José Arenas dice que vivió hasta los 18 años en una Colonia Suiza orgullosa de ser elitista y conservadora. Los rotos es su breve primera novela, que, lejos de ese panorama de procedencia, se instala en una Montevideo donde lo urbano, en constante movimiento, dificulta la separación entre el entorno, los cuerpos y las mentes de los personajes. Montevideo se repite y los persigue como una cadencia existencial.

La belleza marginal, lo liminal y lo paupérrimo como postura disidente se entrelazan del mismo modo que la actividad artística de Arenas y su manera de trabajar con el lenguaje: es poeta, ensayista, performer y letrista de tango. El lunfardo forma parte de una rítmica que acompasa las imágenes poéticas, que rozan lo onírico y lo lisérgico, en diálogos, narraciones cortas y frases pequeñas, que se disparan en un enjambre de personajes vacíos y escenarios turbios. Lo puto, la soledad, la mugre, lo pobre y lo patético crean una cartografía de sucesos de una ciudad que podría ser cualquiera, gris y aletargada.

Muñeco, un pibe muy flaco que solía cantar en una banda de música industrial rodeado de darks y góticos, tiene una serie de experiencias psicotrópicas y sexuales con El Oscuro, Poeta y Yuri. El Oscuro o Damián es un tipo de gran tamaño que ejerce su violencia contra Muñeco en cada oportunidad vincular –sexual o afectiva– que tiene. Poeta es un escritor que se prostituye y por las noches es una drag queen llamada La Loba. Yuri, una china groupie que hace realidad sus leyendas esotéricas.

Los personajes, más que nada en los diálogos, se caricaturizan por momentos, como si pertenecieran a una película porno barata española, a la literatura y el cine de los años 90, desde Darren Aronofsky a Gabriel Peveroni, el chat de los 2000 o el Whatsapp actual. Esa caracterización de las diferentes voces logra distender con muecas irónicas el tono de la narración, que puede tornarse monocorde por la temática pornográfica y suicida que acosa durante toda la novela a los personajes y emerge en sus monólogos interiores.

De soslayo, los personajes opinan sobre el mundo literario o el oficio de la escritura desde la periferia. Un poeta, que hace poesía con sangre y dona su cuerpo a la poesía, trilla y se prostituye con un gerente de oficina, que vende su cuerpo al despacho. Un poeta prostituto establece uno de los diálogos que continúa esa forma caricaturesca en su expresión más crítica.

Arenas emite constantemente referencias como formas de platicar sobre una transtextualidad variada.

La vedette y actriz argentina Ambar La Fox, el grupo español Fangoria, los británicos de The Cure y las poetas Olga Orozco y Alejandra Pizarnik, el electropop uruguayo de Goro Gocher y Dani Umpi, y tangos de Carlos Gardel, Alfredo Le Pera, Mario Battistella y Marcel Lattes. Otro guiño es el juego que alude al poema California, de Esteban García (dicho por Umpi en el disco Perfecto –2005–): en un pasaje juega con la estructura de ese texto, también enumerando, pero no con la luminosidad de García sino desde una zona oscura. Las figuras que aparecen desde letras de canciones o sólo como estampas visuales profundizan la toma de decisiones de un autor que enuncia situándose en una especie de borde u orilla.

Las citas del escritor uruguayo Apegé y del multiartista argentino Fernando Noy se introducen como respuesta y homenaje a un mundo de lo incorrecto y lo performático con el que Arenas se identifica. Hay una necesidad de autoafirmarse a partir de la existencia de los otros, pero también de reconocer el mundo al que quieren pertenecer, sin renegar de sus coetáneos Federico Machado y Agustín Torres (incluidos en En el camino de los perros: Antología virtual de poetas ultrajóvenes uruguayos).

Para hablar de Los rotos es obligatorio nombrar a José Sbarra, escritor y taxiboy argentino que vivió el mundo gay de los años 80 y de principios de los 90 porteños. La estructura coral, la escritura seca pero elevada y los modos de vida de los personajes no sólo se asemejan a Obsesión de vivir (1975), Marc, la sucia rata (1991) y Plástico cruel (1993), sino que algunos esbozos de la novela de Arenas podrían ser parte de la vida del propio Sbarra, que se reflejan en la entrevista que le hizo Enrique Symns en la revista El Cazador, en 1992.

El autor evoca de manera contundente la escritura y los universos putos, suicidas, de amor, autoflagelación, biabas y magullones, pero sería interesante que se corriera de cierta nostalgia y diálogo constante con otros artistas, para permitirnos ahondar en una creación de su lunfardo propio, que supo con solvencia tomar la esencia de una lasca rioplatense y hacerla suya.

“Hiroshima, pero en la boca”, escupe Arenas como último verso de una de las esquelas que conforman los fragmentos del libro. Una bomba nuclear en la lengua alude al poeta, al ejercicio de la poesía, a la práctica de la voz alzada, pero también a la mamada constante, a chupar la pija hasta explotar, a quedarse sin cavidades maxilares, a gritar a los cuatro vientos con un aullido sordo que clama la necesidad de cariño.

Los rotos se presentará hoy a las 20.00 en el Espacio Cultural Miguel Ángel de Maldonado (Ledesma y Acuña de Figueroa).

Los rotos, de José Arenas. Civiles iletrados, 2017. 87 páginas.