Es dudoso que la anécdota de esta película constituya propiamente una “historia”. Sí, es narrativa, todo transcurre en orden cronológico y prácticamente cada plano está centrado en algún personaje para mostrar un momento significativo. Pero la situación no evoluciona y no hay resolución. Lo único que avanza es nuestro conocimiento sobre una situación relativamente estática. Se trata de los últimos días en Santiago de Tomás, un joven estudiante de Medicina que ganó una beca para seguir sus cursos en Londres. Empezamos con el momento del despertar (creo que es un sábado) y terminamos el lunes, cuando está por embarcarse. Entre medio, lo que tenemos es una exposición de las malas condiciones en que está su familia, de bajos recursos económicos.

El padre es obrero y hace mucho que no le pagan; sus compañeros de trabajo deciden hacer un paro, pero a él le da miedo adherir a esa medida de lucha porque teme que los despidan. La madre sufrió un accidente que le impide trabajar, están por cortarle los beneficios sociales, y si no recibe cuidados especiales corre el riesgo de quedar confinada a una silla de ruedas; cuando va al servicio de salud, los médicos que deberían atenderla no aparecen, ella espera durante horas y el personal no aclara demasiado. Entre las tensiones por la plata y la salud, más los dolores de ella, la vida sexual de la pareja no anda bien. La hermana de Tomás quedó embarazada de un delincuente que no quiere saber nada de tener un hijo; ella no consigue el dinero necesario para abortar y no se anima a contarle su situación a nadie de la familia, especialmente a la madre, que es muy católica. Tomás duerme en la misma habitación que su hermana, quien a su vez comparte la cama con la abuelita. Desde esa poblada habitación se escuchan el televisor del vecino y las conversaciones de los demás ambientes del hogar: no hay sosiego ni privacidad. La casa tiene las paredes descascaradas, maderas mal pintadas, cucarachas. La cisterna está rota y el inodoro, tapado; para colmo, hay un problema sanitario adicional por el cual el baño y el patio central quedaron inundados, y que es la probable fuente de un mal olor insalubre. Pasa casi una hora de proyección antes de que veamos la primera sonrisa de toda la película, en la fiesta de despedida de Tomás. Hasta entonces, todos los rostros expresan angustia, quizá con la excepción de la abuela.

La intención parece ser de crítica social, y el estilo de la película es el que hoy día tendemos a sentir como “realista”: cámara en mano temblorosa, planos relativamente extensos, sonido exclusivamente diegético y sincrónico, elipsis abruptas. No hay nada parecido a la elaborada coreografía de cámara de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne: en su lugar, los realizadores optaron por encuadres que, descontado el temblor, son estables, tomados con un gran angular que propicia una acentuación al estilo de Orson Welles de la profundidad de campo (algún rostro bastante grande en primer plano, y otra persona que no está tan lejos pero que aparece mucho más chica en el encuadre).

Por supuesto, siempre es éticamente meritorio recordarle al público de cine las miserias derivadas de la pobreza y la desigualdad, y ponerlo de cara a cosas que, por lo general, resulta más cómodo no mirar. Pero para que eso tenga algún impacto político, suele ser necesario encauzar esa exposición en una historia que suscite algún tipo de empatía o de expectativa, o presentar un tipo de situación desconocida para la mayoría del público, o proponer algún tipo de análisis que pueda servir de insumo a una posible acción que busque solucionar los problemas o por lo menos rebelarse contra ellos. Acá no hay nada de eso y, para peor, la acumulación de desgracias sufridas por los personajes, si bien no parece imposible, luce un poco forzada, didáctica, manipuladora. Los diálogos y situaciones son bastante elementales: Ramiro le dice a su esposa que no le pagaron, y ella, después de preguntar, angustiada, “¿Qué vamo’ a hacer ahora?”, va a buscar las facturas para sumar las cuentas pendientes.

Hay una línea de acción, sin embargo, que termina siendo más interesante que todo esto, referida a la atracción sexual que Tomás siente por su hermana. Eso se va haciendo cada vez más explícito en el correr del metraje: las escenas que vemos permiten establecer un vínculo entre esa atracción y el hecho de que, ya adultos, siguen compartiendo habitación, como probablemente lo hicieron toda la vida. Ella, para cambiarse de ropa, simplemente le da la espalda mientras él permanece donde está. En cuanto él abre los ojos cada mañana, o entra a la habitación cada noche, la ve tirada en la cama, muy bella, con las piernas, los brazos y las formas del cuerpo expuestos por la ropa veraniega. La actriz Catalina Dinamarca (en parte por la forma en que la muestran la cámara y el montaje) parece una chica del montón, y se nos muestra en forma explícita que su personaje no es muy inteligente, pero en el descuido de la intimidad hogareña, y sin hacer un solo gesto expresamente seductor, trasluce un atractivo que la vuelve muy convincente como objeto de una fijación sexual. Esa línea da origen a una escena bastante fuerte, que dura ocho minutos en tan sólo tres planos extensos, y que constituye un momento tenso, intrigante y tierno.

El primero de la familia, dirigida por Carlos Leiva Barahona. Chile, 2015. Con Camilo Carmona, Catalina Dinamarca y Paula Zúñiga. Cinemateca 18.