El apoyo de Clint Eastwood a la candidatura presidencial de Donald Trump lo convirtió en persona no grata para el círculo ideológicamente hegemónico en Hollywood. Sin que haya un movimiento explícito de boicot contra él, el clima viene de distancia y silencio (su film Sully fue relegado en las nominaciones al Oscar en 2017, y el homenaje realizado a Meryl Streep en la reciente entrega de los premios Globo de Oro omitió alevosamente a Los puentes de Madison –1995–, que le valió a la actriz una de sus candidaturas al Oscar).

Una vez definida esa situación, el veterano director reaccionó haciendo la suya, sin ningún intento de acercamiento a quienes están incómodos con él: esta es una de sus películas más “republicanas” (junto a El guerrero solitario, de 1986, y Francotirador, de 2014). La hizo con su equipo técnico-artístico habitual, pero no utilizó a ningún actor medianamente conocido, trabajó sobre un guion de la primeriza Dorothy Blyskal y la está lanzando en el momento menos oscarizable del año (en el período entre el anuncio de las nominaciones y la entrega de los premios).

El lado presentable del ejército

La temática es casi una fusión de sus dos lanzamientos previos, Sully (2016) y American Sniper (Francotirador, 2014). Como ambos, cuenta una historia real. Como Sully, ensalza el heroísmo y la capacidad de iniciativa que en una ocasión salvaron vidas inocentes. Como American_ Sniper, es una _biopic –la quinta sucesiva en la filmografía de Eastwood, comenzando por J Edgar (2011)–, que tiene como un tópico muy importante el enaltecimiento del ejército estadounidense, del militarismo y de las virtudes del Occidente desarrollado en comparación con el mundo islámico. Aquí se presenta la historia de tres jóvenes estadounidenses, amigos de infancia y dos de ellos militares, que durante unas vacaciones por Europa lograron capturar a un terrorista musulmán que se disponía a perpetrar una masacre en un tren que viajaba de Ámsterdam a París. Eso ocurrió en 2015.

Una de las particularidades de la película es que los personajes de los tres héroes son interpretados por ellos mismos. Spencer Stone, Alek Skarlatos y Anthony Sadler deben haber colaborado para la reconstrucción de los hechos, que de todos modos coincide puntillosamente con los registros que se pueden leer en internet. La película no resulta “republicana” o “derechista” porque fabrique una anécdota adecuada para apoyar las premisas de ese marco ideológico, sino sencillamente porque Eastwood eligió recortar un incidente real que, en forma casi irrebatible, apoya algunos de sus argumentos.

El terrorista irrumpió de pronto en actitud de ataque, portando un fusil de asalto AK-47 con cargadores suficientes para efectuar 270 disparos, una pistola semiautomática y un cuchillo. Seis o siete pasajeros del tren intervinieron para impedir la carnicería, y entre ellos había un británico y por lo menos un francés, pero la mayoría de quienes dieron pelea fueron estadounidenses. El entrenamiento militar de dos de ellos fue probablemente decisivo, sobre todo el de Stone, capacitado en el programa SERE (Supervivencia, Evasión, Resistencia y Escape) de las fuerzas armadas de Estados Unidos, lo que implica dominio de jiu-jitsu, excelente forma física y formación como paramédico –esto fue fundamental para salvar la vida del único pasajero herido de bala en el episodio–.

Stone es católico y, al igual que sus amigos, se formó en una escuela cristiana en Sacramento, California; durante la película se lo ve en dos ocasiones rezando la oración de Francisco de Asís, y eso acentúa la diferencia con el islamismo del terrorista marroquí Ayoub el Khazzani. Ni Stone ni Skarlatos están especialmente teñidos con el aspecto fascista o imperialista asociable con el ejército estadounidense: el primero se enroló inspirado, sobre todo, en la voluntad de llevar a cabo actividades de rescate –es decir, de salvar vidas–, mientras que el servicio de Skarlatos en Afganistán consistió esencialmente en actividades de rutina en el cuartel. Los dos son blancos, pero su amigo Sadler es negro, así que no es cuestión aquí de representar una idea de supremacía blanca sureña. Stone y Skarlatos fueron criados por madres solteras, que hicieron los esfuerzos necesarios para darles la mejor educación posible, y de todas las personas que le dieron entrenamiento militar a Stone, a quien más vemos es a una oficial –la que le transmite los conocimientos de paramedicina, que protagoniza un episodio relacionado con una falsa alarma en el centro de entrenamiento–, así que tampoco se trata de una defensa a ultranza de la familia estándar o de una visión machista. Lo que la película plantea es una muestra de la eficacia del ejército estadounidense, y un relato acerca de la forma en que este infunde a sus integrantes coraje y un sentido ético que, llegado el momento, resultan esenciales para defender la civilización y la libertad, encarnadas en un principio tan elemental como el de que uno tiene derecho a viajar tranquilo sin ser ametrallado por un lunático resentido.

A la vez, disocia expresamente la defensa de nuestra forma de vida y el militarismo de algunos valores negativos con los que se suelen confundir (conservadurismo, intolerancia, discriminación, intervencionismo con efectos nefastos para los demás, abusos prepotentes, etcétera). La única escena en que la narrativa carga un poco las tintas ideológicas es la de las abluciones de El Khazzani antes del ataque: suena música incidental siniestra y vemos su mirada seria aislada en el espejo, acentuando su propósito asesino.

Un largo prólogo

Filmar historias reales siempre es un lío, ya que los acontecimientos de la vida no suelen organizarse de acuerdo con la estructura narrativa que uno espera de una película de corte clásico. Aquí tenemos, en ese sentido, un problema similar al que planteaba el episodio de la vida real de Sully: la acción trascendente que la película recrea ocurrió en unos pocos minutos. Pero en este caso ni siquiera tenemos las controversias y el juicio relacionados con la acción heroica del piloto civil Chesley Sullenberger que constituyeron la mayor parte de aquel film de 2016. Sully estaba resuelta en forma magistral; esta película resulta muy rara. Poniendo todo el esfuerzo de apertura estética y el respeto que Eastwood se merece como cineasta, podríamos intentar verla como una propuesta de naturalismo radical, en el sentido de que en una enorme porción del metraje “no pasa nada” o, dicho en forma más precisa, pasan cosas poco significativas que no tienen consecuencia alguna (al menos, no en la acción a la que se refiere el título del film), y que sólo le pueden resultar interesantes a un krishnamurtiano muy consecuente. Seguimos a los tres personajes cuando se conocieron, todavía púberes, en una escuela en Sacramento en 2005. Luego acompañamos el entrenamiento de los dos militares. Finalmente, tenemos el relato de su viaje por Europa y, en los 15 o 20 minutos finales, el episodio del tren.

Sólo en la primera escena hay un intento de dramatizar un episodio prosaico, y resulta patético: la directora del colegio intenta convencer a las mamás de Alek y Spencer de que los niños presentan un síndrome de déficit atencional, y las madres, en forma algo exagerada, infundada y apresurada, se sienten escandalizadas ante la idea de que sus críos tengan un trastorno que deba ser tratado con medicación psiquiátrica, y se retiran ofendidas. Por lo demás, la película luce casi bizarramente prosaica, siguiendo la inusual premisa de que no se muestra nada que no sea históricamente cierto. Mientras Spencer, Alek y Anthony son gurises, vemos indicios de su fascinación por lo militar (y pocos directores vincularían la poesía de un movimiento de cámara con grúa ascendente y música bucólica a tres niños que juegan a dispararse unos a otros con sus armas de plástico, que reproducen fielmente las reales). Luego, el entrenamiento militar es más o menos como el que ya hemos visto en decenas de películas. Y después viene el viaje: debe haber como 40 minutos de los tres jóvenes recorriendo los mojones turísticos de Roma y Venecia, y una extensa secuencia nocturna en una discoteca loca de Ámsterdam. Los tres amigos contemplan a varias italianas, alemanas y holandesas muy hermosas, y se vinculan con algunas de ellas, pero no parece que hubiera sexo con ninguna. Los diálogos tienen el siguiente tenor: “Bueno, decidido: iremos a París”. “Sí, pero mientras tanto, disfrutemos de Venecia”. “¡Claro! Bueno, entonces, ¿qué elegimos?”. “¿Qué les parece si pedimos pizza?”. “¡Eso, pizza!” (cito de memoria, pero no caricaturizo: es aproximadamente eso).

El rasgo peculiar, y muy característico de Eastwood, es la imparcialidad con que aborda algunos conflictos: los profesores y los tutores militares tienen que aplicar disciplina, contra la que se rebelan los estudiantes (luego reclutas). Siempre entendemos a las dos partes, no hay víctima y villano, simplemente una tensión (a la larga, productiva) entre diferencias y roles. Ni siquiera está tratado como caricatura el director de la escuela que recomienda que la custodia de Alek sea confiada a su padre (alegando que así se lo recomendó directamente la voz de Dios).

La escena de acción en el tren, relativamente breve, es intensa, y está filmada y montada con la pericia habitual en Eastwood, así como el clima de agradecimiento y homenaje emotivo que sigue. Como los actores se interpretan a sí mismos, el pasaje entre las imágenes de archivo y las reconstrucciones resulta muy natural.

15:17 tren a París (The 15:17 to Paris), dirigida por Clint Eastwood. Basada en un libro de Anthony Sadler, Alek Skarlatos, Spencer Stone y Jeffrey E Stern. Estados Unidos, 2018. Con Spencer Stone, Alek Skarlatos y Anthony Sadler. Grupocine Ejido y Punta Carretas; Life Cinemas 21; Movie Montevideo y Portones; shoppings de Colonia, Las Piedras, Paysandú, Punta del Este y Rivera.