ver a los personajes interpretados por actores japoneses vestidos con ropa europea de principios del siglo XX, usando notorias pelucas o con el cabello teñido de rubio, no es una apropiación cultural ofensiva (¿cómo podría serlo en una obra profundamente japonesa, más allá de su ambientación?) o absolutamente ridícula, pero es un poco como hacer una película con vikingos mulatos o samuráis pelirrojos: el ruido visual es excesivo y el efecto, como ya han señalado algunos fans, es más el de una reunión de cosplay que el de una auténtica ambientación cinematográfica. Peinados y uniformes atractivos y verosímiles en su versión dibujada pasan a ser totalmente artificiales y bastante risibles al ser reproducidos exactamente; el único caso en que esta imitación funciona es, lógicamente, el de Alphonse, porque es una armadura viviente. Como si esto no fuera de por sí bastante malo, las actuaciones exageradas son malas o peor que malas, y el actor escogido para hacer de Edward –que tiene como una de sus características más notables ser muy petiso, por lo que muchas veces lo confunden con un niño, y aun más veces se burlan de su escasa estatura, ofendiendo su nada escaso ego y produciendo muchos de los momentos más graciosos de la serie– no aparenta ser mucho más bajo que sus compañeros, pese a lo cual algunas de esas bromas sobrevivieron en el guion, carentes de sentido para quienes tengan su primer contacto con los personajes.
¿Es esta versión un desastre total, como sostienen muchos de los fans de las versiones japonesas? No exactamente. Contiene, sí, tantas malas decisiones como la versión de M Night Shyalaman del anime estadounidense Avatar –llevada al cine bajo el nombre de El último maestro del aire–, que también apretaba una historia de largo aliento en muy poco tiempo, y que también decidía cambiar la etnia de sus protagonistas (en la dirección inversa, ya que personajes claramente asiáticos en la versión original animada eran interpretados por actores caucásicos), pero la visión frustrante e incómoda de este producto como una adaptación con muchos errores también depende mucho de que se conozcan los originales. Tal vez, para el espectador inocente que jamás tuvo conocimiento de las dos versiones dibujadas de Fullmetal Alchemist o del manga, esta película razonablemente ágil y con momentos espectaculares resulte muy entretenida y original, ya que su mundo entre victoriano y mágico es distinto y fascinante, y se podría decir que conserva algo de la poesía original –al menos, de la que está presente en el afecto conflictivo entre los dos hermanos–. Pero lo mejor que puede pasar es que la producción de Netflix le despierte una curiosidad que lo lleve a las aún recientes series. Incluso puede confiar en este artículo, ir directo a esas series –que siguen siendo una belleza– y evitarse el paso de ver esta película menor e innecesaria.